Capitulo 3

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Katniss apenas tuvo tiempo de saludar antes de que las hermanas de Peeta la colocaran sobre la cama.

En cuestión de minutos, las dos jóvenes la ayudaron a ponerse un camisón y la volvieron a tumbar en lo que parecía ser la cama de una tercera hermana. Katniss se incorporó ligeramente sobre los cojines y miró a su alrededor. Había un gran armario de madera de cerezo en una de las paredes de la habitación, y los suelos de madera estaban cubiertos con ricas alfombras persas. Era un dormitorio espacioso y muy bonito. Nada que ver con su pequeño apartamento.

‐No me parece bien estar aquí ‐consiguió decir Katniss mirando alternativamente a las hermanas, que estaban colocadas al lado de la cama.

‐No te preocupes, Katniss ‐dijo Annie‐. Este es el apartamento de nuestra hermana Clove, pero acaba de casarse y se ha mudado. Considéralo tuyo por esta noche.

‐No sé si...

Pero entonces el niño que llevaba dentro hizo un amago de salir, y Katniss se olvidó de la sensación de sentirse allí fuera de lugar. No había nada más importante que el inminente nacimiento. Nada.

‐¿Quieres que llame a alguien?

‐A Mags ‐contestó Katniss‐. Es mi partera. Tengo su número en el bolso.

‐Lo tengo ‐dijo Annie‐. ¿Alguien más? ¿Tu marido...?

‐No ‐respondió Katniss‐. No hay nadie más.

‐Bien. Llamaré a la partera.

‐No te preocupes. Concéntrate sólo en el bebé ‐dijo Magde colocándole las almohadas mientras Annie salía a toda prisa del dormitorio‐. Sé que esto debe ser duro, pero te aseguro que vamos a cuidar de ti. Y recuerda que Annie es enfermera.

‐Gracias ‐murmuró Katniss mientras la última contracción se desvanecía para dar paso a otra aún más dolorosa.

Magde anduvo alrededor estirando las sábanas y acariciando nerviosamente la mano de Katniss.

‐Voy a hacerte un té ‐dijo.

Cuando Magde salió, Katniss pensó que aquello no estaba saliendo en absoluto según lo previsto. Había pensado muchas veces en el nacimiento de su hijo. Había quedado incluso con patera para que fuera a su apartamento para ayudar a su bebé a nacer. Algunos de sus amigos se habían escandalizado al conocer su intención de dar a luz en casa. Pero una partera experimentada como Mags era una opción excelente y mucho más barata que una estancia innecesaria en el hospital, cuestión importante para una mujer soltera sin seguro médico.

Peeta en ese momento a la habitación, deteniéndose un instante en el umbral de la puerta. Se miraron a los ojos, y Katniss se sintió algo mejor al verlo cruzar la estancia. Era curioso pensar que dos horas atrás no supiera ni que existía, y ahora era el único rostro familiar en un mundo que de pronto se había vuelto muy extraño.

‐¿Qué tal estás? ‐le preguntó inclinándose sobre ella y apartándole el pelo de la cara.

‐He estado mejor ‐aseguró Katniss mordiéndose el labio inferior cuando se sintió azotada por la siguiente oleada de dolor.

Peeta le tomó la mano, estrechándola entre las suyas. El solo hecho de sentir su contacto la ayudaba.

‐Apriétame la mano ‐susurró Katniss apretando los dientes.

La partera le había dicho que durante el parto tenía que tratar de mantener los músculos lo más relajados posibles, así que ella no podía apretarle.

‐No quiero hacerte daño ‐aseguró Peeta presionándole sólo ligeramente. ‐No me lo haces. Más fuerte.

Él la apretó con más fuerza y eso contribuyó a distraerla de los espasmos que la estaban atravesando por la mitad. Katniss cerró los ojos y se dobló de dolor, tratando de recordar que cuando todo acabara ya tendría a su hijo. Nunca más volvería a estar sola.

El Ángel AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora