Capitulo 5

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La niña la despertó.

Katniss estaba soñando con un gatito que gemía suavemente, reclamando atención.

Pero cuando abrió los ojos se dio cuenta de que no había ningún gatito, sino su propia hija, totalmente despierta y al parecer hambrienta.

‐Acaba de despertarse.

Aquella voz profunda era inconfundible. Igual que el escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Katniss miro al hombre que estaba sentado en una silla al lado de la cama, y sintió cómo el estómago le daba un vuelco.

Se sintió como una idiota. Allí estaba, una madre primeriza, una madre soltera, en buena medida porque se había dejado guiar por el corazón en vez de por la cabeza. Había confundido el interés de un hombre hacia ella con el amor, y ahora estaba... bueno, allí estaba. Pero no estaba dispuesta a cometer de nuevo el mismo error. Ahora no era sólo su propia felicidad lo que estaba en juego. Había un bebé en el que pensar. Su hija. Su familia.

Con aquel pensamiento firme en la cabeza, Katniss cruzó la mirada con aquellos ojos azules como el cielo y resistió la tentación de hundirse en la calidez que le ofrecían.

‐No puedo creerme que haya seguido durmiendo cuando ella ya se ha despertado. ¿Qué clase de madre soy?

‐Una madre cansada ‐respondió Peeta inclinándose hacia delante y sonriéndole. ‐De todos modos creo que ella se las habría arreglado para llamar tu atención.

‐¿No es algo increíble? ‐susurró Katniss deslizando suavemente un dedo por la mejilla de su bebé.

‐Es preciosa ‐reconoció Peeta‐. Pero estaba pensando ahora mismo que la increíble eres tú, Katniss... ni siquiera sé cómo te apellidas.

‐Everdeen ‐respondió ella‐. Lo cierto es que no hubo tiempo para las presentaciones, ¿verdad?

‐Las cosas estaban un poco tensas.

‐Es una manera sutil de decirlo ‐aseguró Katniss con una carcajada.

Peeta asintió con la cabeza, pero no apartó la vista de ella. Parecía incapaz de dejar de mirarla. Y mientras pensaba en ello, se preguntó qué demonios se suponía que tenía que hacer. Aquello no era precisamente una situación romántica.

La niña gimió de nuevo y apretó los puñitos. Peeta consiguió apartar la vista de Katniss y posarla sobre aquella cosa tan pequeña y tan indefensa. No pudo evitar sonreír. Lo invadió un sentimiento tierno y cálido y se permitió disfrutarlo durante un instante.

‐¿Tienes ya pensado un nombre?

‐He estado pensando en ello ‐respondió Katniss girándose un poco para ponerse más cómoda.

‐Déjame que la sujete.

Peeta tomó a la niña acunándola en su brazo izquierdo. Por regla general, los hombres italianos se sentían cómodos con un bebé en brazos. Era como una segunda naturaleza. Y la niña pareció notar su seguridad, porque se acomodó al instante, como si hubiera estado esperando a Peeta.

‐Vaya ‐susurró él‐. Eres toda una rompecorazones, ¿eh?

‐Le gustas -dijo Katniss mirando a su hija.

El camisón rosa que Annie le había dejado la noche anterior le quedaba un poco grande, y le dejaba a la altura del escote demasiada piel visible para la sensibilidad de Peeta. Se le había resbalado del hombro uno de los tirantes, lo que unido a sus rizos constituía una combinación imposible de inocencia sensual. Era suficiente para dejarlo sin respiración. Y aquella sonrisa suave que dibujaban sus labios tampoco ayudaba.

El Ángel AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora