Capitulo 10

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Katniss exhaló un profundo suspiro y se llevó los brazos al pecho para cubrirse los senos. Sabía que ya era un poco tarde para aquello, pero una vez pasado el fuego se sentía de alguna manera un poco desnuda.

‐Mmm... ‐susurró Peeta‐. Será mejor que no te muevas mucho, ¿de acuerdo?

‐Tal vez sea mejor que me baje de tu regazo.

‐¿Lo mejor para quién? ‐preguntó él‐. Yo estoy disfrutando.

‐¿Es que eres masoquista? ‐bromeó Katniss con una sonrisa‐. Sabes que no puedo...

‐Sí, lo sé ‐aseguró él sujetándola con firmeza.

Katniss lo miró fijamente. Peeta sabía que no podían hacer el amor, y sin embargo había llevado la situación hasta un punto en el que si ella no hubiera alcanzado el orgasmo, habría explotado. Y seguro que él se sentía igual.

‐Entonces, ¿por qué...?

‐Porque necesitaba tocarte ‐aseguró Peeta acariciándole la espina dorsal‐. Necesitaba besarte. Me estaba volviendo loco, Katniss. Sólo podía pensar en ti, en tenerte cerca.

Ella sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago. Lo miró a los ojos y se preguntó cómo había logrado vivir veintiséis años sin ellos, sin perderse en la belleza y la calidez que brillaban en su interior. Y entonces se preguntó cómo demonios iba a vivir el resto de su vida sin volver a verlos.

Katniss le echó los brazos al cuello y lo besó despacio, profundamente, con ternura, demostrándole sin palabras lo importante que era para ella estar entre sus brazos.

Peeta la había llevado más lejos, más alto que nadie. Y de pronto sintió el deseo de hacerle a él el mismo regalo.

‐Y ahora ‐susurró dejando de besarlo y cubriéndole el rostro con las manos‐. ¿Quieres que haga algo yo por ti?

‐No ‐aseguró Peeta tomándola de la mano y besándole en la palma.

‐¿Por qué no?

‐Porque puedo esperar. Te deseo, Katniss, pero esperaré hasta que pueda tenerte toda.

Aquello no era una promesa de amor eterno, pero tampoco ella estaba esperando ninguna. Peeta la deseaba, y al menos era sincero.

Por el momento él era suyo, disfrutaría de la sensación de estar en brazos de un hombre como nunca pensó que encontraría ninguno.

Y disfrutaría de ello el tiempo que durase.

Ya lloraría su pérdida cuando todo terminara.

Cuando estuviera sola.

‐Vale la pena esperarte ‐aseguró Peeta, atrayéndola hacia sí para que descansara sobre su pecho.

Ella escuchó el latido de su corazón y se prometió a sí misma que lo recordaría todo.

Lo recordaría para el momento en que Peeta fuera sólo un recuerdo y las noches demasiado largas y solitarias.

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Annie sonrió y saludó con la mano a Katniss cuando ella y la niña se acercaron a la terracita del café.

‐¡Oh, Dios mío! ‐exclamó Annie levantándose para mirar de cerca el cochecito‐. ¡Lo que ha crecido!

Katniss sonrió con orgullo mientras la otra mujer le hacía carantoñas a su hija. El tiempo transcurría muy deprisa. Había pasado ya más de una semana desde la noche del sofá, y la tensión sexual entre ella y Peeta no había hecho más que incrementarse. Ambos sabían que enseguida Katniss estaría físicamente preparada para hacer el amor, pero la verdadera cuestión era otra: ¿lo estaba emocionalmente?

El Ángel AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora