‐El secreto es la salsa dulce ‐estaba diciendo Peeta‐. A la gente le gusta la salsa de cerdo normal, pero para conseguir este sabor italiano necesitas salsa dulce .
‐Intentaré recordarlo.
‐¿Te ocurre algo? ‐preguntó Peeta apartando los ojos del fuego.
‐No. Estaba pensando.
‐En nada agradable, supongo.
‐Piloto de la marina y adivino¿eh? ‐respondió ella sonriendo para disimular.
‐No me hace falta leerte el pensamiento para ver nubes de tormenta en esos ojos tan bonitos que tienes.
Ella se revolvió incómoda en la silla.
‐Bueno ‐dijo Peeta sirviéndose un vaso de vino y otro de agua para ella‐. Háblame de ti.
‐No hay mucho que contar.
‐Entonces tardarás poco ‐respondió Peeta.
‐Crecí en California ‐dijo Katniss mirando fijamente el contenido del vaso.
‐Estás muy lejos de casa.
En realidad, Katniss sentía que no había tenido casa hasta que llegó a Boston varios años atrás.
‐No ‐respondió suavemente‐. Ésta es mi casa. Mis padres murieron cuando yo tenía cinco años y crecí en casas de acogida.
Allí estaba. Katniss creyó ver aquel leve destello de piedad que solían reflejar los ojos de la gente cuando les contaba su verdad. Y le molestó verlo en la mirada de Peeta. No quería que le tuvieran lástima. Eso la hacía sentir de nuevo como la niña que usaba vestidos viejos, y no le gustaba.
‐Tuvo que ser muy duro.
‐No sientas lástima por mí ‐dijo Katniss poniéndose tensa.
‐No la siento.
‐¿Cómo dices? ‐preguntó ella mirándolo con curiosidad.
‐Digo que no me das pena ‐repitió Peeta apoyando la cadera contra la encimera.
‐Eso sí que es una novedad ‐reconoció Katniss.
‐¿Por qué tendría que sentir lástima por ti? Tienes una casa muy bonita, un buen trabajo y una hija maravillosa.
Katniss se sintió invadida por una oleada de orgullo. Había trabajado muy duro para construir una vida propia y se alegraba de que Peeta lo reconociera.
‐Pero una cosa no quita la otra ‐señaló él‐. Sería una mala persona si no sintiera simpatía por la niña que una vez fuiste. Kat, ningún niño debería crecer sin familia.
Eso era lo que ella había pensado siempre, pero escuchar a Peeta decirlo despertó en ella una punzada de culpabilidad. Angela crecería sin una familia, al menos en el sentido tradicional de la palabra. Pero en cuanto aquel pensamiento se le pasó por la cabeza, Katniss lo rechazó. Aquello era distinto. Ella tendría a su madre. Siempre. Y eso sería suficiente. Katniss haría que fuera suficiente.
‐Eso pasó hace mucho tiempo ‐concluyó negándose a seguir por aquel camino.
‐Lo sé ‐dijo Peeta‐. Pero a veces parece que fue ayer, ¿verdad?
‐En algunos momentos ‐admitió ella antes de darle un sorbo a su vaso de agua‐. Pero no me dejo llevar.
Peeta asintió con la cabeza mientras la observaba.
‐En cualquier caso ‐dijo Katniss, deseando dejar atrás todo aquel asunto de la pobre huerfanita‐ me marché cuando fui lo suficientemente mayor. Conseguí graduarme en el instituto y me mudé al otro lado del país para empezar de nuevo.
ESTÁS LEYENDO
El Ángel Azul
RomanceElla necesitaba un héroe... él necesitaba que lo salvaran. La camarera Katniss Everdeen se puso de parto durante sus horas de trabajo. Muerta de dolor, aceptó que el piloto Peeta Mellark la ayudara.