―¿Tienes a la profesora Jh...?
― No preguntes ―dije interrumpiendo a Nicole.
― Bien, hoy les traigo algo súper emocionante ― habló la mujer de 30 años, que parecía de 90. Perdón, tengo mi carácter y hago saber algo cuando me desagrada. No es que la odie, pero... en una escala del uno al diez desearía que consiga trabajo en otro colegio para que torture a otros adolescentes.
"Emocionante", wii. Noten el sarcasmo. ― ¡Jugaremos a las escondidas! ―exclamó y yo pegué mi cabeza contra el banco.
― Perdón, pero... ¿Las escondidas que tienen que ver con la psicología? ―levantó la mano Jessi, yo la mire detenidamente.
― Es para agilizar la mente, y si ustedes conocen al otro podrán deducir donde se puede encontrar ―explicó Jhonson, como si fuera un concepto que todos sabríamos. Aunque, tiene un poco de sentido ― Vamos, ¡a esconderse! ―aplaudió apurándonos.
― ¿Aquí? ―preguntó una de las rubias sentadas detrás de todo.
―Oh, es verdad ―rió avergonzada la profesora. ― Vayamos afuera. Pueden esconderse por todo el colegio, excepto en las aulas que están ocupadas. Y no hagan mucho ruido, que los demás están en clases.
Todas salieron corriendo inmediatamente, y arrastraron a Jessi con ellas.
Yo también salí al darme cuenta que me puedo esconder en un buen lugar, en el cual nunca me encontrarían y podría estar sin hacer nada.
Fui al estacionamiento del colegio, no había nadie aquí. Si habría alguien, se escucharían las risitas de ellas. Vi una camioneta con caja atrás y una lona, así que me metí a la caja de la camioneta y me taparía si viene alguien.
Después de estar casi veinte minutos jugando con mi celular ya aburrida mire mi muñeca, tenía puesta la pulsera del ancla. Tenía tres, me las había regalado mi papá cuando tenía 5 años, solo que una se la había dado a ese niño envenenador de niñas indefensas, a la otra que tengo la cuido como oro, y hay una más que la tengo en mi casa, por si acaso... a ambas pulseras las cuido muchísimo, más ahora que mi padre falleció en un accidente automovilístico. Me la saqué y la miré por un momento, al ver la frase grabada en la pulsera recordé lo que decía mi padre: "No te hundas, ante cualquier problema siempre sal a flote porque ellos no son tan pesados como puedas llegar a creer que son". Muchas veces se la escuché decirsela a mi mamá. Cuando mi abuelo falleció, cuando tuvimos problemas económicos, cuando yo me enfermaba... extraño a mi papá.
De repente escuche unos pasos y voces, así que me tapé con la lona verde.
Sentía que alguien se acercaba cada vez más, mi respiración ya era irregular y esa persona tomó la lona lentamente. Yo por impulso también la tomé y ambos comenzamos a jalarla, para que no me descubra. Esa persona ganó porque mis músculos tienen la misma fuerza que una hormiga y yo salí corriendo, al menos podría librarme.
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¡Que no soy Cenicienta! [EN PROCESO DE EDICIÓN]
ComédieElla para todos era una cenicienta... con una mezcla de blancanieves, quizá.