Perdidos

9 0 0
                                    

Me preocupaba cada vez más el estado de nuestro planeta. Esta mañana nos despertamos a causa de un griterío espantoso a causa de un terremoto. El tiempo se nos echaba encima cada vez más rápido. Cuando me acerqué a mirar por la ventana vi una gran grieta que se había formado en el suelo y de ella brotaba una especie de líquido rojo encandescente, efectivamente, era lava. La zona debería ser evacuada lo más pronto posible antes de que la lava se tragara todo a su paso. Desperté a Robert que aún seguía durmiendo como un tronco y bajamos corriendo. Cuando vi la sala me sorprendí por lo bien recogida y ordenada que parecía estar. Pasó de ser una sala llena de cachivaches y hojalatas por los suelos a una sala normal y corriente. 

—¿Qué ha pasado aquí?—Dije arqueando una ceja.

Robert nos contó entonces que él había estado toda la noche anterior haciendo preparativos y recogiendo por si acaso ocurría una desgracia catastrófica. La nave había sido movida con una pequeña grúa que el profesor tenía en otro cobertizo del laboratorio. Ahora lo importante era guardar aquella nave en un lugar seguro para que nadie ni nada pueda destruirla. Entonces, ¿Qué haríamos? Amelia tuvo una idea. 

—Tengo una idea. Tengo que hacer una llamada ahora os aviso. 

Robert y yo nos limitamos a mirar por la ventana para ver el estado de la carretera y el estado de la lava. La policía no tardaría en llegar para desalojar el laboratorio por lo que nos debíamos dar prisa. 

Tras algunos minutos, Amelia le dijo a Robert que condujera la grúa y la nave hacia afuera, por la parte trasera, sin que nadie la viera. Aprovechamos el momento perfecto cuando la calle estaba solitaria y la sacamos poco a poco. De pronto, nos dimos cuenta que en la calle nos estaba esperando un camión de mercancías pero ¿Qué hacía allí? 

—Perdón por no haber dicho antes esto, es que estaba liada. Este es mi tío Alfred y es camionero—Saludó desde la cabina—Le he llamado para que nos ayudara con la nave. 

Entonces no dudamos en meter la nave dentro del camión sin llamar la atención y luego subir, arriba, hacia la casa del profesor, para coger nuestras pertenencias. Mientras estábamos subiendo las maletas al camión, me acordé de lo más importante, mi familia. Entonces les pedí a mi grupo que me esperasen dentro del camión mientras iba a avisarles. 

—Es muy peligroso—Robert saltó del remolque—¡Podrías no regresar con vida!—Dijo sin llamar mi atención mientras corría. 

Salí corriendo como nunca en mi vida hacia el instituto donde dejé a mis padres los otros días. Cuando entré hacia el gimnasio no había nadie y estaban las luces apagadas. Grité sus nombres pero era en vano, sólo se escuchaba mi eco. Estaba tan sola en ese momento... Me sentí tan cerca y tan lejos de ellos a la vez... De nuevo la melancolía vino hacia mi. Una lágrima cayó de mis mejillas sin querer, no quería llorar pero mi subconsciente sabía que algo iba mal y, efectivamente, era así. 

No pude más y caí rendida hacia el suelo. Me rendí en ese instante. Notenía más ganas de seguir viviendo frente a todos los problemas que se me planteaban en un mismo instante. Y adivinad quien tiene la culpa. Si no hubiéramos empezado todo esto no estaría aquí arrepintiéndome de todo lo que he hecho y no he hecho en mi vida. Mis padres seguirían a salvo, el profesor estaría con nosotros, mis amigos no estarían preocupados por mi. El mundo seguiría vivo y "feliz", la naturaleza estaría a salvo, los animales seguirían viviendo como siempre. La armonía del planeta seguiría viviendo y no ocurrirían tantas muertes y catástrofes a la vez. Todo sería normal... 

Sentía que toda la culpa era mía cuando en realidad no era así. Quizá sea culpable en parte pero aun así no me merecía esto. A lo largo de estos años he ido concienciando pero no me han escuchado, ni lo harán. He reciclado en los contenedores especiales y he hecho cosas inimaginables por no contaminar, pero veo que sólo 1 persona de 10.000.124.777 no era
suficiente. Ojalá escapara de este planeta de locos de una vez. 

—¡Aaaaaaaah!—Golpeé el suelo del gimnasio de rabia con mi puño derecho—¡No nos merecemos esto!—Dije gritando y llorado. 

¿Este sufrimiento que siento, lo siente todo el mundo que desee vivir? ¿Y los que deseen morir y los necios? Pues a estos claramente no le importarán ni la vida, ni la naturaleza, ni nada. Sólo pensarán en ellos mismos y de ahí mi dilema con los seres humanos.

Debido al griterío, un hombre moreno y algo obeso se acercó hacia el lugar donde yo estaba. 

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?—Dijo sacando una linterna y alumbrando mi cara mojada en lágrimas. 

—¡Hola! Estaba buscando a la gente que estaba refugiada aquí. ¿Sabe usted dónde están?—Pregunté desesperada.

—Pues según me dijo mi jefe, se los llevaron a otro sitio seguro debido a los continuos terremotos que han estado ocurriendo estos últimos días. No sé a dónde habrán ido. 

—¿Pero usted cree que están a salvo? 

—No te puedo asegurar nada, soy un mandado. 

Después de su respuesta, un ruido agudo sonó en mi cabeza, me mareé y me tambaleé pero conseguí volver a mi posición. Salí del gimnasio y volví, como pude, hacia el camión donde mis amigos me estarían esperando. Cuando llegué a la calle que daba a la parte trasera del laboratorio, caí desplomada al suelo sin fuerzas. Lo último que recuerdo es ver a Amelia y a Robert venir corriendo hacia a mi mientras yo poco a poco cerraba los ojos. 

16/12/2045

EL SONIDO DEL MAÑANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora