PRÓLOGO

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Kiss me — At sunset

We can have our summer love, like Sandy and Danny had those summer nights

Mis padres iban a matarme.

No me podía creer que acabara de emborracharme la última noche de campamento.

Era una rebelde. Una chica mala. Demasiado peligrosa para estar suelta por ahí. Estaba desmadrada.

Uh... cuidado con ella, que te empuja sin querer y te pide perdón cincuenta veces.

Estaba dándole sorbitos a mi vaso mientras miraba bobamente al monitor más guaaapo del campamento.

El único chico guapo que habíamos visto en dos semanas.

Estaba enamorada de él, lo confieso. No habíamos intercambiado más de dos palabras o un ¿Estás bien, chica? cuando me caí de la canoa y vino a ayudarme.  Pero... puf... me encantaba. Aunque era un amor prohibido, el monitor y yo campista. El mayor de edad y yo menor. Además de prohibido, ilegal.

Pero yo era una chica mala y me gustaba desafiar al peligro.

Ya.

Estuve un buen rato parada en mitad de la fiesta, mirándolo a él, que hablaba animadamente con una monitora rubia. Una rubia con tetas. Es decir, todo lo contrario a mí, que no tenía tetas y era castaña. A lo mejor a mis inocentes y dulces dieciséis todavía no me había desarrollado del todo.

A lo mejor, sí...

Me encontraba bastante lejos y creo que el monitor guapo no me veía—que humillación que sí me hubiera visto y hubiera pasado de mí—. A mi alrededor, la gente parloteaba y bailaba. La fiesta de despedida se celebró en el área de la piscina, a la que casi me tiraron. Tranquilos, solo fue un mal sustito. Seguía estando sequita y borracha.

Eso último era muy importante, porque, cuando la rubia se alejó del monitor guapo, decidí atacar.

Bien. Mi momento de brillar.

Ay, madre mía.

Adelanté un paso cuando él siguió a la chica con la mirada, pero me arrepentí al instante y me di la vuelta. ¿Qué iba a decirle?

Hola, guapo ¿Tienes WhatsApp?

Vale, le diría eso. Me di la vuelta, sonriendo, y me dirigí a él, que estaba a punto de alejarse del muro de piedra que rodeaba el campamento para unirse al grupo de monitores que hablaba en el borde de la piscina, a unos cuantos metros.

Mierda. Iba a perderlo.

¿En serio vas a decirle eso?

¿Por qué no?

¡Porque yo sí valoro nuestra dignidad!

Ignoré a mi conciencia y aceleré el paso. Hoy era el día. Hoy me declararía. Hoy no me iba a la cama sin darle al menos un besito en la mejilla. Si me dejaba, claro.

Vamos, Liv, vista al frente y pasos seguros. Créete guapa.

Izquierda. Derecha. Izquierda. Derecha.

Mierda. Me he liado. Perdí el ritmo.

Izquierda. Izquierda. Suelo.

Me otorgué unos minutos para procesar la situación. No me había raspado las rodillas y no me dolía nada. Se ve que el césped había amortiguado el golpe.

—Puf... que mareo—murmuré, rascándome la cabeza y mirando a mi alrededor.

—No me digas.

¿Eh? ¿Quién había dicho eso?

Solo ocho letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora