Capítulo 3: KENNETH

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CAPÍTULO 3:

KENNETH

El desconocido resulta ser un atractivo chico algo mayor que yo, de unos bonitos ojos esmeralda y con un cabello un poco más oscuro que el mío, pero rubio al fin y al cabo. Logra que me incorpore tirando de mí, con uno de sus aparentemente fuertes brazos, y con una mueca de preocupación que me indica que después de todo, no estoy tan sana como creo. Cuando me levanta, noto en él un perfume fresco y masculino. Habría tenido un flechazo de adolescente enseguida si no fuera porque por mi cabeza rondan pensamientos mucho más significativos y a la vez lamentables. El muchacho me coge de las manos, quizás por miedo a que me caiga de nuevo. Sin embargo, me suelto rápidamente cuando recibo una descarga de electricidad estática. Mi cuerpo está realmente débil; nunca antes me había sentido tan vulnerable ante una chispa de este tipo.

—Te voy a acompañar hasta ahí para que te echen un vistazo.

—No—me niego rápidamente, sacudiendo la cabeza—. Acabo de salir.

—¿Te han dejado salir así?—pregunta, frunciendo el ceño.

—He firmado el alta voluntaria.

—¿Por qué? Tienes muy mala cara... pareces enferma. Acabas de caerte. ¿Qué te ha pasado?—inquiere de nuevo, sujetándome el cuerpo desde la espalda con la palma de su mano. No sé por qué intenta ser amable conmigo... no nos conocemos.

—Nada...—Mis ojos se vuelven vidriosos al recordar por qué estoy ahí y las consecuencias catastróficas que ha desencadenado el accidente en mi vida, así que trato de lucir adormilada—. Estoy mejor, solo necesito descansar un poco—le miento, utilizando un tono de voz convincente—. No te preocupes por mí...—murmuro, dejando la frase sin acabar para añadir su nombre después, pero no recuerdo que me lo haya dicho.

—Kenneth—se presenta—. ¿Cómo te llamas?—Su expresión se relaja un poco, pero aún se mantiene alerta en lo que a mí respecta.

—Emma.

—Emma, no sé qué diablos se te ha pasado por la cabeza como para que hayas decidido marcharte del hospital, pero necesitas atención médica. Deberías volver, de verdad—insiste, levantando las cejas.

—No quiero volver ahí—. Mi voz sale en un susurro—. Quiero irme a casa.

Se queda mirándome unos instantes, y su mirada vacila entre mí y el edificio que tenemos detrás. Al final, sus ojos se posan en los míos. El sol le está dando directamente, y los hace ver más claros de lo que son. Los tiene muy bonitos. Se queda unos momentos pensando, y después abre la puerta del copiloto de su coche.

—Entonces, te llevaré.

—No... no puedo. Llegarás tarde adonde tengas que ir. Has sido muy amable conmigo, pero soy capaz de volver sola. Llamaré a un taxi. Muchas gracias por todo—. Las palabras fluyen de mi boca rápidamente y me sorprendo al ver que no he tartamudeado demasiado.

—Chica, no hay taxis por aquí. Estamos en la zona de servicios médicos. Solo encontrarás ambulancias—me explica, con calma—. No eres de Texas, ¿verdad?

—Me mudé el año pasado.

Kenneth suspira y vuelve a mirarme con sus ojos color bosque.

—¿Tus padres pueden venir a por ti?—Niego con la cabeza—. ¿Hermanos?—Vuelvo a negar, y esta vez una punzada de dolor que me recuerda la realidad me recorre de arriba a abajo—. ¿Pareja? ¿Amigos? ¿Alguien que te conozca?

Al tercer movimiento de cabeza, me siento estúpida. Estoy desnudándome ante un desconocido, mostrándole lo sola que estoy, dándole a entender que no tengo a nadie que me cuide ni nadie a quien cuidar. Ese chico solo está tratando de ayudarme de alguna forma. Igual para calmarlo, sería mejor entrar al hospital y asegurarme de que se va, y cuando ya no lo vea, salir hasta encontrar algún autobús más lejos.

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