Capítulo 6: HECHIZO

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CAPÍTULO 6:

HECHIZO

—Sanae, ¿hay alguna farmacia cerca de aquí?—le pregunto mientras echo el último vistazo al texto antes de comenzar a traducirlo.

Ella sacude la cabeza mientras sigue subrayando sus apuntes. Está sentada en el sofá del recibidor, marcando con amarillo fluorescente todo lo que cree que puede salir en un posible examen. Yo voy a traducirle un solo texto más, porque me ha dicho que después, ha quedado para merendar con unas amigas, así que me quedaré a cargo del motel durante unas horas.

—Si lo dices por tu anemia—empieza a decir—, lo más conveniente sería tratarlo con un médico.

Levanto las cejas en su dirección. Ella ni siquiera me mira.

—¿Mi anemia?

—Sí, tu anemia—afirma, con seriedad. Al parecer, se cree lo que está diciendo—. Es evidente que estás muy pálida y delgada. Y es muy probable que eso sea a causa de una falta de hierro. En la farmacia no van a solucionarte tu problema.

—¿Has estado estudiando medicina a escondidas?—inquiero con un toque de humor, pero también con retintín. Sanae no sabe nada del accidente. Tampoco del sarpullido. Me gusta que me dé su opinión sincera sobre las cosas, pero en este caso, creo que no debería exponer sus teorías antes de saberlo con seguridad.

—Ojalá fuese lo suficientemente buena para esa carrera. Mis padres estarían contentísimos conmigo, y seguramente, no me obligarían a trabajar en este motel—masculla.

Dejo escapar el aire lentamente. Todo lo que dice esta chica me causa gracia y curiosidad a la vez. Los grados de letras suelen estar muy menospreciados debido a comentarios como ese. Además, ella no está trabajando aquí, solo está estudiando. Soy yo la que trabaja y le ayuda con sus textos.

No me quejo porque es ella la que, si todo funciona igual de bien que hasta ahora, me va a dar de comer, pero...

—Escucha... ¿entonces no hay ninguna farmacia?—le repito en voz baja, para que no se enfade por haber vuelto al tema de antes tan rápidamente.

—Realmente, no lo sé. Había una en las afueras, pero creo que la cerraron. Tendrás que irte más hacia el centro.—Se encoge de hombros—. Aunque si quieres, me dices lo que necesitas y te lo compro yo. Ya me lo pagarás cuando vuelva. Voy a ir de compras después.

—¿De verdad?—inquiero, comenzando a sentirme agradecida. Ella asiente con la cabeza—. Muchas gracias.

Le explico lo del sarpullido y ante su insistencia, acabo por enseñárselo. Ella hace una cara de horror, y llego a preguntarme si es por ver la herida o porque su diagnóstico ha fallado. Después, dice que se le hace tarde, me promete que comprará el medicamento y se marcha a toda prisa; incluso se deja sus apuntes por recoger. Los miro algo extrañada, pero decido que se queden ahí. Terminaré con la traducción y más tarde la dejaré sobre el sofá, junto con sus libros.

Desde que trabajo aquí, he tenido oportunidad de conocer mejor a Sanae. Detrás de esa cuidada apariencia, se esconde una chica con una vida, a ojos de los demás, prácticamente perfecta. Tiene sus estudios, sus amigos, su familia y no demasiadas preocupaciones. Curiosea la vida de los demás, quizás porque se aburre o quizás porque se pregunta qué hay más allá de la monotonía del motel. Es una buena persona, pero está acostumbrada a juzgar a los demás al momento de conocerlos, y eso no me termina de agradar. No obstante, es muy posible que también lo pase mal si trata de adivinar el paradero de sus padres biológicos. ¿Qué fue de ellos? ¿Murieron, no la querían o no podían ocuparse de ella?

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