Capítulo 4: EL MOTEL

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CAPÍTULO 4:

EL MOTEL

«Se necesita recepcionista. No importa si no tiene experiencia».

El anuncio que hay pegado en una farola con el teléfono debajo, capta mi atención. He ido a hacer la compra, pues pensé que un poco de aire fresco no me vendría mal y además, ya no podía seguir comiendo de la despensa. Llevo tres días con la nevera vacía y sin salir de casa. Ignorar los correos de la universidad y saber que estoy encerrada sin hacer nada productivo salvo llenar los pañuelos de lágrimas, me está sacando de quicio.

Me apunto el número en mi móvil y vuelvo a casa. No creo que me cojan, pero tengo que intentar encontrar un empleo. Ahorraré y quizás después seré capaz de retomar mis estudios como traductora e intérprete, para conseguir un trabajo mejor y acorde a mis gustos.

Dejo toda la comida que he comprado en su sitio, y me aseguro de que las medicinas están en perfectas condiciones. Aquí, en Estados Unidos, mantenerse con salud puede resultar muy caro, y más si te intentas recuperar de cualquier cosa. Una simple pomada te puede costar veinte dólares.

No obstante, cuando esparzo la fresca crema sobre mi estómago, me doy cuenta de que ha valido la pena.

Tumbada en el sofá, saco mi teléfono y llamo al número que he anotado.

—Motel Old Desert, ¿dígame?

La voz femenina que me responde me suena demasiado, casi más que el nombre del motel.

Es de Sanae, la chica japonesa que hizo la última traducción española conmigo. No tiene ningún tipo de acento, pues mientras que a mí sí que se me notan las cerradas entonaciones de Rusia, a ella la adoptaron cuando era un bebé, por lo cual, creció aquí, y habla perfectamente el inglés americano. Sus padres son los dueños del motel que está a tan solo unas cuantas calles de mi casa. Sé todo esto porque se pasaba las horas parloteándome acerca de su vida.

Y ahora, aparentemente, ella puede ofrecerme un trabajo que está a cinco minutos andando... qué coincidencia.

—Hola. Llamo por el anuncio del puesto de recepcionista. ¿Sigue en pie?—pregunto, en voz baja para que no se dé cuenta de que soy yo la que habla. Después, sé que eso es estúpido. Si voy a trabajar ahí, me va a ver de todos modos.

—¿Emma?

Al parecer, me ha reconocido instantáneamente. Sinceramente, de Sanae no me esperaba menos.

—Sí, ese es mi nombre.

—¿Qué te ha pasado? ¿Dónde estás? ¿Te has fugado de la ciudad? ¿Por qué ya no vienes a la uni?—inquiere, rápidamente.

Su tono de voz es alto y chillón. Al principio me irritaba, pero ahora ya me he acostumbrado. Que me haga tantas preguntas personales a la vez me incomoda... sin embargo, tomo aire intentando aparentar tranquilidad. Aún todo es muy reciente. Creo que cualquier cosa me puede volver sensible, pero ya he tenido suficiente tiempo para desahogarme: no voy a derrumbarme por teléfono con esta muchacha.

—Es... es una larga historia—murmuro.

—¿Pero vas a volver? ¡Necesito tu gran base de latín para traducir los textos de español y francés!—exclama, más como si me suplicara.

Sanae no me cae mal, pero sé que sabe aprovecharse de las situaciones cuando más le hace falta. Es esa la reputación que tiene en la facultad.

—Mira, Sanae... no... no lo creo. No te llamo como una compañera de universidad, te llamo para preguntar sobre el puesto de recepcionista.

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