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Emilio estaba dormido sobre las sábanas de la habitación en el barco, mientras que Joaquín estaba recostado a su lado, acariciando su rostro, y suavemente deslizaba su flequillo para verle el rostro.
Joaquín no sabía qué sucedía. ¿Perdería a Emilio, a su conejito? A su único compañero de toda la vida. No podía permitírselo, sin embargo, ¿Qué podía hacer? Él sabía que Emi, su conejo, algún día debería... Irse, por no decirlo en términos más... Realistas. Pero jamás se había detenido a pensar, ¿Qué sería de él?

Sabía que podría estar actuando como un dramático. A esta persona, no la conocía, después de todo. Pero conocía al ser interno. Sabía que a ese ser, le fascinaba dormir sobre su cuerpo y ocultar su rostro en su cuello por las noches. Sabía que roncaba cuando dormía con hambre. Sabía que se hacía el muerto cuando no quería caminar. Sabía que le fascinaba correr en césped, y sabía que le adoraba con todo el alma.
Joaquín sentía que estaba perdiendo la cabeza.

De pronto, Emilio balbuceó algo, y Joaquin se acercó a él. El chico había abierto sus ojos, aunque mínimamente aún, y le observaba ensueños. Joaquin le sonrió.

-Hola, Emi.

Emilio pestañeó un par de veces antes de caer sus ojos ante los de Joaquin. Emilio jamás vio a Joaquín lucir tan hermoso. Y, bueno, a decir verdad...

-Eres muy lindo, bebé.

Joaquín rió, sintiendo ternura en su interior por la confianza de Emilio al decir las cosas sin rodeos. Él, conociéndose a si mismo, no podría ser tan directo.
Sin embargo, sin meditarlo demasiado, Joaquin se acercó al castaño, y besó su frente por un par de segundos. Cuando retiró sus labios de esa zona, se sorprendió a si mismo al encontrarse con las mejillas sonrojadas de Emilio.

-Emi, ¿Sonrojado? Esto no es verdad. -Se burló Joaquin.

Emilio frunció el entrecejo inmediatamente, y bufó, de una manera adorable.

-Cállate, Joaco. Yo no te digo nada cuando te sonrojas.

-Es porque yo nunca lo hago.

Emilio esbozó una gran sonrisa antes soltar una carcajada. Joaquin, mientras observaba las risas de Emilio, se contagió del carcajeo a medidas que intentaba ponerse completamente serio.

-¿De qué te ríes, conejo tonto?

-¡Te he visto frambuesa un millón de veces, bebé! -Emilio dijo sonriendo ampliamente.

-¿Ah si? ¡Pruébalo!

Okay, lo cierto, es que Joaquín si tenías ciertas locas intenciones con el inocente conejillo. Sin embargo, él no quería apresurar las cosas. Sabía que a Emilio se le escapaba su lado coqueto, y solo estaba excavando, buscando la forma de que ese lado saliese a volar, para medir si realmente eran solo bromas, o Emilio realmente lo deseaba, y no de una manera únicamente sexual, o en el ámbito físico.

”Él también lo desea”.

¿De verdad era así? El corazón de Joaquin estalló de una divertida forma cuando la anciana dijo aquello. Últimamente, tenía extraños pensamientos donde los relacionaban a él, y a su mascota ya no su mascota, de una manera bastante... Específica y comprometedora.
Cualquier pensamiento fue desviado, cuando Emilio se posó sobre su cuerpo, y comenzó a hacerle cosquillas en los lugares correctos y precisos. 
Emilio lo conocía tan bien. Joaquin no sabía cómo era posible, si tan solo podía verlo. Nunca hubo un toque íntimo cuando estaba en su forma de animal, por supuesto que no. Pero, ahora, de humano, todo se sentía especial e íntimo. Todo se sentía... Demasiado afectivo. No era incómodo, no era molesto. Era sorprendentemente... Satisfactorio y llenador.  Su toque era especial, y... ¡No tenía palabras! ¡No podía describir lo que comenzaba a sentir en pocos días! ¡Muy pocos días!

Conejito «Adaptación»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora