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¿Maratón?


Cuando Joaquin abrió la puerta, sus ojos se encontraron con un muchacho sonriente, bastante joven, que al verlo, pareció avergonzarse un poco. Sus mejillas se tornaron rosas y una sonrisa tímida pasó por sus labios.

-Ho-hola, eh... ¿Joaquín? -Pregunta con una pequeña sonrisa.

Joaquin se extraña, pero asiente. Observa que el muchacho lleva un traje de camarero. Lee su nombre en su camisa.

"Eduardo Barquin".

-Vengo a informar que se hará un musical a las diez. Hay una mesa reservada para usted y -leyó un papel que llevaba en sus manos- Emilio Osorio. Me gustaría confirmar su asistencia o solicitar la mesa.

En ese momento, Emilio entra a la escena, sin su camisa, y escudriñando con una mirada curiosa al joven muchacho.
Mira a Joaquín, curioso, y alza sus cejas. Estaba serio, y eso no era algo normal.

-¿Qué sucede?

Joaquín se sorprendió de lo grave que escuchó hablar a Emilio. Su voz baja y ronca provocaron algo en su interior que se obligaba a no profundizar. No podía simplemente pensar que su conejo era guapo. Porque era un conejo. Mitad humano. Pero volvería a ser un conejo, ¿O no?
No podía pensar estupideces.

-Habrá una función a las diez... ¿Quieres ir? -Le preguntó Joaquín a Emilio.

Por alguna razón, Emilio pasó su brazo por la cintura de Joaquín, atrayendo su cuerpo junto al propio, sorprendiéndolo.

-Claro, Bebé. -Pudo sentir que Emilio besó su cabeza. Se sonrojó.

El muchacho frente a ellos, bajaba la cabeza avergonzado.

-Bu-bueno, confirmaré que estarán ahí. Muchas gracias, disculpen la molest...

-Si, si, adiós.

Y Emilio cerró la puerta en el rostro del chico.

¿Qué faceta del muchacho era esta?

Joaquin se volteó, observando la ancha espalda de Emilio tensarse por un momento, a la par que observaba a Joaquín por sobre su hombro.

-Yo... 

-No sabía que los conejos mágicos hacían escenas de celos. -Se burló Joaquin.

Emilio suspiró, y volteó a verlo, con una expresión algo lastimera, pero fue lo suficientemente corta, para que volviese a sonreír cabizbajo, y comenzar nuevamente a hablar como lo había conocido hace dos horas.

-Yo tampoco lo sabía. Tu persona siempre ha causado demasiado en mi interior. -Dijo honesto- Cuando tenías dieciséis, sufrí mucho interiormente. Te estabas haciendo tan guapo. -Emilio lo observaba con ternura- Eras precioso. Lo eres, en realidad. Pero, a tus dieciséis, me encantabas muchísimo. Eras muy lindo, muy risueño... Pero siempre llorabas cuando nadie estaba en tu habitación... -La mirada de Emilio se oscureció- Primero fue por tu madre, y después fue por Mauricio... -Su voz comenzaba a endurecerse- Yo estaba muy furioso, porque no podía hacerte feliz. -Emilio se acercó lentamente a un Joaquin inmóvil- Pero ahora puedo, Joaco, ¿Puedo?

Pero Joaquin estaba absorto.
Cuando Emilio lo zarandeó delicadamente una vez, volvió a la tierra, irónicamente, encontrándose con los ojos de Emilio teñidos verde, a la par que le observaba ilusionado.

-¿Q-qué...?

Emilio sonrió, y posó sus manos sobre el cuello de Joaquin, a ambos costados.

-Quiero hacerte feliz, bebé. Tengo muchas ideas para que seas feliz. Déjame hacerte feliz... Yo lo necesito... Joaco, ¿Puedo... Podría... Cielos... ¿Puedo hacerte feliz, Joaquin? ¿Me lo concedes?

Joaquín sonrió enternecido. Nadie podría haberle dicho algo más hermoso. Solo él, y era extraño, pero Joaquin creía fervientemente en Emilio. Era parecido a tratar con un mejor amigo. Un mejor amigo híbrido. Que es naturalmente un conejo. Pero en fin, mejor amigo.

Y Joaquin no supo qué fue, pero se lanzó a los brazos de Emilio con una fuerza sorprendente y unos ojos lagrimosos.

-Ya lo haces, Emilio... Siempre me has hecho muy feliz...



...

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Conejito «Adaptación»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora