Capítulo 24

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POV Peeta.

Miré mi reloj por quinta vez en el día y me enterré de nuevo en el papeleo de clientes y en muchas de las acciones de mis empresas tratando distraerme. El teléfono sonó haciéndome saltar en mi silla del susto. Demonios. Grace, mi nueva y muy necesaria asistente, dijo:

— Señor Abernathy, su padre está en la línea.

— Dile que estoy en una reunión.

— Me dijo que era importante. Creo que está fuera de su oficina —suspiré un poco molesto. Llevaba semanas ignorando sus llamadas y seguía sin querer hablar con él desde el último día que nos vimos en el juzgado. Habían pasado tres semanas de eso.

Tres semanas, es decir, 21 días o 504 horas o 30,240 segundos. No es que estuviera contando el tiempo, pero eran los días que Kat, llevaba libre y los días que yo llevaba sin verla.

— Bien —dije entre dientes y levanté el teléfono.

— ¿Puedo pedir que me dejes entrar a tu oficina o necesitas una cita agendada con tu nueva secretaria?

— Entra y dile a Grace, que necesito las copias del manuscrito de Lace Vanigan, en mi escritorio.

Mi padre colgó y la puerta se abrió antes de que me fuera posible pensar en que decir. Mi madre estaba con él y me levanté a abrazarla tratando de ser educado.

— Estás demasiado ocupado últimamente —suspiró en mis brazos.

Le sonreí sin dejar entrever nada. No quería hablar con nadie sobre nada que no me concibiera hablar. Mi vida privada, por ejemplo. Y no es que a mis padres les interesara mucho, pero desde que había ganado el caso Everdeen, tenía más trabajo del que podía imaginar.

— Sabes que amo mi trabajo. —le dije mintiendo. No quería decir que estaba ignorándolos a propósito. Caminé tras mi escritorio para abrir una carpeta fingiendo atención antes de decir:

— Siéntense.

— Esperábamos poder invitarte a almorzar hijo.

Mi madre dio la vuelta en mi escritorio y me cogió por los hombros. Cerré mi carpeta, que estaba al revés. Miré la hora de nuevo y dije:

— Tengo una reunión en una hora, así que supongo estaría bien.

Mi madre aplaudió como Johanna, lo hacía cuando conseguía algo y me hizo sonreírle.

Caminé al restaurante con ellos, el cual estaba en la misma manzana de mi trabajo y de pronto mi madre se giró diciendo:

— Espero no te importe que tú hermana y su prometido nos acompañen. Séneca, tiene una hermosa hermana que quiero que conozcas.

Solo entonces fui consciente de lo que mis padres estaban haciendo. Mi madre estaba seguramente jugando a cupido y yo era el estúpido conejillo de indias.

El restaurante estaba lleno de personas que me conocían y sería un escándalo si me giraba y me iba negándome a tener que sentarme en la siguiente hora con mi familia, el imbécil intento de prometido de Johanna, y su hermana.

Mierda.

Caminé hasta la mesa y Johanna, se levantó sonriéndome un poco. Llevaba maquillaje que nunca le había visto usar y estaba vestida como si su embarazo no solo tuviera unas cuantas semanas. Iba vestida como si ya estuviera a punto de ser madre de un niño del siglo XVI: su vestido era demasiado grande y ella parecía una niña pequeña vestida con él. Su cabello estaba en un moño recogido escondiendo sus orejas.

Séneca, también se puso de pie junto a una muy hermosa y plástica rubia delgada de ojos verdes, quien me sonrió suavemente como si yo fuese una presa. Ella no iba vestida para un convento, estaba seguro de eso por su blusa escotada. Era una mujer muy elegante, no podía negar eso. Me lanzó una mirada extraña. Conocía esa mirada. La mayoría de las mujeres a las que había conocido querían de mí una de dos cosas que podían, según ellas, obtener: sexo o dinero. Y no obtenían ninguna porque yo no era un idiota, ya había pasado por eso en mi matrimonio con Glimmer y no había quedado invitado a volver a hacerlo.

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