CAPÍTULO I - ELEGIDO

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Todos nos miramos ansiosos, mientras se abría la puerta de caoba.

Cindy se asomó, dejó ver sus negros y enormes ojos y volvió a desaparecer, cerrando delicadamente. Todos los demás lucían expectantes, desesperados, felices o inquietos. La escena era similar a la de un grupo de personas escondidas en la oscuridad de una habitación, preparadas para gritar: ¡Sorpresa! a la llegada del cumpleañero.

-¡Obtuve el puesto! - dijo, sonrojada, lo que era muy poco común en ella.

Todos se emocionaron enseguida y la felicitaron, aunque, para los que no habíamos sido entrevistados, aquello supuso mayor tensión.

Cindy se había postulado para el departamento de Investigación Médico-Científica. Ella estaba un paso adelante de todos nosotros. Se graduó con honores y su tesis había sido publicada y recibida entre los lectores con mucho éxito. El resto de los presentes, sólo se postuló para Terapeutas Generales.

No dejó de saltar como una niña, lo que tampoco era habitual en su comportamiento. Sus cabellos lacios, con destellos naranjas, se movían por doquier. No fue sino hasta que una enfermera pasó y nos miró fijamente, cuando recordamos que aquello era una clínica y debíamos guardar silencio.

Las vacantes eran escasas y, por lo general, eran asignadas a psicólogos egresados de la Universidad de Lago Estrella. Esto era, prácticamente, una tradición, aunque siempre había alguna excepción. Compañeros que emigraban, o que conseguían poner sus propios consultorios, o que no aplicaban dentro de los requisitos de la clínica, entre otras cosas.

Habíamos sido treinta y cinco los estudiantes que logramos graduarnos este año. Diez de nosotros nos habíamos postulado, y sólo a ocho nos llamaron a entrevistas. Lo más probable, era que sólo quedásemos seleccionados la mitad, o menos.

Ver a mi mejor amiga, recién graduada y recién contratada, había representado uno de los momentos más gloriosos de mi vida. Cindy me sonrió y nos apartamos del grupo. Luego, palmeó mi hombro.

-Todo pinta bien – me dijo y, de inmediato, miró al suelo.

Cindy no era de esas personas que acostumbra mirar a los ojos. ¡Se veía tan diferente sin sus piercings! También se había maquillado la pequeña estrella negra que llevaba tatuada en el cuello. Tenía miedo de que la juzgaran.

Yo podía entender su emoción, a pesar de que para mí sólo era un trabajo, pero, para ella se habían materializado los sueños de toda su vida y los de su madre, que había muerto cuando Cindy estaba justo a mitad de la carrera.

Había vivido tiempos difíciles. Pero ahora estaba allí, triunfante, y por eso su sonrisa era la de nunca antes.

-Son esa clase de cosas las que hay que disfrutar – le dije, atravesando por uno de esos momentos de sinceridad que brotan raramente de mí.

Pero, en realidad, lo que traté de decir fue, que siempre que algo bueno sucede, inevitablemente, algo malo viene en camino.

Ocurrió cuando la gerente de Recursos Humanos asomó su pequeña cabeza por entre la puerta, miró una carpeta, e hizo un barrido rápido con la vista.

-¿Cardonay? – preguntó, mirando con desespero a su alrededor.

Su actitud me recordó a la de los roedores cuando rastrean alimentos con sus narices.

-Yo – respondí, moviendo mi mano, tragando saliva, esperando a que dijera: "nos equivocamos, tú no calificas, puedes regresar a tu casa" o algo parecido.

-Puedes pasar – dijo y sonrió.

Hablaba tan rápido que mi cerebro tenía que tomarse su tiempo para ir uniendo las palabras. De todo lo que alcanzó a decir, en tan corto tiempo, sólo entendí claramente: "recibimos una llamada".

Las Crónicas de Lucero AmaralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora