CAPÍTULO III - DESPEDIDA

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Iba en el asiento del auto mirando las pequeñas formaciones boscosas que se dibujaban antes de llegar al instituto. Papá no me había dicho una palabra desde que salimos de casa y yo ni siquiera le había mirado la cara.

-¿Crees que no quería que me despidiera de ella?

-No lo sé, hijo – dijo, arrugando el ceño.

-¿Tú crees que estoy haciendo lo correcto?

-No lo sé, hijo – repitió, monótonamente.

-¿Hay algo que sí sepas?

Soltamos una carcajada ambos. No sé cuánto tiempo había pasado desde que no reía así con papá.

-En realidad, si. Sé que todo lo que te propongas, lo harás bien. Te propusiste esto y sé que harás lo mejor que puedas.

-¿Lo mejor es lo correcto? – pregunté, pensativo.

-¡Por el amor de Dios! ¿Quieres dejar de preguntármelo todo? – dijo, nervioso, y yo solté una pequeña risita.

Volvimos a pasar por el camino de piedras y papá se estacionó frente al instituto. Toqué el timbre y Cristina asomó sus grandes ojos marrones. Me miró de arriba a abajo y sonreí por cortesía. Ella se obligó a sí misma a reaccionar.

-Puedes mover tu auto hacia la parte de atrás, le diré a Pilar que salga a ayudarte.

-Gracias – respondí, formal.

Ella sonrió con algo de emoción. Aunque yo trataba, no podía entender por qué llamaba tanto su atención, o al menos eso me transmitía. Di media vuelta y le dije a papá:

-Anda, papá, mueve la camioneta a la parte de atrás.

Él miró hacia el frente y asintió, aunque no hubiese un sendero fijo. Todo era pasto y tierra, pero la camioneta pasó cómodamente.

La parte de atrás del edificio era muy parecida a la del frente, pero con algunos balconcillos que sobresalían y que tenían un matiz de color un poco más oscuro que el resto de la estructura.

Había una puerta de metal hacia el lado derecho, y yo supuse que por allí saldría la joven que Cristina había mencionado, así que le hice un gesto a papá para que estacionara en retroceso y así poder descargar mis cosas fácilmente. Mientras papá maniobraba la camioneta, me preguntó:

-¿Qué edad tienen las enfermeras en este lugar? La joven de la puerta lucía muy joven, casi como una adolescente.

-No tengo idea, se llama Cristina, sólo la he visto a ella y a otra que parecía mayor.

En realidad, yo no sabía nada. Pero la pregunta de papá me hizo pensar en que quizás el "jefe" las prefería jóvenes y lindas. Cuando vi por el espejo retrovisor, me arrepentí de aquel estúpido pensamiento.

La mujer que Cristina había mencionado, había resultado ser de unos cincuenta años, con piel oscura, rizos definidos, ojeras fuertes y mirada cansada.

-¿Joven Cardonay? – Preguntó, colocándose frente a la ventana de la camioneta.

Su uniforme era blanco, como el de las demás, pero ella usaba, en lugar de falda, pantalones, y un suéter blanco de poliéster.

-Si, soy yo – asentí, con una sonrisa.

Ella extendió su mano para saludar, y yo la estreché.

-Es un placer. Yo soy Pilar Moreno, jefa de enfermeras. Le mostraré su habitación. Puede ir descargado sus pertenencias.

-Claro, claro – respondí, algo despistado.

Abrir la puerta. Ella se apartó un poco y yo le pedí a papá que abriera el maletero. Bajé, con esfuerzo, las dos enormes maletas. Pilar me observó con seriedad, y me dijo:

Las Crónicas de Lucero AmaralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora