CAPÍTULO IV - MIEDOS

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Pilar me había conducido a un cuarto, cerca de la oficina del señor Amalio, estaba bajo llave. Cuando entramos, encendió la luz. No era pequeño, sin embargo lo parecía, porque había muchos estantes y archivadores alrededor. Todos los estantes estaban repletos de cajas. Las cajas marcaban fechas, nombres y códigos que no podía asociar con nada. Pilar notó mi impresión.

-No se preocupe, joven Cardonay. Lo que a usted realmente le interesa, está a la mano.

Señaló justo al lado de la puerta, y pude ver un archivador negro de cuatro compartimientos.

-Aquí está toda la información de los pacientes de la Sub-Unidad, el historial médico, diagnóstico, tratamiento, información personal, contactos de emergencia.

Había alrededor de treinta carpetas, todas con demasiados papeles dentro. Miré, sorprendido.

-Hay mucho por hacer. Tendrá un par de meses de buena lectura. Si yo fuese usted, ignoraría el consejo de Amalio de tomarlo con calma y comenzaría a leer desde este momento ¿Qué opina?

Mi gesto estupefacto le dio la razón.

-Claro - me limité a decir, haciéndome a la idea de que me trasnocharía.

Me tocaría desempacar y después, obligatoriamente, dedicar un par de horas a la lectura. Un maravilloso primer día.

-Pero no ponga esa cara, es obvio que no tiene que estudiarlo todo en una sola noche. Con una carpeta por día basta. Poco a poco, conocerá a los pacientes. Estoy segura de que en un mes tendrá el control.

-¿Cuántos pacientes hay?

-Treinta y dos. Todos son de cuidado especial, son muy delicados. Algunos de ellos pueden ser peligrosos, por eso deben mantenerse bajo llave.

Me sorprendí.

-¿Encerrar a las personas no es ilegal?

-Hay leyes que indican que cuando una persona está incapacitada mentalmente, sus familiares pueden tomar decisiones por ella. Incluso, pueden llegar a tener una orden judicial. Vaya ¿Qué les enseñan a los jóvenes en esa universidad?

Me sentí regañado y pensé que, definitivamente, debí prestar más atención a la clase de Marco Clínico Legal. Pilar me miró como quien le entrega un arma a un niño.

-Trataremos de que usted no se involucre con estos pacientes durante la primera semana. Eso sí lo haremos como el señor Amalio prefiere.

-Poco a poco - contesté.

-Exactamente, veo que nos vamos entendiendo. Iniciemos con algo muy simple.

Me colocó sobre los brazos una carpeta que pesaba unos tres kilos.

-La dulce y tierna Soledad, es una de nuestras pacientes favoritas. Poco o nada problemática. Le decimos "Sole", de cariño.

No terminaba de entender lo fácil que se le hacía resumir en apenas dos o tres frases, tres kilos de información.

-Entonces, "Sole" es la más tranquila - afirmé, mirando la carpeta.

Pilar asintió y continuó checando de cerca unos papeles que estaban sobre el archivador negro, parecían reportes de enfermeras.

Miré hacia el fondo del cuarto, había más archivos y estantes. Me adentré. Una caja más grande que el resto llamó mi atención. Tenía escrito, en marcador negro, "1874". Estaba a punto de abrirla, cuando Pilar interrumpió.

-La información de este cuarto es clasificada, joven Cardonay. No la tenemos bajo llave por ser algo que nos encanta compartir - agregó, con sarcasmo - imagino que esas cosas sí las sabe: la importancia de la confidencialidad de archivos médicos... - me miró para confirmar.

Las Crónicas de Lucero AmaralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora