La niña de los ojos negros había vuelto. Me miraba y sólo éramos los dos en la infinidad del lago. Todo a nuestro alrededor había desaparecido.
Sonrió. Alzó su mano empuñada frente a mí, guardaba algo. Poco a poco la empezó a abrir, tenía una llave. Me hizo señas con sus ojos para que la tomara. Lo hice y admiré lo brillante del objeto.
Al cabo de unos segundos, no pude respirar, traté de hacerlo y fue imposible. Me desesperé, la niña de los ojos negros se perdió entre un haz de luz oscuro y yo quedé solo en una inmensidad infinita. Abrí los ojos de un golpe.
-¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! ¡Cálmate! ¡Aquí estoy! - Cristina me tomó de la mano.
Me tomé un par de segundos para respirar, sentí la garganta cerrada, mi cabeza ardía y estaba bastante débil. Ella respondió a mi rostro confundido.
-Tienes una infección respiratoria. Lo siento mucho, Santiago.
Tenía una intravenosa colocada y estaba al lado de un nebulizador. Me tomé un par de segundos para analizar cómo se sentía mi cuerpo.
-¿Qué tan grave estoy? - le pregunté a Cristina. Ella estaba preocupada, lo podía ver en su rostro.
-Y no me mientas.
La peor parte de ser médico es que sabes cuando otro te oculta la verdad.
-Ya pasó la peor parte, ha disminuido la fiebre y sólo queda controlar el resto con medicinas. Si guardas reposo, estarás bien.
Tenía un brazo con vendas.
-La herida que te dejó Valeria nunca cicatrizó completa y se infectó un poco, creo que has estado mucho tiempo en el agua. La exposición al humo y tantas horas en el lago te causaron la infección respiratoria. Pero te pondrás bien - explicó Cristina.
"Posibilidad de daño permanente en los pulmones", leí un informe que estaba en la mesita de noche. Ella cerró la carpeta.
-Es una probabilidad muy baja. Repito, te pondrás bien - agregó, con una sonrisa.
-No es que tenga opción, debo ponerme bien. ¿Dónde está Lucero? - pregunté, sentándome en la cama y analizando cuál sería la mejor manera de retirarme la intravenosa sin tanto dolor.
-Mientras has estado inconsciente, Lucero ha mandado a limpiar incontables veces la fuente y se la pasa abriendo hoyos en la tierra a su alrededor. Cuando no te está cuidando a ti o al señor Amalio, eso es lo que hace. Está todo muy extraño aquí últimamente - explicó.
Ella estaba de espaldas, acomodando en una mesita mis medicinas, cuando se dio la vuelta ya yo estaba de pie. Había encontrado la manera de retirarme la intravenosa. Ella dejó caer un frasco de la impresión.
-Bien, esto es lo que va a pasar: tú vas a cambiar este informe y vas a colocar que yo estoy bien, que con un par de días de reposo y las medicinas, estaré como nuevo - le dije, con una sonrisa. Ella me miró como si estuviera loco, en el fondo sentía que ya lo estaba.
Fuí a mi habitación y me cambié de ropa. Me sentía débil, pero tenía demasiada adrenalina y eso compensaba la condición de mi cuerpo.
Salí por la entrada principal, caminé hacia la fuente, Lucero estaba sola viendo el lugar, pensativa. Tenía varios libros viejos a su alrededor.
Me detuve, antes de llegar a ella. Cuando sintió mis pasos, volteó:
-¡Estás de pie! - me miró de arriba a abajo, corrió hacia mí, me abrazó y me dio un dulce beso.
-¿Cómo te sientes? - preguntó, viéndome por todos lados.
-Como nuevo, Cristina asegura que con tomarme las medicinas estaré bien.
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Las Crónicas de Lucero Amaral
Mistero / ThrillerSantiago Cardonay es un psicólogo clínico recién graduado, que al poco tiempo es extrañamente recomendado como médico residente a la Unidad Especial de la clínica psicológica Lucero Amaral, ubicada en las afueras de su ciudad. En un edificio antiguo...