CAPÍTULO VII - L.A.L

106 64 3
                                    

Habían pasado un par de días desde que envié la carta a Cindy, estaba seguro de que su respuesta llegaría en cualquier momento y no sabía cómo sentirme ante eso.

A su vez, Sole ya se había recuperado de su última crisis, por desgracia su mente había bloqueado lo sucedido, recordaba poco o nada, algo perfectamente normal en pacientes de su condición.

En todo ese tiempo había intentado esquivar a Pilar, sólo hablaba con ella lo estrictamente necesario. Luna, Cristina y Sole hacían mis horas en el instituto más llevaderas. Entre tanto tiempo, ya había podido leer casi la mitad de los expedientes, todos estaban desactualizados.

Tenía que empezar el proceso de observación y diagnóstico en cada uno de los pacientes, estaba lleno de trabajo, pero eso me gustaba. Podía ignorar cualquier cosa que pasaba a mi alrededor: las luces que se encendían y apagaban solas, los pasos que siempre escuchaba tras de mí, las sombras y los ruidos inexplicables, estaba aprendiendo a convivir con los fantasmas, quizás hasta me estaba convirtiendo en uno de ellos.

Estaba en mi habitación, leyendo el expediente de una paciente con problemas de agresividad, cuando sentí mi estómago rugir. Revisé la hora y era pasada la media noche, me había saltado la cena.

Algunos días no se me antojaba verle la cara al personal, mientras comía. Por mi mente pasó por un segundo ir al cuarto de Luna, quizás conversar con ella un rato ¡Vaya locura! Las cosas estaban calmadas con Pilar ¿Para qué invocarla? Así que decidí ir por un bocadillo a la cocina. Subí en el ascensor, pasé por el comedor y vi la luz encendida. Me acerqué poco a poco y escuché ruidos de objetos sonando.

Alguien más estaba preparando un bocadillo nocturno. Me acerqué, confiado, y apenas moví un poco la puerta para pasar, escuché un estruendo. Una figura se deslizó rápidamente hacia el cuarto pequeño del lavaplatos. Sin dudar, abrí la puerta de un golpe, había un sándwich en la mesa a medio terminar.

-Hola. Sé que estás allí - dije, mirando hacia el cuarto de lavaplatos.

Pude ver unos pies y, por sus zapatillas, supe que era una mujer.

-Hola, soy yo, el doctor Cardonay. No hay problema, puedes terminar tu sándwich y luego yo uso la cocina. ¡Ah, lo siento! De seguro estás en pijama ¡Qué vergüenza! Disculpa, termina tranquila. Yo subiré luego

Estuve a punto de salir, pero me frené en plena puerta. Mi mente calculó todo enseguida: ninguna de las enfermeras era tan tímida para esconderse, o no hablarme siquiera. Esa estatura era distinta, casi de mi tamaño, ninguna de las muchachas era tan alta. Había una persona que vivía más de noche que de día, lo suficiente como para hacerse un sándwich de tres pisos a mitad de la madrugada. Lo supe: la persona que estaba en el cuartito era LAL.

-Sé quién eres. La paciente treinta y tres, la que pinta los cuadros.

Seguía sin contestar nada.

Me acerqué poco a poco. Tenía una falda larga. Intenté acercarme más para ver su rostro.

-¡Por favor, no!

En su voz pude sentir el miedo, estaba aterrada. Me frené. Recordé lo que me había dicho Sole: "a ella no le gustan las personas".

-Está bien, no lo haré. Puedes confiar en mí. Me gustaría conversar un día contigo, o una noche, me han dicho que eres nocturna. Tengo mucha curiosidad sobre tus pinturas.

A pesar de que yo retrocedía, ella se ocultaba cada vez más.

-No tienes por qué temer, no te haré daño, me iré para que puedas comer tranquila. Sólo voy a tomar un par de galletas, porque estoy hambriento y tengo que estudiar toda la noche.

Las Crónicas de Lucero AmaralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora