Santiago Cardonay es un psicólogo clínico recién graduado, que al poco tiempo es extrañamente recomendado como médico residente a la Unidad Especial de la clínica psicológica Lucero Amaral, ubicada en las afueras de su ciudad. En un edificio antiguo...
Seguí la corteza de los árboles que estaban recién arrancadas. Empezó a caer la tarde, pero había suficiente sol como para notar todo con claridad. Estaba emocionado porque sabía quién me esperaba.
Llevaba caminando más de una hora y estaba agotado. Escuché el sonido del agua corriendo. Apresuré el paso y, cuando divisé a lo lejos, noté un riachuelo. Tenía piedras pequeñas a su alrededor. El agua era casi cristalina. Lo seguí, camino arriba, y se hacía cada vez más pronunciado. Llegué al punto donde se originaba, era una pequeña laguna sobre una colina, rodeada de pinos.
Era hermosa. Pude ver piedras y pequeños peces. Me senté en la orilla, me quité los zapatos y sumergí los pies. Después de casi una hora caminando, sentí un alivio profundo con el frío del agua.
-¿Fresco no? Este es mi lugar secreto - dijo, Lucero asomándose detrás de un pino.
-¡Hiciste trampa! Marcaste algunas cortezas demasiado ligero, casi ni podía distinguir - me quejé.
-¡Eres un tonto! - dijo, lanzándome una piedra pequeña que logré esquivar.
-Y tú una persona violenta con problemas de ira - la acusé, entre carcajadas.
-Por favor, doctor, ¿podría no analizarlo esta vez? - se sumergió sensualmente en el pequeño lago y dio un par de brazadas, hasta llegar a mis pies.
-Ni lo pienses - le dije, cuando sacó su cabeza a la superficie.
-Te traje ropa, así que puedes mojar la que traes puesta. Por favor, solo un ratito, en serio me gusta aquí, es mi lugar especial.
Me suplicó, nadando hacia el centro. Resignado, me quité la camisa y la coloqué sobre una roca cercana. Luego, me sumergí.
-Tenemos que dejar de hacer esto, un día alguien nos va a ver y ese día oficialmente moriré de vergüenza.
Ella se abalanzó sobre mí en el agua y acercó su rostro al mío.
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-Nadie nos va a ver, la gente de Alerón está más hacia el norte y desde aquí se ven las casitas de Aguas Azules en la montaña, estamos justo en la mitad, el lugar perfecto.
Tenía razón, por entre los pinos, a los lejos se podían ver algunos techos.
-Además, esta es mi propiedad. Así que, técnicamente, no estoy haciendo nada indebido.
Sonreímos y nos besamos apasionadamente. Empecé a quitarle el vestido y ella a besar mi cuello desesperadamente. La aparte de mí y nos miramos a los ojos.
-Te amo. No sé por qué, no hay explicación y sé que no tenemos mucho tiempo, pero sí, te amo.
Ella me observó, esperando una respuesta y yo sólo quedé boquiabierto.
El sonido de una rama quebrándose, nos hizo voltear. Lucero se puso el vestido y caminó sigilosa hacia la orilla.