4. Amanecer

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El frío aire de la costa golpeando la parte baja de su delgada espalda fue suficiente como para hacerle abrir los ojos. Por un instante lo único que llegó a sus oídos eran las fuertes marejadas cercanas pero pronto notó una suave respiración sobre su cabello. La confusión le ganó por un momento, preguntándose dónde estaba y qué hacía allí. Levantó la mirada, encontrándose con Jotaro, quien parecía estar preso del sueño más pacífico del mundo.

Sonrió, recordando lo sucedido, agradeciendo que todo había salido mejor de lo esperado. Una extraña claridad entraba por las ventanas rotas de la embarcación, preguntándose si acaso la luz de la calle había cambiado repentinamente. Lo besó con suavidad antes de acurrucarse en su pecho desnudo, contando vagamente las cicatrices que sus ojos le permitían ver de tan cerca que estaba. Palpaba con torpeza uno de sus bolsillos con la mano, tomando su celular con el fin de descubrir cuánto tiempo había durado aquella siesta.

Era imposible que estuviera amaneciendo, los murmullos de personas, no eran tales, estaba seguro de eso. Lo que oía allá afuera de seguro eran los lobos marinos o quizás algún otro grupo animal acuático que peleaba por mantener su territorio nocturno en la playa. No podían ser los pescadores que iban en la madrugada o mariscadores ilegales, la zona estaba en veda debido a la sobreexplotación de ostras, locos y cangrejos y dichas actividades solían comenzar después de las cinco de la mañana. Él mismo estaba tomando unas vacaciones forzadas debido a la misma razón, gastando el fondo de emergencia de sus ahorros para no molestar a su tío con sus caprichos.

Era de noche, definitivamente lo era. Tal vez solo estaba medio dormido y alucinaba con la luz del sol y el murmullo de personas entrando por la ventana...

—Mierda.

Su sangre se heló apenas vio la pantalla, sintiendo como su felicidad desaparecía a la vez que un profundo terror se alzaba con fuerza en su pecho. Su estómago comenzó a doler más que cuando Jotaro lo ido a buscar, sintiendo que las náuseas producidas por los nervios ya no eran tales sino que rápidamente cambiaban a puñales siendo clavados de adentro hacia afuera.

Faltaban ya pocos minutos para que dieran las ocho de la mañana. Descubriendo que llevaba fuera de casa toda la noche, o diez horas para ser exacto, preocupando sin razón a su familia y las veinticinco llamadas perdidas de su tío se lo confirmaban.

Estaba muerto, ahora sí que estaba muerto.

—Jotaro.

Lo sacudió suavemente hasta despertarlo, encontrándose con su mirada, tanto o más viva que la de anoche, tranquilizándose un poco. Pero eso no era lo suficiente como para olvidarse de la desgracia que le esperaba una vez regresara. Recibió un beso bastante tierno comparado con la tosca faceta que el tritón le había mostrado durante el último tiempo, sintiendo como fría la cola en la que estaba sentado cambiaba lentamente hasta dividirse en un par de piernas.

—¿Pasa algo?

—Debo irme.

Asintió, levantándose casi al mismo tiempo que él, chocando varias veces por el reducido espacio en el que se encontraban. Arreglaron su ropa con prisa, tomando de regreso su chal y acomodándose los zapatos llenos de arena.

—¿Quieres que te acompañe?

—Estaré bien—mintió.

Le sonrió antes de salir de la embarcación. Tomando su mano en todo momento para asegurarse de transmitirle su cariño sin falta. Intentó avanzar con cuidado una vez fuera, cubriendo su cabeza con el chal, esperando no ser visto por los transeúntes, y así no levantar rumores raros, los que no tardarían en llegar a los oídos de su tío, agrandando incluso más el asunto.

Un vals entre las olas  -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora