15. La cueca de los fugitivos 3: Valentía

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El viento helado que se filtraba desde el exterior de la gruta terminó por despertar a Kakyoin con un incómodo temblor que lo recorrió de pronto. Miró a su alrededor con desgano, notando como el suave mecer de las aguas indicaba que el grupo de seres acuáticos continuaba descansando en las profundidades.

El frío de su cuerpo era tal que no tuvo otra opción que levantarse, calzarse sus sandalias y caminar en silencio en dirección a la salida. Llenando su cabeza con la idea de recorrer los muelles cercanos en busca de algún pescador amable que le vendiera un poco de su bebida caliente.

Intentaba centrarse en esa misión a toda costa, después de todo, el plan que Jotaro había armado junto al sumpall Weather no hacía más que inquietarlo a tal punto que lo único que sentía era un intenso miedo. No entendía muy bien lo que sucedía e implicaba el asunto, todo eso de las serpientes ancestrales y de su conflicto y resurgimiento actual parecía sacado de alguna clase de historia de fantasía.

Por otro lado, tampoco era como si pudiera hacer mucho para ayudarlos, a pesar de haberse ofrecido como soldado en esa guerra tan extraña no era más que un simple pescador indefenso que apenas había usado un cuchillo en su vida para defenderse de un par de leones marinos que intentaban robarle su captura.

Su cuerpo, además, no estaba hecho para sobrevivir en el agua, era frágil físicamente, no tenía ninguna clase de poder que lo hiciera especial, a diferencia del par de sumpall y mucho menos podía sanar a otros como F.F.

No podía evitar sentirse inútil e impotente. Para peor, las Trempulcahue le habían advertido de algo terrible, lo suficiente como para hacerlo sentir deseos de tomar sus pertenencias y regresar a su casa con sus tíos y esconderse hasta que todo hubiese pasado. No obstante, al mismo tiempo sentía que si no tomaba ese riesgo Jotaro no podría salir victorioso en su lucha.

Un paso fuera de la gruta fue suficiente como para relajar un poco el calambre en el que se contraía su estómago producto del intenso miedo que sentía. El frío, a su vez, le era casi tan insoportable como antes, haciéndolo temblar inconscientemente. Aunque para fortuna suya la oscuridad previa al amanecer era un tanto gratificante para su corazón.

Llevó sus manos al cuello, tomando el amuleto de perlas que colgaba delicadamente de su cuello. Alzándolo por sobre su cabeza hasta retirarlo. Miró el cielo a través de este, movido por un impulso indescriptible, que de alguna forma u otra, le decía que quizás algo sucedería si lo hacía.

Los colores y las primeras luces colándose desde atrás de las perlas lo hizo suspirar, admirando la belleza que parecía darle las fuerzas que tanto buscaba. Sonrió, devolviendo el collar a su sitio. Besándolo suavemente antes de soltarlo, dándole una pequeña e infantil idea a raíz de su nueva racha de confianza.

Las palabras de las ancianas bailaron en su cabeza, haciendo que se olvidara completamente de sus deseos de beber algo caliente y se reemplazaran por una sensación de angustia. Se sentó en la arena húmeda tras caminar hasta la bahía, empapando sus pies con el agua salada que entraba por sus sandalias. Llevó sus manos al los bolsillos, buscando suavemente aquella pelusilla que había guardado antes de partir a la playa sur sin que sus tíos se enteraran.

No pudo evitar pensar en ellos en las bromas de Jean Pierre y la paternal seriedad proveniente de Mohammed. Retirando al mismo tiempo sus temblorosas manos hacia el exterior. Preguntándose si ya se habían dado cuenta de su desaparición, qué medidas estaban tomando al respecto y si era un mal hijo por hacer algo así. No quería sentirse culpable, no obstante, no podía sentir algo distinto.

Apretó su mano derecha, besando la pelusa con delicadeza, pensando en todas las cosas que siempre quiso decir a sus tíos pero que nunca pudo hacer. A su vez, pedía perdón sin detenerse, una y otra vez agregándole o quitándole excusas a su súplica, esperando que esas palabras fueran lo suficientemente claras como para no tener que hacerlos sentirse mal en caso de fallar y no ser capaz de regresar a casa y enfrentarlos.

Un vals entre las olas  -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora