6. Trabajo

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Avanzó sin mucha prisa hacia la costa, posando firmemente sus pies sobre la infinita arena que daba inicio a aquella playa que conocía casi tanto como la palma de su mano. Todos sus recuerdos importantes comenzaban allí, como la vez que aprendió a nadar, el matrimonio de sus tíos, su instrucción como pescador, su primer trabajo, su primer bote, la vez que se enamoró...

Miraba con detenimiento en todas las direcciones posibles, buscando a Jotaro sin descanso, fijando sus ojos incluso más allá del roquerío donde siempre se juntaban para pasar el rato. El sol comenzaba a esconderse, luciendo como si estuviera siendo tragado por las pacíficas olas que se teñían poco a poco en una transición que iba desde el anaranjado hasta un oscuro violeta.

Era imposible que apareciera a esa hora, pero quería asegurarse de todas formas de que no vendría a verlo.

La soledad del acantilado cercano a la playa lo hacía sentirse agobiado. Movido por ese sentimiento, había estado yendo una y otra vez con intervalos de un par de horas para no interferir con sus labores dentro de la casa. Pues como Jean Pierre había partido recientemente por motivos de trabajo, su tío Avdol solía requerir más ayuda que de costumbre.

No era como si la pidiera, era demasiado orgulloso como para decir algo así, por lo tanto él solo se ofrecía a hacerle compañía en silencio. Sabía muy bien que sin importar cuanto repitiera que estaba más que acostumbrado a esa vida, igualmente se sentía solo al verlo partir después de tres semanas de descanso varios meses fuera.

Caminó hacia la gruta, dejando la playa atrás en poco tiempo. Apuró su paso, asegurándose de que nadie lo viera caminar en esa dirección, queriendo cumplir con la promesa de mantener ese bello arrecife como algo secreto para el mundo.

Estaba preocupado por el tritón, siendo esta la razón de emprender una caminata a esa hora del día. Jotaro llevaba más de una semana sin aparecer y no tenía ninguna clase de noticias respecto a su paradero. Por más veces que recorriera la zona en su búsqueda nada parecía darle una pista para encontrarlo.

Simplemente se había marchado una tarde tras despedirse como de costumbre, diciendo, como siempre, que se verían en la mañana. Pero por más tiempo que esperó por él nunca llegó al roquerío. Preguntó a algunos pescadores sobre si lo habían visto, nadie tenía idea, todos estaban demasiado concentrados en sus propios trabajos como para fijarse en un hombre.

Saltó las rocas de una en una, intentando no salirse mucho del camino que Jotaro le había enseñado para no poner en peligro su vida. No obstante era complicado con la velocidad con la que la marea estaba subiendo, cubriendo la mayoría de los lugares seguros, haciéndolos resbalosos, dejando solo lo inestable, forzándolo a arriesgarse.

Y como siempre, su mala suerte no tardó en atacarlo, dio un paso sin percatarse de que la piedra estaba suelta, desplazándose de su lugar en el instante justo en el que su pie hizo presión sobre esta. Eso lo hizo perder el equilibrio repentinamente, cayendo de espaldas.

Incapaz de hacer algo para evitar golpearse en la cabeza, y por supuesto, caer al agua, cerró los ojos, apretando los párpados con fuerza. Una parte suya tenía la esperanza de que el golpe no fuera tan doloroso o que al menos no lo dejara inconsciente, de ser así, sería su fin.

Una mano se enredó en su chaqueta, deteniendo su caída justo antes de tocar el piso. Abrió los ojos, sintiéndose aliviado de haber sido salvado, pero al mismo tiempo la vergüenza de repetir el mismo patrón constante con Jotaro fue suficiente como para ponerlo de mal humor.

—¿Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado? —reclamó— No puedo cuidarte todo el tiempo.

—Perdón.

Un vals entre las olas  -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora