12. Mito

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Parpadeó un par de veces, intentando, con mucha dificultad, poder distinguir lo que había tanto dentro como fuera de la celda en la que estaba recluido y la distancia entre estas. La oscuridad era demasiado intensa y teniendo apenas un ojo funcional la tarea se le complicaba incluso más.

Otra cosa que también le molestaba al punto de señalarla era la temperatura la cual era inexplicablemente más cálida que el mismo océano y parecía querer sofocarlo al punto de sentir deseos de clamar por piedad.

No tardó en encontrarse con la silueta de su hija lúgubremente iluminada por un pequeño grupo de medusas que se paseaban con lentitud por las afueras de aquella prisión submarina. Sintió una punzada en el pecho al verla, recordando el único recuerdo que tenían juntos.

La vez en la que fueron al acuario cuando ella apenas tenía seis años...

—Por lo menos estamos encerrados juntos...

Intentó reírse de sus propias palabras, pero ni la más pequeña pizca de optimismo parecía querer brotar de su cuerpo. Como era de esperarse, Jolyne no contestó, girándose, apretándose más contra los filosos barrotes de piedra erosionada naturalmente. El enojo de la muchacha era más que claro, pues desde su entrega voluntaria a los guardias no se había volteado para mirarlo en ningún momento.

Suspiró, viendo como unas pequeñas burbujas se escapaban de su boca. Apretó los labios, viendo como sus deseos de seguir hablando se esfumaba. Siempre le había sido tan difícil poder entablar alguna clase de diálogo entre ambos, de alguna forma, le intimidaba escuchar la voz de su propia hija, el miedo a oír como todos esos años de negligencia estallando en su cara lo forzaron a guardar silencio, dejándola hacer y deshacer a su antojo, esperando poder postergar ese momento lo más que pudiera.

No obstante, esta oportunidad era demasiado peligrosa como para callar, quizás ninguno tendría la posibilidad de salir con vida de ese lugar, así que por lo menos debía intentar arreglar cuentas con ella.

—Jolyne... —dijo— Lo lamento.

Una suave risa llena de odio llegó a sus oídos.

—¿Qué cosa lamentas? —preguntó Jolyne— ¿Qué esté presa o que sea tu culpa?

El brillo de las medusas en los ojos de Jolyne le hacían ver cuán molesta estaba. Guardó silencio, rindiéndose como siempre lo hacía, odiándose por acobardarse de esa forma con algo tan simple.

—¿De verdad no piensas decirme por qué estamos encerrados?

Se encogió de hombros, moviendo lentamente su cola hasta llegar hacia ella.

—Te lo diré —respondió—, cuando salgamos de aquí prometo que te lo diré.

Otra vez escuchó su risa.

—¿Por qué estás tan seguro de que saldremos de aquí con vida?

Tragó saliva.

—Hija...

Levantó su temblorosa mano izquierda, acercándola con temor hacia Jolyne. Se preguntó por qué continuaba hablando a pesar de haberse rendido. Dudó un par de segundos antes de posarla en su hombro, recibiendo un golpe al momento de tocar su piel forzándolo a retroceder.

—No intentes ser mi padre ahora solo porque nos quieren matar.

Apretó los dientes, alejándose unos cuantos centímetros. Miró hacia afuera, observando la vida marina nocturna, intentando recordar los nombres de cada ser vivo que pasaba ante sus ojos para distraerse un poco y así no seguir pensando en el dolor que le producían las palabras de su hija.

Un vals entre las olas  -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora