5. Paseo

407 66 5
                                    


Se sentó en el roquerío de siempre, mirando el suave vaivén de las olas azotando las piedras y dejando un sutil rastro de espuma al retraerse. Encendió un cigarrillo sin mucha prisa, riendo ante el hecho de tener siempre a mano una cajetilla llena, a pesar de no haber comprado nada en poco más de una década. Reía también porque su encendedor nunca se vaciaba o arruinaba, además, el tabaco siempre estaba seco a pesar de pasar tanto tiempo en el agua.

Era todo tan extraño si lo pensaba con detenimiento. Cada vez que hacía uso de su antiguo cuerpo era como si todo su ser regresara al instante previo a su fin, solo sus memorias seguían intactas, atormentándolo, recordándole que no podía alejarse mucho del océano o desaparecería. Era como si tuviera dos cuerpos ocupando un mismo cerebro.

Muchos de los tritones y sirenas creían que renacer de esa forma era una bendición, sin embargo, él no podía estar más en desacuerdo. En tan solo diez años logró descubrir que todo era un simple castigo disfrazado de una vida aparentemente despreocupada. No estabas vivo pero tampoco muerto del todo, recordabas constantemente el último suspiro dado, dándote cuenta de cuán fácil pudo evitarse. Se te otorgaba la oportunidad de salir y caminar como otro ser humano más, pero no puedes acercarte demasiado a ellos o...

—¡Lamento hacerte esperar!

La voz de Kakyoin lo trajo a la realidad, esbozando una suave sonrisa que no tardó en borrar. Verlo acercarse lo hizo tensarse inevitablemente, sintiendo como su corazón golpeaba su pecho con una fuerza digna de un adolescente. Un suave beso fue plantado en sus labios, notando cuán lindo podía llegar a verse el chico con sus mejillas rojas de la vergüenza.

—Está bien, no es como si tuviera mucho que hacer realmente.

No iba a negar que le gustaba, le atraía y hasta podía arriesgarse a decir que estaba un tanto enamorado. Sin embargo, al mismo tiempo, no podía dejar de pensar que era un muchacho demasiado perfecto para alguien como él. Preguntándose qué veía en alguien tan viejo y amargado. No tenía nada que ofrecerle y a duras penas su alma estaba aferrada en el mundo.

Tenerlo atado a base de puro cariño era algo estúpido, mucho menos cuando era demasiado duro consigo mismo como para demostrar afecto abiertamente. Había aprendido eso a la mala durante sus cuarenta años de vida, viendo como todas sus relaciones importantes se desmoronaban por no demostrar suficiente interés por miedo a mostrarse como alguien débil.

—Vamos—dijo.

Se levantó, apagando el cigarrillo contra las rocas húmedas, guardándolo en uno de sus bolsillos. Tomó su mano, notando que sudaba un poco. Rió con suavidad, besándolo antes de hacerlo caminar por las rocas hasta la playa. También estaba nervioso y no entendía por qué. Era un adulto y ciertamente no era su primera relación o enamoramiento experimentado, así que debía calmarse y dejar de emocionarse por cosas tan simples.

Lo guió en silencio hasta una joyería cercana a la costa. Rió un poco al ver la mirada confusa que Kakyoin le daba, recordándole que nunca le dio una explicación al respecto. Se sintió un poco culpable por olvidarlo, pero todavía no era demasiado tarde como para hacerlo.

—¿Jotaro?

—Extiende tus manos.

Llevó sus manos a los bolsillos al verlo obedecer, sacando una pequeña bolsa de tela, la cual no tardó en vaciar en las palmas de Kakyoin. La mirada expectante de su rostro no tenía precio, deseando poder tomarle una fotografía para poder burlarse un poco más adelante.

Un gran puñado de perlas cayeron, cada una de un color, forma y tamaño diferente a la anterior. Yendo desde las típicas esferas blancas que salían en las revistas de moda hasta unas bellísimas gotas azules, semi barrocas de un suave crema, otras rosa en distintas tonalidades, algunas doradas e incluso unas cuantas de un único y misterioso negro. El brillo de estas era más que maravilloso y atractivo, demostrando con facilidad la calidad del nácar de su composición.

Un vals entre las olas  -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora