VII: Dos postulados respecto a la esencia de los seres

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Habrá aquello filosófico que nos componga de un modo enlazado con la biología pero interpretado de modos extraordinarios. La esencia es el modo en que un hombre actúa respecto de sus ideas, con la inclusión de las ideas en sí. Es, pues, la forma de ser, tal que parecida a la idiosincrasia, pero actuando de un modo muchísimo más sustancial, efectuándose como causa e interpretándose como medio por el cual se arriba una sustancia que defina al hombre.

La esencia siempre ha significado, en el ayer y en el hoy, un problema enorme para la filosofía. ¿Hay acaso modo alguno de determinar absolutamente esencias indeterminadas específicamente? ¿Puede existir manera consecuente a la realidad que permita coadyuvar una cuestión inerte? La esencia no sólo se remite al hombre, pues hombres hay muchos que no descubren su verdadera manera de ser, o la simulan, o la esconden. Mas es posible, en todo momento, que las cosas determinadas a una conciencia pero indeterminadas por sí misma a una esencia distinta de la impuesta por su creador supremo, puedan existir en la realidad humana, y distinguirse sobre las demás cosas, no precisamente como algo único, sino como eso que se presente de modos tales para saber de su existencia.

Es la esencia fundamento de muchas cuestiones, humanas e inertes, vivas y muertas. Esa cuestión, tangible en casi todos los casos, que puede demostrarse a un particular, eso es lo que la esencia define; no estamos en el permiso filosófico de negarle la esencia a las cosas. Detrás de los objetos creados por el hombre existe siempre una consciencia: la esencia del objeto es la consciencia particular de su creador en lo que respecta al fin de la cosa.

Ordenemos, entonces, ideas, y seamos concisos en las dos premisas que puede resultar alarmantes para aquella filosofía del siglo XX: La existencia precede a la esencia y la esencia precede a la existencia.

Del primer postulado tenemos por decir: si hay manera alguna en que un hombre pueda desarrollarse en esencia (pues biológicamente todo hombre avanza) es a través de su existencia. Se ha de pensar en todo momento qué sucedería si en lo que respecta a los humanos, existiese precedentemente una esencia suficiente que advenga al mundo antes del mismo existir. Nadie está predestinado más que en la órbita de su recinto y en su materia; no hay modo alguno en saber qué profesión elegirá tal o cual hombre, o su color favorito, o su plato preferido. Lo que hay, respecto a la existencia, es una esencia, pues consecuente cosa es aquella que desarrolla al hombre a través de pasajes y momentos efímeros, de esos que marcan vidas.

Cuando admitimos que la existencia precede a la esencia (Sartre fue quien formuló primeramente la anterior frase), estamos obedeciendo a una idea que se ha expresado desde los inicios de este libro: lo continuo. Pues si estática absolutamente cosa el hombre fuese, entonces la determinación hacia la vida en todos los sentidos estaría ya establecida, como lo estaría en la metafísica de Dios. Mas la vida en sí no es puramente estática sin proceder de la potencia (estática, ahora sí).

De ese modo, la potencia estática es perpetua en nuestro ser; y se dice también que el hombre, en existencia, desarrolla su esencia, como un fundamento por el cual partir. Pues si la vida es continua, y lo continuo es el presente constante, entonces la constancia en sí conllevaría a los cambios, poniendo de esa manera a la esencia como algo cambiante.

Si quisiésemos decir que la esencia es estática, entonces nos sería de obligatoriedad admitir que en sí la esencia como condición sí puede ser temporal al hombre en lo que respecta a la muerte, o perecedero en el momento de fallecer. Pues como sucede con la idiosincrasia, esto es lo innato por lo cual concurre constantemente en la vida. Si, entonces, es de ese modo: ¿puede la esencia estática estar sobre su condición? mas siendo la esencia de los hombres particulares, de esa que se concibe como continua, entonces la condición se alejaría de la palabra, y la palabra sería una constante longeva y eterna sobre la vida, pues la vida en sí, como lo que es hasta la muerte, tiene un cambio de formas. La forma, que es la esencia, y tantas cosas más, se determina de un modo suficiente pero subjetivo; universalmente la vida únicamente es la misma en el último segundo.

Así es como la existencia precede a la esencia, porque sin existencia no habría esencia, al menos en el hombre.

Cuando nos referimos al segundo postulado entramos en varios factores complejos: la consciencia particular sobre lo inerte, la particularidad de los objetos y la perversidad de las cosas. De lo último hablaremos más adelante.

El momento en que nos referimos a las cosas, creadas o no por el hombre, deberíamos formularnos si el primer postulado aplica para esto, pues si la existencia fundamenta una cosa mediante la esencia, entonces los objetos no tienen esencia sino hasta que son creados en puridad.

Lo anterior es imposible al menos en las cuestiones creadas por el hombre, a menos de que sea una cuestión abstracta y sin un sentido. Cuando hablamos ahora de cosas por las cuales el hombre piensa y determina, nos sería necesario admitir que esas cosas ya se adelantaron a la existencia teniendo una esencia preestablecida. Como ejemplo: una silla de madera, creada por el carpintero, no es un objeto abstracto, pues su creación se cimentó sobre un propósito o una esencia. Si fuese abstracto, entonces no sería una silla, pues las sillas tienen una función, y lo abstracto no busca funcionar, sino existir.

De otro modo: las cosas creadas por el hombre deben tener una esencia que le preceda a la existencia, pues de modo contrario, no habría manera factible de pensar sobre algo porque ya se estaría determinando su esencia. La vida en sí misma, sin la conciencia, sería más que abstracta... ¡sería nihilista!

Hace esto referencia a un concepto: la consciencia particular sobre lo inerte. En evidencia, los seres son conscientes cuando tiene por fin la creación de un objeto, pues como se dijo: nada por lo cual exista una función es abstracto. Se le llama al pasado de lo que adviene a las manos de la realidad humana consciencia particular. Y lo inerte radica es en que lo que se piensa, o mejor: por lo que se determina, no tiene vida propia y requiere de una forma dada por el hombre.

No queremos decir que en los objetos hay consciencia. Pese a que la esencia en sí se fundamenta en la consciencia, esto concierne es al hombre; los objetos, por excesiva esencia que tengan, no tendrán consciencia. Mas aún, sí puede existir un modo de alternar entre dualidades filosóficas: los hombres conscientes del objeto.

Cuando un objeto, inerte y creado por el hombre, existe, tiene por función una determinación instaurada antes de la creación. La consciencia particular sobre lo inerte, es, pues, aquello por lo cual un objeto recobra sus funciones. En los objetos, la función es la esencia, pero más profundamente, la esencia es la consciencia de su creador, cosa por la que el objeto existe (no en materia prima, sino en consecuencia a la transformación).

Lo que compete ahora es la particularidad de los objetos. Pues definida ya su presencia en esencia mediante una consciencia, los objetos pueden determinarse en la realidad humana. ¿Qué es la particularidad? En lo que refiere a los objetos, es todo aquello por lo cual un objeto genera una base, como si de la madre fuese. Particularidad también es que las cosas puedan existir y ser interpretadas de un modo único en cualquier lugar del mundo, sin importar los trasfondos. Que el fuego sea considerado fuego, o la muerte, muerte, incluso cuando detrás de ese fuego hay creencias sobre un Dios, o detrás de esa muerte hay superstición.

Como agregado, la particularidad en el hombre, que bien se ha tratado indirectamente, es aquello por lo cual cada quien se determina, del mismo modo en que los objetos, en este caso, producto o no del hombre, lo hacen con la realidad humana y las percepciones.

La Forma del Hombre o Tratado Filosófico Sobre la Composición de los SeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora