4: Día de clase.

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Aquel fue el día en el que conocí a Jess Aarons. Mi primera impresión hacia él no fue precisamente buena. Reaccionó de muy mala manera. Supongo que era algo obvio. Cuando un desconocido invade un lugar que significa tanto para una persona, no te va a recibir con un ramo de flores.

Al día siguiente empezaba mi primer día de clase. Al parecer ser, los Burke ya daban por hecho mi adaptación al nuevo país y su horario. Me habían inscrito el mismo día de nuestra llegada. Eran unas personas bastante hiperactivas. Se movían demasiado. Si fueran gallinas, creo que no se decidirían nunca donde poner el huevo.

Me sonó el despertador a las siete y media de la mañana, abrí los ojos vagamente y cogí mi móvil (el mismo procedimiento que cuando estaba en España).

* Es verdad... en esta casa no hay internet*. Suspiré fuertemente y lancé el móvil a la cama.

Me había instalado en la habitación en la que antiguamente dormía Leslie, gracias a esa información, volví a tener la misma pesadilla que tenía últimamente: Sus ojos verdes. Cada vez que pensaba en ello se me ponían los pelos de punta. Mi habitación era espaciosa y la casa mantenía todavía las paredes del mismo color que las pintaron los Burke por primera vez.

Los Burke, seguían durmiendo, se tomaban su trabajo con una tranquilidad pasmosa pese a tener un mes de plazo para presentar su nuevo libro. Tras prepararme y desayunar, me fui hacia la parada de bus a esperar a que el conductor del autobús escolar pasase a buscarnos. Me preguntaba si el conductor necesitaría un mapa para llegar hasta nosotros. No me imaginaba el recorrido tan inútil que tenía que realizar el pobre hombre para venir a buscarnos. Estamos en la nada absoluta. Sin duda este era un buen sitio para que Hansel y Gretel se perdieran.

También me hacía especial ilusión ver un autobús escolar en Estados Unidos. Después de tragarme cientas de películas americanas donde el famoso autobús amarillo aparecía en escena, el no verlo ahora me causaría gran decepción. Me acerque a paso de tortuga a la parada, ya que tenía unos nervios propios de estar apunto de acudir al inframundo. Alcé la vista al horizonte y me fijé que había alguien sentado allí, supuse que era Jess y saludé un poco preocupado por si reaccionaba mal de nuevo conmigo.

—Hola —respondió una tímida voz.

Me giré extrañado hacia el chico. No era Jess, era un chico mediano de altura, con buena vestimenta y con un resaltado "toupe" en la cabeza.

—¿Quién eres? —le pregunté frunciendo el ceño extrañado.

—Vivo ahí, me llamo Agustín —me dijo señalando la otra casa que estaba de mudanza.

—Ah, ósea que tú eres argentino. Entonces no hace falta que sigamos hablando inglés —le dije riendo.

—¿Por qué? ¿Entendés mi idioma? —me preguntó algo sorprendido por la situación.

—Obvio, yo soy español, en todo caso, tú hablas el mío. Es broma, no te lo tomes a mal, eh. Me llamo José Javier, encantado Agustín —le dije estrechándole la mano feliz de que hubiera alguien más en esta cárcel de maleza.

—No, tranquilo, no me lo tomé a mal, veo lo que querés decir. Lo que no entendí es una cosa... Yo pensaba que Burke era un apellido norteamericano.

Sonreí un instante por las palabras de Agustín.

—Así es, ellos son estadounidenses, sólo me acogen.

—¿Y tus papás?

—No están conmigo... —Agus me interrumpió.

—Lo siento mucho —se disculpó anticipadamente por si había metido la pata en ese asunto.

Un puente hacia Terabithia 2: "No digas adiós si no es para siempre".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora