CAPÍTULO 6

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Ese mismo día mientras daba vueltas entre las sábanas tuvo un sueño como los que tenía cuando vivía en el Patio.

Era más pequeña, tendría alrededor de unos seis años. Estaba sentada en una mesa y enfrente de ella se sentaba una mujer muy guapa de pelo y piel oscura con unos ojos que rezumaba simpatía.

- Tienes que recordar algo antes de pensar una solución. - Dijo con una sonrisa en su cara. - Uno debe conocer el problema mejor que la solución o, de lo contrario, la solución se convierte en el problema.

Ya había oído esa frase antes, se la solía repetir a diario para que recurriera a eso siempre que tenía que pensar con la lógica.

- Ahora visualiza este problema. Hay un hombre en una estación de tren que ha perdido su billete. Hay ciento veintiséis personas en el andén con él. Hay nueve vías separadas, cinco que van al sur y cuatro al norte. En los próximos cuarenta y cinco minutos, llegarán y saldrán veinticuatro trenes. Otras ochenta y cinco personas entrarán en la estación durante ese tiempo. Un mínimo de siete subirán a cada tren cuando llegue, y nunca más de veintidós...

Así siguieron durante cinco minutos detallando el problema mientras Ginna esperaba a que le diera un dato más sólido que los que les estaba dando la profesora.

El ejercicio terminó cuando la mujer le preguntó cuantas personas quedaban en el andén.

Después de conocer bien el problema sabía como trazar la solución. Aquellas personas siempre le ponían acertijos y todo tipo de preguntas de pensar como esa.

- No puedo decirle cuanta gente queda en el andén porque no sé si el hombre recuperó su billete o no.

La mujer sonrió y con un rostro alegre le dijo;

- Creo que podemos pasar a un nivel más difícil contigo.

Cuando despertó notó un dolor tan grande en la cabeza como los que tenía al principio al comunicarse con James. Se quitó las sabanas de encima de ella y se dio cuenta de que había estado sudando.

- Buenos días. - Dijo alguien encima de su litera que balanceaba los pies sin cuidado de golpear a Ginna mientras ella se iba levantando.

Al ponerse de pie vio que esa persona era Abby, estaba sentada en la cama de arriba mordiendose las uñas.

Ginna miró su reloj digital, estuvo durmiendo unas tres horas, aunque para ella fue como si hubieran sido solo cinco minutos.

- ¿Dónde están las demás? - Le preguntó a la niña.

- Creo que están todas en la habitación de Teresa. - Abby terminó de morderse la uña y se bajó de la cama. - Dijeron que tenían que hablar de algo importante pero no me dejaron entrar porque dicen que soy muy pequeña y no debo de meterme en esos asuntos.

- ¿Y por qué no me habéis despertado? Además Abby, tu eres igual de madura que las otras chicas e incluso más, no debieron de echarte. Vamos a ir a buscarlas.

Salieron de su cuarto y entraron en el de Teresa sin llamar a la puerta, allí se encontraron a todas las chicas de los tres grupos hablando con las camas colocadas como hicieron en el dormitorio del grupo B.

Al entrar, las chicas se quedaron calladas y se quedaron mirando a Ginna sin decir ni una sola palabra.

- ¿De qué hablabais? - Preguntó Ginna al ver que todas las miradas se centraban más que nada en ella y no en Abby.

- ¡De nada! Bueno si estábamos hablando, es decir... - Sam empezó a colocarse el pelo detrás de la oreja mirando a Rosa. - Es que, ya sabes, no te hemos despertado porque, te veías muy bien durmiendo, y, emmm, bueno...

- ¡Nos preguntábamos qué vamos a hacer ahora sin comida! - Rosa interrumpió a Sam para que no siguiera hablando mientras fulminaba con la mirada a su amiga.

Era muy raro que Sam se pusiera tan nerviosa al intentar explicarse, aunque Ginna no la conocía muy bien, solo hablaron las veces que ella estuvo encerrada en la celda y Sam le traía la comida.

Decidió ignorar el comportamiento de la chica y se centró en lo importa; que comer.

- No tenemos problemas con el agua. - Explicó Sonya. - Los grifos del baño siguen funcionando así que podemos aguantar unos pocos días. Estoy al cien por ciento segura de que esta gente no se tomaría tantas molestias para traernos aquí, engañarnos o lo que sea que hayan hecho, tan sólo para dejarnos morir de hambre. - Sonya miró a algunas de sus compañeras que seguramente no compartían su idea. - Pasará algo de verdad.

- Yo estoy de acuerdo con ella. - Rosa se puso de pie y atravesó la habitación hasta la puerta. - Creo que deberíamos de hidratarnos lo suficiente y no hacer nada de esfuerzo. Yo me voy a tumbar a la cama hasta que pase algo.

Todas estuvieron de acuerdo con eso de esperar a que algo sucediera, aunque ninguna de ellas tenía otra opción.

Ginna intentaba comunicarse con James varias veces al días, pero dejó de hacerlo porque notaba que eso la degastaba mucho.

Las chicas solo se movían para ir al baño y para ir a sus camas. Deambulaban como fantasmas pálidos con caras flacuchas. Pero aún así mientras más agua bebían, más rugía sus estómagos. En un par de ocasiones Ginna descubrió a Ginger mordiendo la almohada y a Daniela intentando de camuflar el sonido de sus tripas con estornudos.

Dormir. Beber agua. Ir al lavabo. Dormir. Pensar en James. Beber agua. Intentar no pensar en Miguel.

Esa era la rutina diaria de Ginna.

Fue lo que estuvo haciendo durante los tres días que pasaron hasta que alguien la zarandeó y la despertó de su sueño. Era Sam, con un paquete de frutos secos.

- Levanta sapenca, no te creerás lo que hay afuera. Toma cómete esto, hay más.

Lo primero que pensó Ginna fue que ella estaba otra vez en el Patio, encerrada por algún estúpido castigo de Lucas, y Sam le estaba trayendo la comida a la celda.

Pero al levantarse se acordó de la realidad, y aquel paquete de frutos secos era quizás lo más bonito que pudieron ver sus ojos.

Salieron del cuarto mientras Ginna devoraba sin piedad las avellanas y almendras de la bolsita, entonces lo que vio la dejó de piedra. Era incluso mejor de lo que pensaba.

Delande de ellas había una enorme pila de comida de unos tres metros del alto.

Alrededor de ella se encontraban casi todas las chicas comiendo lo más rápido posible.

Ginna se hizo un hueco y se unió al grupo de sus hambrientas compañeras.

Cuando iba por la segunda manzana apartó al vista del montón de comida y miró al frente. Con la sorpresa de todos esos alimentos no se había percatado de algo extraño que había al fondo de la sala.

Aquello hizo que se le cayera la manzana de la mano.

Se trataba de un hombre.

Iba vestido enteramente de blanco con un traje. Delante de él había un escritorio, el hombre se encontraba detrás del mueble sentado en una silla.

Estaba leyendo un libro, con un gesto impasible, como si no hubiera un puñado de chicas allí delante de él.

Las Pruebas, Grupo CDonde viven las historias. Descúbrelo ahora