Capítulo 12

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—Intenta animarte un poco, Emilia —murmuró Claudio cuando ella, después de rechazar una copa de vino blanco, se negó también a sentarse. Se quedó de pie, tensa, en el salón de la suite que había en el ático del hotel Meyer —¿Qué tal si iniciamos una conversación civilizada?

—¿Es eso posible?

Emilia le dirigió una mirada mordaz. Tenía un aspecto muy profesional con una blusa blanca de seda y unos pantalones negros. Se había recogido el cabello en un moño.

—No veo por qué no —contestó él mientras se sentaba en el sofá de color crema —Háblame de tu familia. ¿Tienes hermanos, padres?

—Por supuesto que tengo padres, Claudio —respondió con sarcasmo.

—Me refiero a si están vivos.

Ella suspiró con impaciencia.

—Sí, los dos viven y los quiero mucho. También tengo una hermana, Machu, que ahora mismo esta pasando por un divorcio muy desagradable.

—Es una pena. ¿Hay niños de por medio?

—Dos.

—Eso es todavía peor.

—Eso creo, sí.

El matrimonio de Machu, que había durado ocho años, había sido un desastre desde el principio, y era una de las razones por las que Emilia siempre había recelado de las relaciones. La razón principal, en realidad.

Machu tenía dieciocho años y estaba embarazada de tres meses cuando se había casado con Leon precipitadamente. Pero pocas semanas después de que naciera Mary se hizo evidente que nunca debería haberse casado. La atracción que habían sentido al principio había desembocado en el embarazo de Machu, pero pronto se convirtió en resentimiento por parte de Leon, y en descontento por parte de ella. Pero, en vez de separarse, habían añadido otro desastre al matrimonio cuando tuvieron a Josh un año después de que Mary naciera.

Después de ocho años de infelicidad, por fin los dos habían admitido el fracaso. Pero incluso el divorcio se había convertido en un campo de batalla, porque no sólo luchaban por la custodia de los niños, sino también por la casa y todas las posesiones.

—¿Y tú, Claudio? Sé que no tienes hermanos, pero, ¿tu madre aún vive?

Él asintió.

—Se mudó a Savannah cuando murió mi padre, pero viene a Nueva York con frecuencia —contestó, y el cariño era evidente en su voz —Ella… ah, creo que ya ha llegado la comida —se levantó para abrir la puerta —Me he tomado la libertad de pedir por los dos. Espero que no te importe.

A Emilia no le importaba en absoluto… mientras Claudio no cuestionara el hecho de que a lo mejor no podía comer lo que había pedido.

Pudo oler el pescado incluso antes de que él levantara las tapas plateadas de los platos y se le revolvió el estómago inmediatamente. Sintió que le sudaba ligeramente el labio inferior mientras luchaba contra las náuseas.
Pero perdió la batalla en cuanto vio el pescado, que estaba artísticamente dispuesto en los platos.

—¡El baño! —dijo con un grito ahogado.

Él la miró con sorpresa.

—¿Qué?

—¡El baño! —repitió ella con desesperación —¡A menos que quieras que vomite en la alfombra!

—La segunda puerta a la izquierda —respondió aturdido, y la observó con consternación mientras —¿Cuándo me lo ibas a contar? —le preguntó con aspereza unos minutos después.

Emilia había vuelto al salón y estaba pálida.

Ella lo miró. Estaba furioso, de pie en medio de la habitación.

Se humedeció los labios.

—¿Contarte qué?

—Te lo advierto: no me tomes por tonto, Emilia.

—No estoy segura de a qué te refieres —respondió, decidida a no dejarse intimidar por su expresión ni por el peligroso brillo de sus ojos.

—¡No agraves la seriedad de esta situación mintiendo sobre por qué has vomitado!

Ella tragó saliva con nerviosismo. No era posible que Claudio lo supiera. Podía sospechar, pero no saberlo.

—He comido algo que me ha sentado mal —respondió con ligereza —Probablemente, algún canapé de anoche, pero ya estoy bien.

Claudio apretó los puños a los costados, intentando permanecer tranquilo. Casi nunca perdía el control; tendía a transformar la furia en fría calma.

Pero Emilia estaba a punto de hacerle perder el control, y dudaba que a ella le gustara el resultado si eso ocurría.

—¿Me estás diciendo que ésa es la razón por la que has vomitado?

—Por supuesto.

—No te creo.

Ella se encogió de hombros con ligereza.

—Estás en tu derecho, supongo.

Claudio la observó inquisitivamente y notó fácilmente los cambios en ella ahora que sabía lo que estaba buscando: tenía ojeras que indicaban falta de sueño, las mejillas estaban ligeramente más hundidas y había algunas arrugas alrededor de su boca, provocadas por la tensión.

Deslizó la mirada hacia abajo. Seguía siendo increíblemente esbelta, pero estaba seguro de que sus pechos eran un poco más voluminosos de lo que recordaba.

No estaba equivocado. ¡Estaba seguro de que no!

Mientras Emilia permanecía en el baño había sopesado las opciones, incluyendo que algo le hubiera sentado mal. Pero la razón más evidente para esas náuseas tan repentinas era una que se negaba a olvidar.

—¿Cuándo me lo ibas a contar? —insistió.

Ella levantó la barbilla.

—¿Qué?

Claudio se obligó a relajarse. Perder la calma no iba a ayudarlo nada en esa situación.

¿Qué demonios estaba pasando?

~Embarazada de un millonario~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora