Capítulo 17

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—¡Te has aprovechado de la situación porque sabías que no discutiría contigo delante de Robert! —protestó Emilia, indignada.

Él observó sus mejillas ruborizadas y el brillo de sus ojos.

—Si Robert no hubiera estado presente, no podría haberle pedido que te preparara la habitación de invitados, ¿no te parece?

Había esperado a tomar el té, que había incluido unos tentadores bizcochos y las galletas caseras, para mencionarle el cuarto de invitados al mayordomo. Quería que ella hubiera comido antes de añadir un tema más de discordia.

Ella se había relajado mientras tomaban el té; de mutuo acuerdo, habían decidido no tocar los temas delicados. Pero, aparentemente, la paz había terminado.

—Al menos podrías agradecerme que le pidiera a Robert que preparara la habitación de invitados, en vez de asumir que compartirías la mía.

—¡Puedes asumir todo lo que quieras, Claudio, pero eso no lo convertirá en hechos! —exclamó, e incluso su precioso cabello negro pareció crepitar de indignación.

Él sonrió.

—Estás muy guapa cuando te enfadas.

—¡Oh, por favor! ¡Es un tópico tan trillado que no puedo creer que lo hayas dicho!

—Yo tampoco. Pero no exageraba al decir que estás muy guapa —añadió con sinceridad —Más todavía ahora que estás embarazada.

Emilia sintió una opresión en el pecho al oír el cumplido y algo parecido a mariposas en el estómago. De repente fue muy consciente de su pelo castaño y espeso, de la curva sensual de sus labios, de la anchura de su pecho y de cómo los rayos del sol relucían en el vello oscuro de sus brazos, apoyados en la mesa.

Tenía que apartarse de él. Necesitaba algo de tiempo y espacio para ordenar sus pensamientos. Se sentía como si hubiera descarrilado. Pero no la ayudaba el hecho de no poder pensar en otra cosa. Los recuerdos de la noche en la que habían hecho el amor le inundaban la mente y la incitaban a repetir la experiencia.

Claudio la estaba seduciendo con sólo estar ahí, frente a ella, admitió indignada.

—¿No tienes otra cosa que hacer que estar aquí sentado conmigo? —le preguntó.

—Debería volver a la oficina durante un par de horas —respondió con pesar.

—Entonces, hazlo, por favor.

Sí, estaba claro que Emilia lo quería fuera de su vida, al menos durante un rato. ¿Tal vez para volver a levantar sus defensas?

Asintió.

—Tú puedes quedarte aquí relajándote, leer un libro o tal vez nadar un poco. Nos veremos más tarde.

—¿Qué hora sería demasiado tarde para tomar un vuelo a Inglaterra?

Él ocultó su impaciencia.

—¿De verdad sería tan malo, Emilia? Lo único que te estoy pidiendo de momento es un poco de tu tiempo, una oportunidad para conocernos antes de decidir lo que es mejor.

—No va a cambiar nada, Claudio —suspiró —Por mucho tiempo que pasemos juntos, tú seguirás pensando que te seduje deliberadamente hace dos meses, y que mis razones no eran nada inocentes.

—Aquella noche yo era Claudio —replicó con los labios apretados —Tú sedujiste a Claudio Meyer.

—Claudio. Claudio Meyer —ella se encogió de hombros —Son la misma persona.

—En realidad, no.

—Yo no veo la diferencia.

Ella no quería ver la diferencia, pensó Claudio con sarcasmo. Solo el tiempo le demostraría que existía.

Se levantó.

—Encontraras muchos libros en la sala de estar. La piscina y el jacuzzi están en la parte trasera de la casa… aunque no estoy seguro de que debas meterte en el jacuzzi. Leí en las instrucciones que las embarazadas no deberían usarlo.

—Solo si se ponen los chorros en funcionamiento.

—Eso es. De todas formas, será mejor que no lo utilices.

—Soy lo suficientemente mayor para decidirlo, Claudio.

Él suspiró. Recordó que Emilia había rechazado el alcohol y pensó que era consciente de lo que debía y no debía hacer durante el embarazo.

—Si necesitas algo, pídeselo a Robert.

—Pero tengo que permanecer fuera de su cocina, ¿no? —preguntó en tono burlón.

—Eso sólo se aplica a mí. Estoy seguro de que no protestará lo más mínimo si entras. Te aseguro que Robert es tan sensible a los encantos de una mujer hermosa como cualquier hombre —añadió secamente. Se detuvo junto a su silla y se inclinó para besarla suavemente en los labios.

Emilia no estaba preparada para esa caricia e, instintivamente, sus labios se abrieron bajo los de Claudio, profundizando el beso mientras él le acariciaba la nuca.

Él se separó de mala gana unos minutos después y vio la confusión en el rostro de Emilia.

—Sólo serán un par de horas —le prometió con voz ronca —Si te apetece cenar algo en especial esta noche, díselo a Robert.

Claudio descubrió que no quería irse. Era algo extraño, porque nunca había permitido que una mujer interfiriera en su trabajo. Pero en los últimos meses no había dejado de pensar en Emilia.
«Contrólate, Meyer», se dijo. Emilia ya había dejado claro que no sentía esa renuencia a alejarse de él.

—¿Estarás bien aquí sola?

Emilia abrió mucho los ojos.

—Por supuesto. Además, no voy a estar sola —añadió deliberadamente en el momento en que Robert salía a la terraza para recoger el servicio de té.

Claudio le dirigió al anciano una mirada afectuosa.

—Supongo que no. Robert sabe dónde localizarme si tú…

—Claudio, no me voy a marchar sin decírtelo antes, si es eso lo que te preocupa. Después de todo, sabes dónde trabajo, ¿recuerdas?

¿Se había sentido reacio a marcharse a la ciudad porque temía que Emilia aprovechara su ausencia para irse?
No. Confiaba en ella lo suficiente para creer que, si había dicho que se quedaría esa noche, lo haría.
Dudaba por otra razón, reconoció.

Seguía sintiéndose atraído físicamente por ella y, al mismo tiempo, quería protegerla porque estaba embarazada de su hijo. Aunque, evidentemente, a ella no le gustaba su instinto protector.

—Claudio, ¿quieres irte ya a trabajar? —preguntó con una risita al ver que seguía a su lado —De verdad, no necesito una niñera.

—Soy perfectamente consciente de que eres una mujer hecha y derecha.

—Entonces, trátame como tal.

Él la miró en silencio durante unos segundos más antes de asentir abruptamente con la cabeza.

—Volveré a tiempo para cenar —dijo antes de darse la vuelta y salir de la casa.

Emilia lo observó alejarse. ¿De qué demonios había ido todo aquello? Tal vez Claudio se sintiera extraño teniéndola allí, pero si ésa era la razón, no tenía que preocuparse, porque sólo pretendía quedarse lo necesario para convencerlo de que era perfectamente capaz de cuidar de ella misma y del bebé.

~Embarazada de un millonario~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora