Epílogo

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Claudio frunció el ceño con preocupación, sentado junto a la cama donde Emilia descansaba tras otra contracción.

Ella le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—¿Cómo iba a saber que los mellizos nacerían antes de lo previsto?

Habían sabido que esperaban mellizos cuando le hicieron a Emilia la primera ecografía. Había sido una sorpresa, pero muy agradable. Sin embargo, no esperaban que Emilia diera a luz dos semanas antes de lo previsto. Ella acababa de salir de la última sesión fotográfica que había programado antes del parto cuando telefoneó a Claudio para pedirle que fuera a recogerla. ¡Y rápido, si no quería perderse el nacimiento de sus hijos!

—Odio ver que sufres —dijo Claudio, pálido.

Llevaban casados cinco meses y medio. Cinco meses y medio de absoluta dicha y felicidad en los que su amor no había hecho más que crecer.
Emilia le apretó la mano.

—Todo va a salir bien —le aseguró.

Él sacudió la cabeza.

—Nunca habría querido que pasaras por esto si llego a saber el dolor que te causa.

—Creo que ninguno de los dos tenía elección, ¿recuerdas?

—¿Te arrepientes de…?

—No me arrepiento de nada, Claudio—lo interrumpió—. Ni de un solo momento de nuestra vida juntos.

—Si algo te ocurriera…

—No va a pasar nada —le prometió—. Dentro de un par de horas te habrás olvidado de todo esto.

¿Un par de horas!? Claudio no creía que fuera a aguantar tanto tiempo. De hecho, no supo cómo sobrevivió a la siguiente hora desgarradora, observando el sufrimiento de Emilka sin poder hacer otra cosa que tomarla de la mano. La quería demasiado como para hacer que pasara por algo así de nuevo. Debía de ser el dolor más insoportable que…

—Su hija, señor Meyer.

Claudio miró el pequeño bulto envuelto en una manta que le habían puesto en los brazos mientras Emilia, el médico y las enfermeras se concentraban en traer a su hijo al mundo. ¡El bebé parecía tan pequeño, tan frágil, tan hermoso…! Tenía el cabello castaño de Emilia, la piel blanca, las mejillas redondeadas, una naricita pequeña como un botón y una boquita que parecía un capullo de rosa.

Claudio dejó escapar el aliento cuando la pequeña abrió los ojos un momento y sintió que se enamoraba por segunda vez en su vida.

Su hija Martina

—Y su hijo —dijo la comadrona minutos después, llevando en brazos al otro bebé.

Claudio movió ligeramente a Martina en sus brazos para acomodar también a su hermano, que también tenía el pelo castaño, la piel blanca, una nariz diminuta y la boca como un capullo de rosa. Pero él ya tenía los ojos abiertos y lo miraba directamente.

Claudio sintió que el corazón se le derretía completamente.

Su hijo Claudio Cuarto.

—¿Ya te sientes mejor Claudio?

Claudio abogó una risa cuando Se giro para mirar a Emilia, que estaba exhausta, pero feliz.

—¿Que si me siento mejor? —depositó a Martina en los brazos de su madre—. Te presento a nuestra hija, mi amor.

Emilia miro asombrada al bebé, pequeño pero perfecto.

—Es tan hermosa, Claudio…

—Y a nuestro hijo —le puso al bebé en el otro brazo—. Gracias, Emilia—dijo, mirando a su familia con amor.

Emilia lo miro y sonrió.

—Gracias.

—Te amo

—Yo también te amo

Eso era lo único que importaba. Lo único que importaría siempre...
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MUCHAS GRACIAS POR LEER ESTA HISTORIA. 😊

~Embarazada de un millonario~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora