Capítulo 24

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—Es muy amable de tu parte, Robert — Emilia le sonrió mientras se instalaba en la barra de desayunos que había en la cocina, observando cómo le hacía una tortilla.

—No hay de qué, señorita Ruiz. No ha comido nada desde que llegó ayer —añadió con preocupación.

—Por favor, llamame Emilia.

—Muy bien, señorita Emilia.

Se retorció levemente en el taburete, no muy cómoda con ese tratamiento. Sonaba como si ya formara parte de la familia Meyer.

Se había quedado sola varios minutos en la terraza después de que Claudio se marchara y había supuesto que, ya que Robert no había regresado con el café, se lo habría llevado al estudio. Su suposición se vio confirmada cuando Robert regresó a la terraza, sin el café, para preguntarle si quería que le preparara algo caliente para desayunar.

No tenía demasiada hambre, ya que la última conversación con Claudio le había quitado el apetito. Pero tampoco quería pasar más tiempo sola, así que habían quedado en que haría compañía a Rob en la cocina mientras el le preparaba una tortilla.

—¿Cómo es la madre de Claudio? —a pesar de todo, sentía curiosidad por la mujer.

—¿La señora Rosario? —Robert sonrió con afecto —Es una verdadera belleza del sur, como esa actriz. Ya sabe a quién me refiero, seguro… Scarlett O’Hara, pero sin el mohín de chica mimada —Emilia se rió —A todo el mundo le gusta la señora Rosario.

—¿Incluido Claudio?

—Por supuesto —asintió el mayordomo a la vez que le ponía delante el plato con la tortilla—. Aunque eso no significa que se rinda a ella. Definitivamente, el señor Claudio tiene mucho carácter —añadió con afecto.

—Dímelo a mí —murmuró Emilia, y al empezar a comer se dio cuenta de que, después de todo, sí que tenía apetito.

—Sólo tenía veintiséis años cuando murió su padre. No era demasiado mayor para hacerse cargo de Meyer Industries.

—Pero yo pensé que su abuelo…

—El señor Claudio Primero echó una mano, pero ya tenía setenta años y la muerte de su único hijo lo afectó profundamente, como podrá imaginar. Desde entonces, todo el peso recayó en el señor Claudio.

Emilia no estaba segura de querer escuchar más. Lo último que necesitaba era admirar a Claudio, además de amarlo.

—Estas muy orgulloso de Claudio, ¿verdad, Robert?

—Como si fuera mi propio hijo —respondió inmediatamente —Como el hijo que debería haber tenido, pero… bueno, no pudo ser.

Emilia pudo sentir la emoción en su voz, y vio la tristeza en sus ojos.
¿Robert debería haber tenido un hijo?

Claudio hizo varias llamadas, incluyendo una a su madre. Como suponía, estaba haciendo planes para volar a Nueva York, pero le aseguró que pretendía quedarse en la ciudad con Claudio, su abuelo, y no con él.

Claudio se sintió aliviado. Sabía que no sería una buena idea juntar a Emilia y a su madre en la misma casa hasta que las cosas estuvieran más asentadas.

¡Si alguna vez lo estaban!

Emilia y el tenían que llegar a una tregua, porque la tensión constante no podía seguir durante el resto del embarazo.

Ella quería irse y continuar con su vida en Inglaterra, pero él estaba decidido a que no lo hiciera. ¿Era por el bebé?
¿Algo de lo que pasaba era por el bebé?

Claudio se quedó paralizado. ¿Sería posible que, después de haber visto a Emilia de nuevo, de haber hablado con ella y haber hecho el amor con ella, no quería que se marchará?

Maldición, ella lo había usado dos meses atrás. Había visto en él una gran oportunidad al reconocerlo en el restaurante…

Pero solo tenía la palabra de Ulises Reyes. Emilia seguía negando esas acusaciones.
Entonces, ¿por qué había hecho el amor con él aquella noche? ¿Tal vez porque, como él, lo había deseado?
Claudio no había pensado en esa posibilidad al ver cómo ella había desaparecido. Emilia alegaba que se había sentido avergonzada por lo que había ocurrido entre ellos…
Pero no, tal vez debería dejar de pensar en esos términos. Tal vez ella no estuviera alegando nada. Tal vez estuviera diciendo la verdad…

Se levantó de un salto. Tenía que hablar con Emilia.
No discutir con ella, amenazarla ni hacer el amor con ella. Sólo tenía que hablar con ella.

—¿Qué ocurrió? —le preguntó Emilia a Robert con suavidad.

Él sonrió tristemente.

—Yo era joven e insensato y me creía invencible, como todos los jóvenes. Lo quería todo: mi carrera en el ejército y a mi mujer y mi futuro hijo conmigo, cuando me enviaron al extranjero...

Emilia no se sorprendió al saber que Robert había estado en el ejército. Algo en su forma de andar y en su porte indicaba que había sido militar.
Se levantó para poner algo de café en una taza y la colocó delante de él. Enseguida se volvió a sentar y le dirigió una mirada de ánimo para que continuara. Tenía la impresión de que Robert no solía hablar a menudo de su vida privada.

Él hombre tomó un sorbo de café distraídamente.

—Mi mujer no quería venir conmigo aquella vez. Estaba embarazada de cinco meses y pensaba que no sería seguro para el bebé. Y tenía razón —dijo abruptamente —Los dos murieron.

Claudio había salido a la terraza buscando a Emilia y, cuando no la encontró allí ni en su dormitorio, decidió preguntarle a Robert si sabía dónde estaba.

Se quedó parado antes de entrar en la cocina al oír parte de la conversación que mantenían. Al darse cuenta de lo que hablaban, supo que no tenía derecho a interrumpirlos.

Llevaba años conociendo a Robert. Lo respetaba y lo quería como a un miembro de su propia familia, pero nunca había sabido que una vez estuvo casado, y menos aún que su mujer había estado embarazada.
Debería irse y dejarlos hablar tranquilamente, pero algo le hizo quedarse…

—Estoy segura de que no fue culpa tuya —le aseguró Emilia.

—Directamente, no. Pero si no hubiera insistido en que viniera conmigo… —se interrumpió y sacudió la cabeza —Mientras estábamos fuera aquel día, Maggie se puso de parto, aunque era demasiado pronto. Estábamos a kilómetros del hospital más cercano y, cuando por fin la llevamos a uno, las instalaciones eran pobres, el hospital estaba abarrotado y el personal corría de un lado a otro intentando hacerse cargo de todo. Una mujer a punto de dar a luz no les pareció una prioridad. Ocurría todos los días y no había que preocuparse por nada, me dijeron.

—Y normalmente es así —intervino Emilia.

—Sí —Robert suspiró —Pero el bebé tenía el cordón umbilical alrededor del cuello y ya estaba muerto cuando nació. Maggie tuvo una hemorragia incontrolable y también murió. Me quedé sin los dos antes de darme cuenta de lo que estaba pasando.

Emilia se estiró para agarrarle una mano.

—No pudiste hacer nada.

Robert la miró.

—Debería haber hecho caso a Maggie cuando me dijo que quería tener el bebé en casa, donde podría haber accedido fácilmente al hospital y donde estaría cerca de su familia. Lo menos que podría haber hecho era escuchar lo que ella quería —añadió, emocionado.

¿Cómo Claudio debería haber escuchado a Emilia cuando le dijo que no quería estar allí con él? Tal vez no tenía derecho a obligarla a quedarse, sabiendo que no era eso lo que ella quería…

A sus dudas se añadía el hecho de que Robert se había sentido lo suficientemente cómodo con ella como para contarle algo que no le había contado nunca a ninguno de los miembros de la familia Meyer.
Tal vez ya fuera hora de escuchar a Emilia.
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Gracias por sus comentarios 😊

~Embarazada de un millonario~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora