Capítulo 11

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—No has sido nada amable haciendo eso, Emilia.

—No creo que la amabilidad sea un rasgo propio de los Ruiz.

—Evidentemente, mi abuelo es una mala influencia para ti.

—¿Eso piensas? Yo creo que es encantador.

—¿Al contrario que su nieto?

—Evidentemente.

—Pues el sentimiento ha sido mutuo. Mi abuelo no suele invitar a comer a todas las mujeres guapas que conoce.

En realidad, a Emilia le pesaba no haber podido aceptar la invitación del anciano. Le había gustado que fuera tan directo. Pero sería mejor si se marchara a Inglaterra lo antes posible.

—Tengo que irme, Claudio.

—¿Dónde te hospedas esta noche? —preguntó de repente.

—¿Por qué lo quieres Saber?
Claudio le sonrió.

—Pensé que podría verte más tarde en tu hotel.

Emilia se iba a quedar en ese mismo hotel, así que no tendría que ir muy lejos…

Pero no tenía intención de decirle que tenía una suite en la cuarta planta, y tampoco pensaba quedarse a solas con Claudio, ni esa noche ni nunca.

«Cobarde», le dijo una vocecita interior.
Tal vez, pero era demasiado consciente de su reacción física ante Claudio para tentar al destino una segunda vez.

—Serías la última persona a quien le pediría que me llevara al hotel.

Claudio la miró con los ojos entornados, sabiendo que el rubor de sus mejillas no se debía sólo al enfado. Le brillaban los ojos y tenía la respiración agitada.
Él la excitaba.
Y, claramente, ella lo excitaba a él.
Y, teniendo en cuenta que los dos eran adultos, y que esa vez no habría motivos ocultos, no sabía por qué demonios no podían disfrutar el uno del otro.

—Salgamos de aquí —volvió a proponer Claudio.

—No.

—Emilia, podemos hacer esto a las buenas o a las malas. Depende de ti.
Ella lo miró inquisitivamente y supo, por la tensión de sus labios y el brillo de sus ojos, que lo decía en serio.

—Entonces, tendrá que ser por las malas.

—En este momento, me deseas tanto como yo a ti —murmuró.

Ella no podía negarlo, desde luego. ¿Pero qué sentido tendría?

—¿Y el rico niño mimado consigue siempre todo lo que quiere?

—No. Pero Claudio Meyer Tercero, sí.

—¿De verdad? —se rió desdeñosamente —Entonces se va a sentir muy decepcionado cuando vea que lo rechazo.

—Has dicho que te marchas mañana, ¿no es así?

—Sí —confirmó ella.

—Entonces, te ofrezco llevarte a casa en el jet privado de los Meyer.

—¿Se supone que eso tiene que impresionar me?

—A mí me impresiona cada vez que lo uso.

—Creo que voy a privarme de esa satisfacción, gracias —le respondió con excesiva dulzura.

¡Los Meyer tenían su propio jet! Definitivamente, esa gente estaba fuera de su alcance.
Le sonrió superficialmente y se dispuso a marcharse.

—Estoy segura de que no tengo que mentir diciendo que ha sido un placer verte de nuevo.

—El placer ha sido todo mío, te lo aseguro.

—Si disfrutas estando con una mujer que te desprecia, entonces supongo que sí.

Claudio entornó los ojos peligrosamente, dándole a entender que había ido demasiado lejos con ese comentario.

—Si mañana no comes con mi abuelo, tal vez podrías hacerlo conmigo.

Emilia lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Por qué demonios querría hacerlo?
Claudio se encogió de hombros.

—Tal vez porque quieres conseguir un contrato con PAN cuando te renueven el tuyo dentro de un mes.

—Los dos sabemos que eso no va a pasar.

—¿De verdad?

—Sí. Es de dominio público que Peter Bailey quiere ese contrato.

—Lo que Bailey quiera y lo que consiga pueden ser cosas diferentes. Yo tengo la última palabra y decido a quien contratar.

Emilia arqueó las cejas con incredulidad.

—¿Por casualidad no estarás chantajeándome para que coma contigo mañana?

—Sí, eso es lo que estoy haciendo —confirmó.

Emilia apretó los dientes. Nunca en su vida se había sentido tan frustrada. Lo que quería era decirle donde se podía meter el contrato, pero la cautela le decía que era mejor que estuviera al otro lado del Atlántico cuando Claudio descubriera que ya le había dicho a Brian Foster que no tenía interés en firmar otro contrato con PAN.

Lo miró intensamente y dijo:

—¿Dónde y cuándo quedamos mañana?

Claudio estaba sorprendido, pero no lo demostró. Una parte de él había esperado, deseado, que ella le dijera lo que podía hacer con la comida y con el contrato.

«Afróntalo, Claudio», se dijo. «A Emilia sólo le interesa lo que pueda conseguir de ti, por eso ha accedido a comer contigo mañana».

—Aquí mismo, a la una. La suite en el ático de este hotel, como la del Harmony, siempre está disponible para uso familiar —dijo burlonamente.

—Qué conveniente para ti.

—Puede ser.

Ella había supuesto, inocentemente, que comerían en un restaurante, no en la privacidad de otra suite.

¿Podría manejar la situación estando sola con Claudio? ¿Quería estar a solas con él? Pero, ¿tenía otra opción? En Inglaterra estaría a salvo, fuera de su alcance, pero hasta entonces tenía que seguir haciéndole creer que aún estaba interesada en renovar el contrato con PAN. ¡Y a cualquier precio, aparentemente!

—Muy bien —aceptó de mala gana —Pero tendrá que ser una comida muy corta. Es cierto que quiero tomar un avión para volver a Inglaterra.

—Haré que nuestra… conversación sea lo más breve posible.

Emilia sintió que se ruborizaba al escuchar la insinuación que había tras sus palabras.

¡Si Claudio pensaba que iba a acostarse con él al día siguiente, se iba a llevar una gran decepción!

~Embarazada de un millonario~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora