Capítulo 22

768 51 4
                                    


Claudio se levantó de la mesa donde había desayunado al ver que Emilia salía a la terraza. Llevaba una camiseta roja y una vaporosa falda de lino blanco. Tenía una expresión fría.

Ella vio que iba vestido con un traje y supuso que se disponía a ir a la ciudad. Como si no hubiera ocurrido nada entre ellos la noche anterior.
Por lo menos, como si no hubieran hecho el amor, porque el enfado seguía allí, entre ellos.

Claudio se acercó en silencio y apartó una silla para que ella se sentara. Después volvió a ocupar su propio asiento.
No era un silencio cómodo pero, con Roberto presente, Emilia sabía que no podía retomar la conversación de la noche anterior.
Y quería hacerlo.

No había podido dormir después de que Claudio se marchara, reviviendo una y otra vez la conversación que habían tenido. ¡Estaba tan decidido a casarse con ella como ella de no casarse!

—¿Café, señorita Ruiz?

Se volvió para sonreír a Robert, que estaba junto a la mesa con una cafetera en la mano.

—Preferiría té, si no es mucha molestia.

—Por supuesto que no —le aseguró el mayordomo con voz cálida—. ¿Le traigo algo de comer? ¿Huevos? ¿Beicon? ¿Salmón ahumado? —intentó tentarla.

Pero ella no se sentía tentada en absoluto. La sola mención del pescado hacía que se le revolviera el estómago.

—Olvida el salmón, Robert —intervino Claudio al darse cuenta de la palidez de Emilia y recordar lo que le había ocurrido la última vez que le habían puesto delante un plato de pescado —Trae de momento el té y unas tostadas, por favor.

—Gracias —murmuró Emilia cuando se quedaron solos. No lo miró.

—De nada —respondió secamente —Emilia , no voy a desaparecer sólo porque no me mires.

—Es una pena —dijo, y se volvió hacia él.

—Te alegrará saber que tengo que ir hoy a la oficina.

Ella asintió.

—Creo que será lo mejor.

Claudio se obligó a no responder, consciente de que la tensión constante no sería buena para Emilia ni para el bebé.

En vez de ello, la observó con detenimiento. Estaba muy hermosa esa mañana, casi etérea, pero muy pálida y con ojeras. También parecía muy delgada.

Tenía que comer más. Se había saltado la cena por culpa de su discusión de la noche anterior.

—Tal vez si me voy seas capaz de comer algo.

—Tal vez.

Él suspiró.

—Emilia, ¿es esto lo que va a pasar cuando nos casemos?

—No es muy agradable, ¿verdad?

¡Él más bien lo describiría como infernal!

Pero estaba intentando no discutir con ella esa mañana.

Emilia tenía aspecto de no haber dormido mucho, pero él tampoco lo había hecho. Al llegar a su dormitorio, los recuerdos de la amarga discusión lo habían bombardeado. Había decidido que no discutiría con ella por la mañana.
Pero no parecía que lo estuviera haciendo muy bien.

—Entonces, me voy —dijo, y se levantó bruscamente.

Ella miró hacia otro lado.

—Adiós.

—Emilia…

—Claudio —ella se giró y le mantuvo la mirada, desafiante.

Él luchó contra el enfado que sentía en su interior.

—Esto no está ayudando nada, ya lo sabes —dijo con tirantez.

—Creo que, después de anoche, cualquier amistad entre nosotros, aunque sea superficial, está descartada, ¿no te parece?

—¿Quieres saber lo que me parece?

—Creo que puedo adivinarlo.

Una parte de él quería estrangularla, pero otra parte deseaba tomarla en brazos y llevarla a la cama. Por lo menos, cuando hacían el amor no discutían… hasta el final.

—Dudo que…

—Oh, muchas gracias, Robert —le dijo ella al mayordomo, que le llevaba el té y una tostada, interrumpiendo a Claudio —Mmm, está buenísimo —añadió al probar el primer sorbo, y apareció un poco de color en sus mejillas.

Robert parecía complacido.

—Será mejor que me vaya —dijo Claudio secamente.

—Antes de que se vaya, señor Claudio… —empezó a decir Robert —He tardado tanto trayendo el té porque la señora Rosario ha telefoneado.

La conversación atrajo la atención de Emilia, que sintió inmediatamente que un silencio extraño se instalaba entre los dos hombres. ¿Quién sería Rosario? ¿Una novia de Claudio, tal vez?
¿Y por qué no? Después de todo, él era un soltero muy codiciado. Sería ridículo imaginar que no había habido ninguna mujer en su vida en los últimos dos meses. Aunque el simple hecho de pensar en Claudio relacionado íntimamente con otra mujer le revolvía el estómago…

~Embarazada de un millonario~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora