Capítulo 23

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Mi padre enarca una ceja, esperando mi respuesta. Tengo las palabras atascadas en forma de nudo en mi garganta, tanto que me imposibilita emitir alguna forma de lenguaje. No entiendo cómo esas cartas han llegado a las manos de mi padre.

—¿De qué se tratan todas estas cartas, Tessa?

Dejo la mochila en el piso y procuro sonreír, tratando de cambiar el rumbo de la conversación.

—¿Cuándo llegaste? Me dijeron que...

—Te hice una pregunta.

—Papá...

—Una sola pregunta —insiste, señalando las cartas.

Tomo aire, todo el aire necesario para que mi armadura no se venga abajo y mis pulmones no colapsen. Juego con mis manos por los nervios, pensando qué decirle exactamente. Esto es malo, muy malo. Mi padre debía ser la última persona en el planeta que se enterase de aquellas cartas.

—No lo sé, papá. Las he estado recibiendo desde hace un tiempo, pero...

—¿Tienes sospechas de quién pueda ser?

«Sí, pero no puedo decírtelo» me gustaría decirle, pero elijo responderle:

—No, papá. No tengo la menor idea.

Mi padre dobla las cartas, una por una y las guarda en el bolsillo de su gabardina, adueñándose de estas. Se quita los lentes y frota sus ojos como si estuviera impaciente o exasperado. Cuando vuelve a ponérselos, se pone de pie y mete las manos en los bolsillos regalándome una mirada acusatoria.

—¿Por qué siento que no te creo, Tessa?

Me encojo de hombros.

—Tal vez nuestra familia esté llena de mentiras y secretos.

—¿De qué hablas? —cuestiona, confundido.

Cierro la puerta detrás de mí, porque no quiero que la siguiente conversación salga de estas cuatro paredes. No quiero que ni Raven, ni Zed escuchen cosas que no les incumben. Avanzo hasta mi padre y saco la foto que encontré en la casa de Aiden del bolsillo de mi chaqueta. Se la extiendo y él la toma entre sus dedos con las cejas hundidas.

—¿De dónde sacaste esta foto?

Quisiera ver algún indicio en su rostro que me muestre que él miente o trata de ocultarme algo, pero no lo hace y a su paso, se muestra sereno y apacible.

—Eso es lo de menos, papá —respondo con desdén—. ¿Cuántos años tenía ahí?

Él sonríe.

—Tenías tres años.

—¿Y por qué tenías una bata de laboratorio en esa foto? —inquiero sin ocultar el recelo de mi voz—. Siempre mamá y tú me hicieron creer que eras un simple profesor de matemáticas, pero esa foto me confirma que eras investigador desde muchísimo tiempo atrás, no desde hace un par de meses como me hiciste creer. Todos estos años me has estado mintiendo y protegiendo de aquello para lo que trabajas.

Sus cejas se elevan, sorprendido de mi hallazgo.

—Hay cosas que tengo prohibidas contar.

—¿Y ocultarle a tu hija para lo que trabajas desde hace años hace parte de eso?

—Sí —asevera sin inmutarse. Fija su mirada en mí, pero sé que a través de esos ojos él trata de escudriñarme. Luego, suelta una risa que alarma mis sentidos—. Tu madre y yo creímos que dejarte venir a estudiar a este país sería una buena idea para ti, para que te olvidaras de todo lo que sucedió en el pueblo. Pero veo que no funcionó de nada, sino que empeoró todo.

DARKNESS II ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora