Capítulo 14

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Viernes 29 de junio. 22:23h. Afueras del night club "La Cangrejera II".



No era su primer operativo de detención de un sospechoso.

No, porque siendo guardia se había comido unos cuantos. Ahora bien, en su papel como sargento sí que era cierto que no había realizado ninguno. ¿Para qué? La Guardia Civil no distaba de cualquier trabajo del mundo en el que cada uno tenía sus funciones muy definidas. Resumiendo: había otros que que tenían que encargarse de esto.

Lo malo —o bueno si le preguntabas a alguien como por ejemplo su tío— es que su modo de ver su propio trabajo había cambiado radicalmente en los últimos días. Puede que porque nunca se hubiera sentido engañado, manipulado por decirlo de algún modo, por el malhechor al que trataba de atrapar. Una cosa es que cuando atrapara al individuo que estaba tras un homicidio después de que los indicios hablaran y les llevaran hasta él, éste se dedicara a mentir como un bellaco y negar a diestro y siniestro su autoría en los hechos. Eso era una cosa. Pero otra bien distinta era que se estuvieran riendo de él de ese modo en su puta cara y haciendo que diera vueltas sobre sí mismo como el perro que se muerde la cola.

Eso ya le tocaba mucho las narices.

Puede que el Martín de la desidia se hubiera marchado para siempre. Puede que, como buen español, acabara olvidando los motivos que le habían llevado a un punto concreto de su vida y volviera a ser el mismo pasota de antes. No tenía ni idea de qué pasaría después. Pero en el ahora se encontraba lleno de rabia y con unas ganas tremendas de estampar la cabeza de ese malnacido contra la barra del puticlub, apretando bien fuerte hasta que acabara cantando.

Pero aquello no podía ser y tendría que conformarse con poder echarse sobre él y, al menos, acabar de raíz con aquella locura que se había montado.

Miró al capitán jefe. Evidentemente él no se iba a perder un operativo ya que nunca lo hacía. A pesar de haber participado en cientos se le veía nervioso. Respiraba pausadamente por la boca al tiempo que reubicaba a cada uno de los efectivos que se iban apostando en la puerta del club de "el ruso".

Estaba a rebosar a juzgar por la cantidad de coches que había dentro de ese parking que daba la sensación de estar oculto —por una torpe lona verde— pero que en verdad mostraba con casi total claridad la marca, modelo y matrícula de los coches aparcados.

El capitán miró a su subordinado, a lo que Martín respondió con un leve asentimiento de cabeza. Estaban preparados para entrar.

El alto mando dio la orden y todos entraron en el local arma en mano y con sus ojos apuntando en todas las direcciones posibles con la finalidad de localizar a Francisco García.

Sabían que estaba porque puede que fuera un sanguinario asesino en serie, pero a juzgar por unos tironcillos de orejas que habían dado durante la tarde a algunos confidentes que tenían por ahí, también era un animal de costumbres y desde las 21:30 hasta la 1:00 de la mañana, más o menos, solía estar despilfarrando el dinero ganado —de manera ilícita o no— por su padre. El guardia que infiltraron a las 21:15 les confirmó que ya estaba babeando tras el culo de varias rubias del este. Ahora, este mismo guardia los acompañaba en el operativo con el rostro cubierto, al igual que los otros, para preservar esa doble carta de juego para otras veces.

Martín alzó la cabeza y lo buscó. Solo veía las caras de unos viejos asustados, preocupados más en que su nombre saliera de por medio en aquello que fuera lo que estuviera sucediendo que en conocer la verdad de aquella irrupción. No fue difícil entender que Francisco García no estaba ahí, entre ellos, porque hubiera destacado al bajar considerablemente la media de edad de esos hombres.

El silencio de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora