Capítulo 2

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Lunes 25 de junio. 09:31h. Calles de Viator, Almería.


El Citroën C4 se movía con cierta lentitud por las calles de Viator, un tranquilo pueblo almeriense situado a unos seis kilómetros de la capital que contaba, más o menos, con unos seis mil habitantes. Los ocupantes del vehículo no solo no conversaban entre ellos sino que la tensión del ambiente se podía cortar con un cuchillo. Desde que el sargento Barrachina había leído las papeletas de servicio impresas desde el Sistema Integral de Gestión Operativa, SIGO, Pilar se había puesto de muy mal humor. Parecía que el capitán de la Compañía sabía que no aguantaba a Fresneda y, como castigo, era cada vez más común que los destinase juntos a realizar largos patrullajes por pueblos en los que nunca pasaba nada.

A decir verdad, mucho tino habría de tener el capitán para emparejar a Pilar con alguien a quien ella soportara. No es que se llevara mal con todos sus compañeros, era que siempre estaba a la defensiva, posiblemente motivada por la frustración de ver que no avanzaba en su puesto de trabajo y eso había creado infinidad de roces con ellos. Había pedido el traslado de Seguridad Ciudadana a Policía Judicial en innumerables ocasiones y nunca se lo aceptaban. Estuvo a punto de conseguirlo cuando quedó una vacante tras la marcha de Jémez a Cádiz. Ella se consideraba la más cualificada para ocupar el puesto. Incluso algunas de sus compañeras así se lo habían dicho, pero el alférez otorgó la vacante a uno que no sabía ni cómo se llamaba. No le molestaba que se la hubieran dado a otro si de verdad lo hubiera merecido, pero él se había tenido que sacar el curso de Policía Judicial obligatorio a toda prisa y casi obligado por el alférez para poder ocupar el puesto. Un curso que ella había superado de manera brillante en su día, con las mejores notas y menciones extra por su impresionante interés en el tema. Ahora pensaba que todo ese esfuerzo no había sido más que una pérdida de tiempo. Intuía que iba a pasar toda su vida haciendo patrullajes. Tampoco veía que sirviera mucho su doble grado en Criminología y Psicología. Tenía claro que, fuera de la unidad de la Sección de Análisis del Comportamiento Delictivo, nadie tenía en cuenta los aspectos psicológicos del crimen y no la tomaban en serio cada vez que proponía profundizar más en eso para una mayor efectividad en sus actuaciones. Aspirar a la SACD ni se le pasaba por la cabeza, una por su exclusividad ya que es un equipo formado solo por cinco miembros en toda España y otra, porque si no salía de Seguridad Ciudadana, poco iba a lograr.

Estaba totalmente convencida de que su estancamiento se debía al mero hecho de ser mujer. Le dolía especialmente ya que había entrado en el cuerpo por, entre otras cosas, romper barreras de género demostrando estar tanto o más capacitada que un hombre en su trabajo.

Su comandante de Puesto, el alférez, era un misógino enmascarado entre buenas palabras y caras amables. No era esto una opinión suya ya que incluso varios compañeros así lo decían. De igual modo sabía que no solo el ser mujer le impedía avanzar, también estaba el hecho de no callar nunca su verdadera opinión. Y eso, en un cuerpo militarizado, no caía demasiado bien.

No es que anduviera siempre por ahí haciendo y diciendo lo que le venía en gana. El respeto hacia la institución era máximo y cuando estudió la oposición ya sabía cómo funcionaban las cosas ahí dentro, por lo que se mostraba correcta hacia sus superiores. Lo malo es que había ocasiones en las que, por más que lo intentaba, su boca le jugaba una mala pasada.

Dejó de pensar esto y se vio a sí misma ahí, sentada al lado de Fresneda, sin decirle ni una palabra. Como casi todos los días. Ni siquiera le apetecía reprenderle cuando, a mitad de conducción, éste contestaba algún WhatsApp con una sonrisa en el rostro. Aunque esa mañana ya llevaba demasiadas y, viendo los constantes volantazos que daba, al final no se pudo contener.

El silencio de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora