Why do I even like you?

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Estoy bastante segura de que casi rompimos anoche
Te tiré mi teléfono a través
de la habitación
Esperaba una vuelta dramática.
Pero te quedaste
Esta mañana dije que debíamos
hablar de ello
Porque leí que nunca deberías
dejar una pelea sin resolver
Fue entonces cuando entraste
con un casco de fútbol
Y dijiste: Bien, ¡vamos a hablar!
Y yo dije:
Quédate, quédate, quédate
-Taylor Swift.

.oO0Oo.

Neville

Me gustaría decir que cuando la conocí, yo estaba haciendo algo heróico. Que estaba salvando a una víctima del bullying o haciendo cualquier otra cosa. Naturalmente, yo era la víctima.

A los nueve años yo era más bien gordo -perdón, abrazable, según mi mamá-, así que era una víctima regular para aquellos abusadores de la calle donde vivía. Era en parte mi culpa, había tratado de defenderme un millar de veces, pero temo que mi tartamudeo constante y los tics en mis cejas no eran de ayuda. Además, yo sabía que pasar mi tiempo libre en el parque era exponerme a ser un blanco fácil, pero me gustaban mucho los columpios y fingir que estaba rodeado de amigos.

Ese día, como buena persona que me esfuerzo ser, estaba dándole de comer a una ardilla. Estaba tranquilo. No molestaba a nadie y por supuesto eso me hacía un faro que atraía a los niños más idiotas. Uno de ellos, el líder, saltó sobre la ardilla y logró atraparla. La pequeña chillaba, tratando de soltarse mientras él se reía a carcajadas.

-¡Déjala!- le grité, con un tono temeroso que no ayudó demasiado.

-Mira a Longbottom, jugando con ardillas porque es lo más cercano que tiene a amigos- se burló uno de ellos. Y a pesar de que me dolió aquello, que era cierto que no tenía amigos, la ardilla me importaba más.

-Déjala, no le hagas daño- casi le rogué, aún arrodillado en el suelo. La pobre estaba desesperada por irse. Y cuando él empezó a arrancarle los pequeños pelitos de su bigote, yo estuve a punto de gritarles de no haber sido por un borrón rubio que derribó al chico al suelo.

Era una niña, pequeña y flaca, con trenzas rubias y mejillas llenas de color y pecas. Hannah Abbott, la hija del matrimonio que se acababa de mudar a la casa junto a la mía. La había visto solo una vez, cuando mi madre nos obligó a mi padre y a mi a acompañarla a llevar un pie de bienvenida.

En ese momento, la creí incapaz de romper un plato.

Ahora me parecía capaz de darle una paliza a esos chicos y una a mi, solo por diversión.

-¡Lárgate, imbécil!- gritó ella, con una vocecita que no daba espacio a la réplica. La ardilla logró huir y casi deseé que me llevara con ella, antes de presenciar la bomba de tiempo que era Hannah Abbott.

Y es que Hannah no era una defensora de los más débiles o amante de la justicia, ni siquiera fue por que ella pensó que acabaríamos siendo amigos, fue simplemente porque ella estaba siempre -Y cuando digo siempre, es siempre- enojada. Y eso solo fue una forma de sacar su ira.

-¿Tú y cuantos más?- preguntó el niño, sonriendo con altivez, como si nunca hubiera sido derribado.

La pequeña, pero sin duda firme y bravucona mano de Hannah se estrelló en su nariz sin aviso. Con tantas fuerza que le sacó lágrimas y fue cosa fácil para ella hacer que se largaran.

-¡Yo sola!- les gritó, y ellos corrieron más rápido.

Yo me quedé mirándola con admiración. ¿Han visto Hotel Transilvania? Bueno, yo tuve el clic. Mis ojos incluso pudieron tener arco iris. Los de ella no, claro, a Hannah jamás le pasaría ni pensaría en algo tan cursi como eso.

Tú y otros tipos de magia (Hinny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora