3. El autobús noctámbulo y el Caldero Chorreante

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3. El autobús noctámbulo y el Caldero Chorreante



-¿Cómo es posible que lograrás convertirte en una animaga ilegal y no me lo dijeras, Cassiopeia?-dijo Harry, mostrando indignación por primera vez desde que salieron de Privet Drive, luego de que ella le explicasé como fue que logró convertirse en un dragón mediano.

-Bueno... No diré que fue algo fácil, pero es una habilidad bastante útil, creo que nunca podría haberlo logrado si Nat no me hubiera ayudado-dijo Cassiopeia, mientras continuaba caminando, fuertemente sujeta de Harry por su mano izquierda-. Ella es realmente una genio en Transformaciones. No podría haberlo logrado sin su ayuda.

-Oh, vaya, ¿así que ella te invitó a la casa de Burkes?-preguntó Harry, clavando sus ojos verdes sobre el rostro de su novia, no queriendo admitirse así mismo que estaba celoso de Matthew Burkes, ese chico que parecía siempre estar órbitando a su alrededor.

-No, ella no me invitó, fue Burkes, cuando bajamos del Expreso, se acercó a mi padre y pidió su permiso para que fuera a su casa-admitió Cassiopeia, provocando un profundo ceño fruncido en el rostro de su novio, que se detuvo en medio de la calle-. Oh, por favor, ¿de verdad estás celoso de Matthew Burkes, Harry?

-No-replicó Harry, demasiado rápido, haciendo que su novia se riera a carcajadas y terminará por inclinarse para darle un beso en su mejilla.

-Despreocupate, Potter, no soy el tipo de chica de Burkes. Así que, puedes estar tranquilo con respecto a eso.

De repente, Harry pareció admitir por fin su cansancio, porque se quedó sentado, suspiró con los ojos cerrados y entonces, rodeó a Cassiopeia con sus brazos y se quedaron así durante un rato, escuchando los latidos acelerados de los corazones de ambos contra sus cajas torácicas. Pero después de estar diez minutos solos en la oscura calle, a Harry le sobrecogió una nueva emoción: el
pánico. De cualquier manera que lo mirara, nunca se había encontrado en peor
apuro y lo que se era aún más tonto, había arrastrado a Cassiopeia con él. Acababa de utilizar la magia de forma seria, lo que implicaba, con toda seguridad, que sería
expulsado de Hogwarts y por lo menos pasaría un tiempo con Cassiopeia hasta que las personas del Ministerio lo fueran a buscar. Había infringido tan gravemente el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad que estaba sorprendido
de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran presentado ya para llevárselo.
Sintió que Cassiopeia temblaba contra su cuerpo, por un escalofrío involuntario que le recorrió en ese momento. Miró a ambos lados de la calle Magnolia, sin soltar ni por un segundo a su novia. ¿Qué le
sucedería a los dos? ¿Los detendrían a ambos o lo expulsarían a él del mundo mágico y luego borrarían la memoria de Cassiopeia? También pensó en Ron
y Hermione, y aún se entristeció más. Harry estaba seguro de que, delincuente
o no, Ron y Hermione querrían ayudarlo, pero ambos estaban en el extranjero, y como Hedwig se había ido y Cassiopeia no tenía ninguna de sus cosas, no tenía forma de comunicarse con ellos.
Tampoco tenía dinero muggle. Le quedaba algo de oro mágico en el monedero, en el fondo del baúl, pero el resto de la fortuna que le habían dejado
sus padres estaba en una cámara acorazada del banco mágico Gringotts, en
Londres. No podía seguir llevando el baúl a rastras hasta Londres. Entonces, un extraño cosquilleo en la nuca le provocaba la sensación de que los estaban vigilando, pero la calle parecía desierta y no brillaba luz en ninguna casa.
Volvió a inclinarse sobre el baúl, con la mirada extrañada de Cassiopeia sobre él y casi inmediatamente se incorporó de nuevo, todavía con la varita en la mano y se colocó frente a su novia, de manera protectora. Harry lo intuyó y Cassiopeia pudo notarlo sin siquiera dudarlo ni un segundo: había alguien detrás de su novio, en el estrecho hueco que se abría entre el garaje y la valla. Harry
entornó los ojos mientras miraba el oscuro callejón, Cassiopeia clavó sus dedos de la mano derecha en el brazo de Harry, mientras que apretaba la varita oculta en la manga de su suéter con fuerza, dispuesta a sacarla sin siquiera dudarlo ni un segundo. Si se moviera, sabría si se
trataba de un simple gato callejero o de otra cosa.

Cassiopeia Orwell y el prisionero de Azkaban [LPDMM #03]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora