Capítulo 1: Donde el comienzo es pacífico

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En un reino lejano, desconocido a los intrépidos humanos colonizadores, existía la magia, magia de la naturaleza, magia que fluye a través del sol y de su hermana la luna.
El sol tiene el poder del crecimiento, tocar la hoja para convertirla en flor y de igual manera destruirla, porque el sol es fuego, la magia solar es explosiva, cambiante, abravisa. Por otro lado la magia de Máni, la diosa de la luna, es fría, organizada como las estaciones, como la brisa del viento a la orilla del mar, la oscuridad es sagrada y una silenciosa parte de la vida, durante la noche los árboles respiran, las criaturas descansan manteniendo el ciclo en equilibrio. Las fuerzas de la luz y la noche no se mezclan pero conviven y se toleran, ambas tienen respeto por la otra sin embargo son recelosas compañeras de magia.

El reino de Søden existió durante siglos con paz tambaleante sin un monarca que lo comande. Los elfos de la luz se negaban a obedecer a un rey oscuro, mientras que los nocturnos estaban demasiado ocupados en sus labores como para preocuparse por ello.   
Como todo elfo nocturno, Abraxas cumplía con su deber de venerar a Máni por el cuarto menguante, el ritual consistía en ofrecer su sangre al lago de cristal, se creía que fortalecía la salud de los guerreros, y que cada ofrenda se recompensaba en la batalla contra el enemigo, derramar su elixir de vida mientras evocaba los cánticos de su pueblo le traía una cierta serenidad como el viento sur después de la tormenta.  
Abraxas tenía una voz como el terciopelo negro, profunda y grave, casi gutural, tristemente dulce. A la diosa lunar parecía agradarle su canto, puesto que se manifestaba en una mujer blanca diminuta y transparente, correteaba por el lago dando brincos, se reía al mirar a Abraxas quien se la devolvía solemne mientras terminaba su plegaria de cuclillas. 

No era la primera vez que veía a Máni, le parecía extraño que le haya tomado preferencia, sin embargo él no se dejaba inmutar por estas cuestiones con diosa o sin ella.
Abraxas se levantó para irse y Máni se acercó, lo miró a los ojos, puso sus manos como copas frente a ella y sopló, su aliento se dibujó en el aire: "Pronto la lengua encantada tocará tu puerta, tentará tu corazón."
Abraxas vio el mensaje desaparecer y con él a la diosa, el elfo agradeció a la luna meditando por el extraño augurio, no comprendía a qué se refería exactamente y qué debía hacer con este presagio.  
Abraxas que se consideraba a si mismo un pragmático decidió continuar con su rutina diaria y reflexionar después. De todas maneras el mensaje decía pronto, no ahora mismo. Debía ver al viejo Egil, el hechicero de la aldea, un gran peso puesto sobre sus hombre continuar con el legado de su padre, Abraxas contaba con poco y nada de habilidad para ejercer tal profesión, su pasión residía en otro lugar, sonrió modestamente para sí.
-¿Pensando tonterías nuevamente?
-Me atrapaste, Nábila.- respondió culpable. Nábila era una de las sacerdotisas de la aldea, se la veía agitada, parecía que llevaba prisa, sin embargo preguntó:
-¿Adónde vas?
-Debo ir a ver a mi padre.
-Pues vete, ya sabes que no le agrada esperar. Vete antes de que retomes esos pensamientos tontos.- Abraxas asintió y aligeró su paso.

La aldea era oscura, la iluminación escasa, fue diseñada por y para elfos nocturnos lo cual la hacía perfecta para su naturaleza, amplificaba sus sentidos y potenciaba sus habilidades.
Los elfos nocturnos tenían pieles oscuras de tonos violáceos y azules, lo cual dificultaba aún más verlos en al anochecer, lo único que los delataba eran sus ojos, ojos de color topacio y ámbar, miradas cálidas y espeluznantes.

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