Capítulo 8: Caminos de la noche

12 0 0
                                    

Caminó de regreso a su campamento, hacia la voz que había gritado, Celina estaba ansiosa, no pensó que su ausencia se descubriría tan pronto, tenía la cabeza gacha y los ojos le ardían por el llanto, el jefe de los exploradores la había empujado violentamente porque ella se había opuesto a la orden de aniquilar a cualquier ser vivo que se topase con su camino. En un primer lugar alguien como ella no debería estar allí, solo había aceptado la propuesta por la adrenalina que le despertaba, alimentaba sus sueños de creer en la posibilidad de la existencia de criaturas fantásticas y de hecho... las había encontrado. Si cerraba los ojos aún podía sentir el aroma a tierra del elfo y además lo había tocado, juntó los dedos guardando el tacto de su piel. Celina sonrió para sí.

-¿Dónde te habías metido?- preguntó el hombre.

-Sólo di un paseo.

-Sabes que está prohibido salir solo, la próxima vez que te atrape te arrancaré cada cabello de tu cabeza.- de golpe, la agarró de la campera que llevaba puesta. Celina se aguantó las lágrimas y respondió:

-Suéltame, cobarde.- sus ojos irradiaron furia, el jefe de su grupo de exploradores se llamaba Viggo y era un hombre irascible y autoritario, más bien tirano, no le temblaba la mano a la hora de asestar un golpe frente a cuestionamientos. Celina le temía, pero no lo suficiente como para dejarlo apropiarse de su alma. No la dominaría. -Te denunciaré con el cónclave, suéltame.-

-Esta vez te dejaré ir mocosa, pero la próxima vez que te encuentre desobedeciéndome...- abandonó la oración a su imaginación. Celina corrió a su tienda de campaña, decidió no volver a llorar, no lo merecía. No le contaría a nadie lo que había visto en el bosque, "lo matarán", pensó. Jamás había visto una criatura con esos matices de piel, él la dejó tocarlo, Celina se ruborizó al pensarlo. Cuánta osadía de su parte, quería volver a verlo, tenía preguntas en la garganta que azoraban por salir.

-Lo encontraré.- prometió a la noche.




Le temblaban las manos de entusiasmo, se sentía acalorado, a punto de gritar. Decidió acelerar el paso, ya faltaba poco para llegar al numen. Empujó los pensamientos sobre la muchacha hacia el fondo de su cabeza, no era momento para divagar.

Golpeó la puerta de la oficina del capitán y este lo recibió.

-Le traigo la lanza.- y Abraxas la ofreció. Perth la inspeccionó, la tocó con admiración y júbilo, un brillo desafiante en sus ojos.

-Mi buen muchacho,- le dijo mientras apoyaba una mano en su hombro.-No era necesario que me la entregues tan desinteresadamente, después de todo es tu deber cuidarla. - Abraxas lo miró incrédulo.- A partir de ahora tu trabajo será aprender a usar la lanza, entrenarás y la protegerás de cualquiera que quiera arrebatártela. Son órdenes.

-¿Porqué yo? - preguntó en súplica.

-Eres el más joven de los miembros del numen, también el menos adepto a la magia, no te distraerán otras fuerzas cuando comiences a usarla. Confío en ti.

Abraxas sentía que su mundo se caía en pedazos en sus manos, él no quería la responsabilidad, no quería llamar la atención y sobre todo no quería dañas a nadie por proteger la poderosa arma. Sin embargo, creía en su capitán, con los hombros pesarosos se dirigió al patio de combate.

Crónicas de SødenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora