Capítulo 4: La oscuridad viene de un país gris

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El joven elfo caminaba por las afueras de la aldea, el viejo Egil vivía en los límites de Søden, lo cual facilitaba su recolección de yerbas y yuyos. A Abraxas le gustaba la ubicación, encontrarse entre árboles lo tranquilizaba inmensamente, si se acercaba y tocaba el tronco de uno juraba que podía sentir su aprecio.
El hábito lo adquirió hace años, sentía que tenía la obligación de pedir permiso al árbol para subirse a él, "es un ser vivo, tiene sentimientos" pensaba Abraxas y los árboles parecían consentirlo ya que le revelaban sus secretos. No gran información sino observaciones con respecto al clima, el viento y lo que trajo con él, en este punto Abraxas atendía concienzudamente porque podría revelar peligro y era su principal función como centinela.
Jamás le había confiado a nadie esta habilidad, sonaba curioso y quizás hasta loco, lo cual motivó aún más su confidencia. Sin embargo no negaba lo útil que le resultaba, puesto que gracias a ella cada vez que había una misión simplemente con tocar los árboles de la zona asignada conseguía el conocimiento de lo sucedido.
Contaba con una ventaja en su puesto y eso le traía complacencia. Nunca se había considerado especialmente bueno en nada, tampoco menospreciada su saber, pero hay un placer pícaro en hacer algo naturalmente bien y Abraxas sentía eso con su rol de centinela.
Lo consiguió el solsticio de verano anterior, lo reclutó el guardia general. Desde entonces adaptó su vida a la función, no tuvo que cambiarla demasiado.
Estaba de camino a su garita, él vivía allí, en lo profundo del bosque. Con la naturaleza respirando en su ventana, con los animales mansos que se atrevían a rasgar su puerta durante el día. Le traía júbilo ser parte del todo. De Máni y Áugur. De vivir en Søden con su hermanos elfos. "La existencia plena existe", pensó.
Abraxas sintió un escalofrío a pocos metros de su morada. Algo se inquietaba en el murmullo de las hojas. Alertó sus sentidos, los árboles cantaban tristemente. Hacia mucho tiempo que no sucedía, la última vez fue por el augurio de tormentas terribles y debastadoras que inundaron las huertas de los elfos.
Algo andaba mal.
Fue la segunda advertencia que recibió en el día.

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