Capítulo 3: Raíces

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Durante su regreso, Abraxas pensaba en lo agradecido que se sentía por la presencia de Gyfu en la vida de su padre. Se hubiese quedado más tiempo pero no le tentaba, nadie le había pedido que se marchase, simplemente el ya había adquirido la información necesaria para concluir que su presencia en el lugar fue suficiente. Estaba convencido que era un taciturno irremediable, pero no dejaba que eso lo atormente, sin embargo por esta cualidad no atraía a las personas y si bien a veces extrañaba su compañía, sabía que ellas llegado un determinado punto se sentían incómodas por su silencio. En algunas oportunidades intentó cambiar, aun así los comentarios que solía atestar sonaban inocuos y vanos, empeorando la situación.

Abraxas pensaba que dar una opinión requería información, lo aprendió de niño, el viejo Egil decía que para dar una opinión se necesita un fundamento. su padre era un excelente maestro, aprender las propiedades del yharsta gunbhu con extremo detalle y molerlo con eficiencia en 5 latidos eran el rezo de cada día. No opinaba ni discutía sobre las propiedades del hongo, puesto que asumía que el viejo era lo suficientemente inteligente como para no envenenar a la población.

Así se fundaron los principios de su personalidad silenciosa, en una oportunidad recordaba como empeoró cuando escuchó las voces de unos niños discutiendo, luego oyó un llanto, Abraxas se acercó, un niño yacía en el suelo, rodilla y boca ensangrentadas. Había otros niños a su lado, más corpulentos con los brazos como jarras, lucían amenazantes . Abraxas era alto de estatura pero de apariencia frágil. Caminando preguntó que había sucedido, uno de los niños respondió que el pequeño había robado un durazno de la tienda de su familia. Ahora Abraxas notaba que la vestimenta del niño caído estaba raída y sucia, su semblante era pálido, sintió lástima por él, cuando vio que otro de los niños se aproximaba para volver a asestarle un golpe, Abraxas se interpuso.

Tres niños le pegaron sin cansancio a ambos dejándolos inertes en la tierra. Al rato Abraxas se levantó con un gusto a polvo y sangre en la boca, ayudó al niño a incorporarse, no le dio las gracias, tenía razón, después de todo obtuvo una segunda golpiza, por eso si podía agradecerle. Abraxas pensó no solo que quería volverse fuerte como esos niños, sino que quería apender a lanzar un golpe certero tras otro, no como esos brabucones, sino como los centinelas de la aldea. Tomó una decisión, un día sería un guerrero de Máni.

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