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❝Lágrimas❞

Aquél lugar era amplio, limpio, vivo. Un bosque con todas sus hojas, cómo si el invierno no existiera.

El Omega rió del entusiasmo, miraba el bosque con sus ojos bien abiertos y brillantes.

—¿Y éste lugar tan guay?

Vegetta se encogió de hombros.
—El bosque encantado, dónde están las hadas.—soltó sin más para seguir caminando por el lugar, indiferente de su alrededor. A comparación de su acompañante; quien sin más es un niño en el parque.


Vegetta no estaba de animos para nada, le costaba caminar, le pesaba el cuerpo, le costaba respirar. No durmió durante días, ni comió, ni salió de su casa durante ese tiempo ni se hubiese molestado en salir, si no fuese que su lobo le insistió sólo para aullar y desahogarse. Por lo menos en una forma animal.

—Vegetta. Samuel. Vege. Vegettita. Vegettoide...

La voz de Rubius buscando su atención lo hizo refunfuñar.

—Qué, Doblas. Qué.

Su respuesta fue hostil, haciendo que el Omega se encogiera en su lugar y sonriendole, muy nervioso de cagarla más.

—Te estaba preguntando... Si ya podíamos hablar...

Su ceño permanecía fruncido, sin intenciones de dejar de estar molesto o triste. Desde ahora en adelante, su personalidad ya no será tan dulce o cortés cómo lo era antes de lo sucedido con Willy.

—Claro.

Sus respuestas eran secas, frías y distantes.
Se sentó en el pasto, haciendo que el Omega imitara su acción frente a él. Su ceja se levantó expectante, Rubius solo se encogió de hombros sin buscar su aprobación.

Suspiró rendido para luego continuar.
—Primero que nada; no sé porque ahora te tengo manía, pero no es nada serio. Supongo qué... Será un capricho de mi lobo, al ser tú un Omega.


Rubius tragó saliva, sin poder evitar sentirse un completo idiota. Hace unos momentos pensó que Vegetta lo había "elegido" o alguna cosa así. Lo único que tenia en claro, es que se había sentido feliz junto al amatista hasta éste momento.

—Lo segundo; no voy a abusar de ti, ni pediré nada de ti, ni te acosaré, ni nada de nada. No voy a estar cumpliendo los caprichos de mi lobo... Nosotros vamos a seguir siendo amigos.—continuó el mayor, sin darse cuenta de las actuaciones del Omega.

Por cada frase que terminaba el Alfa, Rubius sentía dagas en su estómago. Vegetta no pensaría en utilizarlo... ¿Verdad?

—Tercero... Cómo veo que va a ser un poco difícil el tratar de alejarme de ti porque mi lobo me ha pillado en el momento más mierda de mi vida, creo que es justo el que sepas algunas "cosillas" que pasaron.

De todos modos, el cura no podría negarse. No quería hacerlo. Aunque supiese a lo que puede llegar la situación, no quería tener el pensamiento de que tuvo la oportunidad de ayudarlo y simplemente lo alejó y dejó a su suerte.

Suspiró entre cortado, asintiendo a que contara su versión de la historia. Sus manos pasearon nerviosas por el pasto para terminar en sus piernas, tomando atención.

—... Willy cortó su vínculo conmigo hace cinco días. No quiso decirme la razón; sólo lo hizo...—sentía cómo un nudo en su garganta crecía, así que miró el suelo mientras su mirada se hacía borrosa—. Y ahora, cómo si nada, me lo encuentro con Fargan de lo más normal del mundo, cómo si lo nuestro no hubiese existido... ¿Qué hice mal? Qué tiene David ahora que yo no tengo...

Sus ojos le fallaron, dejando caer sus lágrimas cómo si fueran lluvia. Todo lo último lo dijo con voz baja y quebrada, sin poder contenerse a la tristeza además de rabia.
Ahora se encontraba vulnerable, se sentía miserable y repulsivo. No le gusta mostrarse, pero ahora tampoco puede esconderse.

La situación tomó desprevenido a Rubius, sin enterarse de que Vegetta tenía la habilidad de llorar. De forma totalmente natural, liberó sus feromonas y se acercaba al mayor, tocando su hombro y acariciando sutilmente con su pulgar, con miedo a que eso le molestara.

Ya, ya...—musitaba en ronroneos mientras se acercaba más de la cuenta para poder abrazarlo.

Si los Alfas tenían la voz de mando, los Omegas tenían los ronroneos. Los Alfas también pueden ronronear, pero de forma sutilmente extraña, mientras que los Omegas pueden hasta hablar en ronroneos dulces cómo un gatito.

Vegetta se dejó estar, sin negarle el paso a los delicados brazos de Rubius, temblando en lo que se regañaba internamente por llorar frente a un Omega. Rubius por su parte, se sentía mal de sentirse feliz de poder ser un—y tal vez el único—pilar del ojimorado para seguir respirando.

Porque eso, de que las parejas predestinadas caen en depresión si le pasa algo a su otra mitad, es en una parte verdad, pero los libros suelen exagerar en que mueren por pinchazos en el pecho o por su propia tristeza.

El teñido aspiraba las nueses con cautela, mientras que el pelinegro el limón para relajarse. Vegetta se acomodó en el cuello de Rubius, buscando más de ese agridulce aroma reconfortante, sin parar de llorar. Rubén se mantenía quieto, ronroneando y acariciando la espalda del mayor, cómo única forma de consolarlo.

Pocos fueron los minutos hasta que el pelinegro cayera en el sueño, con el camino de las lágrimas marcadas a lo largo de sus mejillas.
El menor lo acomodó en su regazo cómo único lugar cómodo para dejarlo, poniéndolo boca arriba para admirar su rostro. Una piel tostada, una cicatriz en su mandíbula fuerte y fornida. Tenía unas ojeras notorias bajo los ojos cerrados, sin embargo, el resplandor morado que ellos tenían siempre estaba presente en su cabeza.
Suspiró y de forma temblorosa, acercó su delgado dedo a unos mechones rebeldes del pelinegro, dejándolos lejos de su rostro.

Su lobo rasguñaba y lloriqueaba en su pecho, queriendo suplantarlo para besar de una buena vez esos labios carnosos en tonalidades rojas. Tragó grueso para no dejarle paso a su lobo innecesariamente histérico.

«Coño, que ni en el celo estamos y quieres comerle todo el morro a Vegetta. No jodas.»

Cerró sus ojos y apartaba su rostro, que para su sopresa, sus instintos cariñosos los habían acercado.

I will replace himDonde viven las historias. Descúbrelo ahora