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❝Imprevisto❞

Ya los olores, los sonidos y los árboles que lo rodeaban no existían, se sentía pesado. Su cuerpo le decía que lo abrazara, que buscara protegerlo del frío debido a no traer una camisa para su torso.

El de ojos avellana protegió al de orbes amatistas con sus brazos nuevamente, pero ahora imitandolo en quedarse dormido. No había dormido ayer, y debido a que es un flojo de primera eso lo deshabilitó mentalmente.

Ahora le suspiraba justo en la frente al mayor, sin que su pecho dejara de vibrar.
Sabía que estaban expuestos, sin embargo mandó todo su entrenamiento a la mierda, disfrutaría la única cercanía consentida del Alfa con olor a nueses.

Amaba esta posición, sentir el cuerpo del Alfa a su merced, aun sabiendo su jerarquía. No podía negar que Vegetta solía ser algo sumiso en forma de juego con Willy.

Antes de caer rendido, le dió un beso en la frente con una sonrisa, sin poder evitarlo ni queriendo evitarlo. Por alguna razón, sentía que sus jerarquías se daban vuelta.

්‍ර [...] ්‍ර

Gruñia por lo bajo mientras mantenía su espada blandida, sin intenciones de bajarla. Siempre en guardia, cómo le había enseñado la persona frente a él; un chico de cabellos naranjas con orbes aceitunas y pecas en todo su rostro.

—¿En serio tenemos que venir a sólo ver si existen "tinder vals" por esta parte del bosque?

Se quejaba mientras miraba a su alrededor. Estaban en ése bosque sólo por la curiosidad del alto, queriendo desmentir o confirmarlo con su propio acercamiento.

Se decía que aquél bosque era mágico, hermoso en todos sus sentidos, protegido por criaturas místicas y fantásticas, entre ellos, los que cazaban; hombres lobos. Aunque el quejumbroso hombre era un cazador, nunca en su vida ha cazado a uno o haber tenido la suerte de toparse con ellos.

Paró al ver que su guía se giró y lo encaró con un rostro de molestia.

Tinker bell, tonto. ¿No te basta con ver que aquí sí hay árboles que conservan sus hojas?

Rodó sus ojos cafés con incredulidad, sin poder negar aquello.

—Somos cazadores, no investigadores, Manuel.

—Ya tío, pero me gusta jugar al detective, ¿vale? Ahora deja de quejarte y flipa cómo yo.—dicho esto, siguió andando, dándole la espalda nuevamente.

Él también era un cazador nato. Le gustaba la compañía que le portaba su quejumbroso y gruñón amigo, tatuado de cabellera negra y mirada de un roble oscuro.
Sonrió ladino al seguir escuchando cómo refunfuñaba detrás suyo, diciéndole que es una completa perdida de tiempo. Ellos dos fueron criados para ser lo que son, ambos en el mismo bando. Humanos por excelencia.

—Oye, oye, oye, oye, oye.—llamaba el pelinegro al ver dos cuerpos tirados al suelo—. ¿Ellos quiénes cojones son?

Observó el mismo lugar al que apuntaba con su espada a quién guiaba.
Dos cuerpos inertes en el suelo. No estaban muertos, no se veía nada ni se olía algún indicio de sangre.

—Vamos a averiguarlo ahora.

Sonrió de forma algo cínica al menor y luego a los cuerpos, corriendo a su encuentro con la espada en mano y uno de sus arcos en su espalda.

—Manuel jo'er, ¡no corras, enfermo!—le gritaba en susurros al llegar junto a los cuerpos y su acompañante, regañandolo.

El llamado solo miraba los cuerpos desde una distancia no tan alejada cómo debería ser. Dos seres se mantenían abrazados en el suelo de forma cariñosa, y Manuel podía olfatear los olores que desprendian con mucha claridad.

—Uno huele a uvas y el otro a caramelo.

Le susurró a su amigo. El de mirada castaña asintió, cerrando sus ojos y sintiendo los mismos olores de forma tenue, a diferencia de su compañero. Se sorprendió, si podía olerlos, sus aromas tenían que ser demasiado fuertes.

—¿Que es lo que escuchas tú?—interrumpió su asombro Manuel en un susurro.

—Sus respiraciones.—respondió aún con sus ojos cerrados, igual susurrando—. Parece ser que están durmiendo o están demasiado relajados... Espera, uno le susurra un "te amo" y... La otra es una mujer.

Abrió los ojos nuevamente, mirando a su compañero.

Los cazadores tienen su toque, al igual que a quienes cazan. Los humanos tienen la capacidad de tener un super sentido; Manuel el olfato y Raúl el oído. Claro que tendrían que enfocarse sólo en uno para ser un maestro en aquél, según decían los de su campamento.

—Te apuesto 10 euros a que son lobos.—le sonrió Manuel con egocentrismo.

Raúl rodó los ojos, sin quitarlos de su compañero con incredulidad visible.
—Con que me trajeras a éste puto bosque ya tenía demasiada fantasía en mi día.

Primera regla en un cazador: nunca perder de vista a tu presa.
Para cuándo voltearon esperando ver aquella pareja allí en el suelo, se sobresaltaron al encontrarse con el paisaje limpio de gente y alma.

Raúl sintió una brisa en su espalda, un cosquilleo en su estómago y su corazón latir rápido al darse cuenta que tenía a alguien detrás de él.

Voltea y juro que esta flecha atravesará tu cráneo.

Su voz era ronca y dura, demandante a liderazgo sin duda.
Manuel iba a sacar su arco también, pero no le dió tiempo a siquiera suspirar cuándo ya tenía al tipo con olor a uva amenazando la vida de su mejor y único amigo.

—No le hagas nada, puerco.

Arrugaba su nariz mientras sólo podía blandir su espada, sin poder acercarse o amenazar de buena forma.
Los destellos azules se dirigieron a los orbes aceituna, entre brillos de molestia.

¿Qué es lo que buscan en éste bosque, cazadores?

Manuel confirmó su teoria desde que los olfateó. Ningún humano es capaz de desprender demasiado sus propias feromonas. Todos portan feromonas; él mismo se ha olfateado y un olor tenue a manzana lo delata, y su amigo Raúl un suave olor a miel.

Me responden o lo último que verán son mis ojos.

Se movió peligrosamente hacía un casi tembloroso Raúl. Aunque su personalidad es prácticamente "yo me río del miedo" tener un hombre lobo detrás, con un arco que desprendía brillos que se reflejaban en sus hombros, ¿quién no siente miedo?

Trató de tragar su miedo y darse la vuelta de forma lenta, mientras subía sus manos al aire.

—Tío, venimos..., en son de paz...

Marrón oscuro y azul lapizlasuli se encontraron. Los azules fueron los primeros en asombrarse. Su lobo se sobresaltó tanto cómo él, empezó a  removerse en un vaivén nervioso, frotando su cuello con una de sus patas.

«This is a joke...»

I will replace himDonde viven las historias. Descúbrelo ahora