Capítulo 9, Piedra y cuchillos

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Y se escondió, tras una de las escalofriantes estatuas, arrastrando con dificultad al hombre que solo ella podía salvar. Quizás no la verían allí, todo estaba demasiado oscuro, quizás... podría salvarse, expulsó esos pensamientos de su cabeza, era un samurái, era un ninja, podía protegerse sola y no necesitaba ni suerte ni a nadie que viniera a ayudarla, cogió los shurikens con fuerza, tenía las manos frías y manchadas de sangre, la risa paró de pronto al llegar a la entrada de la cripta, haciendo que detuviera su respiración asustada.

Pasos, se escuchaban pasos acercándose, a pocos metros, se preparó para levantarse y tirar las estrellas ninja pese a tener las piernas entumecidas por el frío, la sangre y el barro de sus pantalones. No se atrevía ni a respirar, podía escuchar como la sangre de todo su cuerpo iba bombeándose a gran velocidad.

-No esperaba que el pequeño pajarillo saliera de su jaula. ~-dijo la voz a la que pertenecían los pasos.

Miró hacia arriba unos instantes, hacia la estatua, para su horror... la estatua se había movido, parecía estar a punto de abalanzarse hacia ella, ¿si no era una estatua... qué era esa cosa? No pudo evitar retroceder y caerse de la impresión, notando como la agarraban por detrás unas frías manos que parecían más bien de piedra.

-Así que tú eres a la que esa persona está buscando. -volvió a decir la voz acercándose a ella, pertenecía a un hombre alto y de pelo negro, con una expresión que detonaba locura y sadismo, ¿el culpable?

Las manos de piedra le apretaban con fuerza, clavándose en su carne y casi haciéndola gritar de dolor, se contenía con todas sus fuerzas para no darle la satisfacción a aquel hombre, quería correr solo de mirarlo a los ojos, pero por mucho que pataleaba intentando soltarse tan solo conseguía que la apretaran con más fuerza, estando a punto de sentir que iba a partirse.

El hombre se acercó más, podía sentir su aliento contra su piel, ayuda... necesitaba ayuda, no podía morir allí, miró a los ojos del asesino, eran de un marrón claro, casi ámbar, contenían odio, y un instinto asesino que le recordó a los de un perro rabioso, le hizo estremecerse y sentir nauseas, sintiendo que iba a morir, de una forma dolorosa y todo lo lenta que la paciencia del hombre aguantara.

Eso era lo que sentía que pasaría... hasta que escucho como hundían en el suelo a la figura que la agarraba, habiéndose soltado se alejó todo lo rápido que pudo, para ver como Sebastian se levantaba sobre la estatua del suelo, cogiendo sus cuchillos plateados entre los dedos. Akimi miró al resto de estatuas, algunas parecían ser normales, otras estaban comenzando a moverse, mirando al hombre de ojos ambarinos.

Sebastián sonrió mordiéndose uno de los guantes de sus manos para colocárselo bien, mirando al asesino sin un ápice de miedo o misericordia, Ciel observaba unos metros más lejos, con su bastón entre las manos, mirando con desprecio al culpable.

-Sebastián, deja de lucirte y acaba con él. -ordenó el joven conde fríamente.

-Yes, my lord. -replicó el mayordomo lanzando los cuchillos hacia el asesino que los esquivó hábilmente.

-Que el perro de la reina haya venido a por mí, que gran honor. -comentó sarcásticamente el hombre.

-Los Phantomhive nos encargamos de sacar la basura después de todo. -respondió Ciel con frialdad y desprecio.

Akimi observaba todo un tanto anonadada, si no se equivocaba llamaban perro de la reina a Ciel, no sabía de qué iba todo aquello pero las estatuas seguían acercándose a Sebastian, tomó iniciativa yendo hacia el aún inconsciente Doyle. Que todavía no se hubiera despertado con todo el ruido que había era increíble, a la vez que preocupante.

Se escuchó como una piedra colisionaba con otra y volvió a mirar al lugar en el que se encontraba el mayordomo, una estatua se había quedado con un trozo de su chaqueta, él parecía levemente molesto, miraba la tela rasgada de forma desaprobadora.

-Tendré que arreglar esto más tarde, o quizás tirarlo. -comentó suspirando y mirando a la estatua.

-Si dejaras de jugar no ocurrirían este tipo de cosas. -dijo igualmente molesto Ciel.

Sebastian simplemente sonrió y golpeó a la estatua, haciendo que la cabeza de la misma volara por los aires y acabara justo a los pies del conde que la observó con curiosidad murmurando algo para finalmente dirigirle una mirada de reproche a su mayordomo por la peligrosidad de su acción.

-Parece que es así como acabaron las víctimas, que nadie en el pueblo se diera cuenta del aumento de estatuas es lamentable, menuda panda de cobardes. -dijo mirando a la cabeza de la estatua de la que salía sangre.

Si Akimi hubiera estado más cerca habría visto que la cabeza estaba rellena de órganos y carne humana, un macabro experimento que las hacía similares a zombies, la cuestión era, ¿Cómo se movían? Aún estando llenas de tejidos humanos debían tener algún tipo de mecanismo o maldición para poder moverse y acatar órdenes.

No parecían quedar más estatuas en el oscuro cementerio, Sebastian era rápido y letal, tan solo quedaba su líder, riéndose de una forma estruendosa y psicópata, no era más que un loco... pero un loco que sabía quién andaba tras ella, quiso detener al mayordomo antes de que acabase con él pero llegó tarde, en su lugar acabó salpicada con la sangre que brotaba como una fuente del cuello del asesino, ahora rebajado a ser una mera víctima.

-¿Ocurre algo lady? -preguntó Sebastian un tanto sorprendido por su reacción y acercamiento.

-Creo que... ese hombre sabía algo sobre la persona que va tras mi vida. -respondió en shock por el hecho de estar llena de sangre repentinamente.

-Oh... no creo que hubiera podido sacarle nada aún habiéndolo interrogado. -respondió el mayordomo quizás intentando tranquilizarla.

Akimi asintió lentamente, recuperando poco a poco la compostura, ese hombre estaba loco, probablemente no habría dicho nada coherente. No pudo evitar sentir como si su única pista se hubiera consumido y esfumado como la vela apagada que aún llevaba en el bolsillo. Ciel se acercó a tomarle el pulso a Doyle, levantándose al momento y haciéndole un gesto de cabeza a Sebastian para que transportara al escritor inconsciente.

No tardaron en llegar a la casa del escritor, dejándolo con su preocupada mujer que lo acogió llorando de felicidad, Akimi, dado su atuendo, había sido mandada a la posada donde Snake la esperaba junto con el dueño. Se dio un buen baño caliente mientras Ciel y Sebastian hablaban con la mujer de lo ocurrido y volvían al alojamiento finalmente.

Salió de la bañera de latón, había cogido una muda nueva de su pequeña maleta en el carruaje por lo que se puso la ropa limpia rápidamente, tropezándose de nuevo con la vela que debía de haber caído de su bolsillo al quitarse su maltrecho traje.

La vela tenía un color similar a la sangre, estaba casi por completo consumida dejando ver una lámina de metal justo al final de la misma, se agachó a recogerla, sosteniéndola y poniéndola en la palma de su mano, sacando la lámina de metal. En el metal estaba grabado un símbolo de un animal, se lo acercó para verlo mejor, era un lobo, lo que ella no sabía era que pertenecía a un escudo de armas... de una de las familias más poderosas del país, los Rumsleld, ¿que su símbolo hubiera llegado a parar allí era tan solo una casualidad o algo más? Eso era algo que parecía que iba a tardar un tiempo en aclararse.

Ninjas y demonios en Londres (Kuroshitsuji fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora