Amantes [Parte única]

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        Las manos sujetas al volante con más fuerza de la necesaria lo delatarían ante unos ojos expertos. La forma en que su pie pisaba el acelerador —con inseguridad—, le harían un blanco fácil de leer.

        Alcanzando el nudo de la corbata tiró de él cuando la sensación de asfixia le fue insoportable. Del estéreo encendido no escapaba ningún sonido, solo encerrado junto a él, se percibía el ruido que producía el sistema del aire acondicionado, y el ronroneo más ligero del motor. El tráfico a esa hora apestaba, todos querían regresar a casa.

        Menos Win.

        Él manejaba rumbo a otra dirección que conocía de memoria. Hasta podría cerrar los ojos y no dudaría que lograría llegar utilizando puro instinto. Los kilómetros que recorría en carretera, luego una desviación a una calle mal iluminada, hacia un camino que se volvía sinuoso y de terracería, hasta doblar una esquina y toparse con el letrero acompañado de luces LED que rezaba "Motel" de forma llamativa.

       Esa palabra —motel—, la asociaba con suciedad, a las personas que conformaban su círculo social les haría arrugar la nariz con desagrado. Y él no podría rebatir para hacerlos cambiar de opinión, porque todo concepto negativo lo merecía a pulso.

       Su hermosa y solitaria esposa, debía estar sentada en el enorme comedor que compró cuando se mudaron a aquel departamento bien acomodado en una zona de clase alta. La podía visualizar a la perfección contemplando, nada en particular, más allá de las ventanas, pensando en él y deseando que tomara un descanso

        (por supuesto, le había mentido diciendo que tenía tanto trabajo que se quedaría en la oficina a pasar la noche),

        se detestaba, por engañar a la mujer que juró en el altar proteger y respetar hasta la muerte.

        Todavía podía hacer lo correcto, dar la vuelta y conducir a casa, sorprenderla con su presencia y hacerle el amor con dulzura.

        Nada de eso pasó. Ni pasaría pronto.

        Por el altoparlante anunció que lo esperaban en una de las habitaciones, el mecanismo de acceso se activó para permitirle el ingreso y manejó otro poco hasta llegar al sitio donde su amante lo esperaba

       (otra palabra sucia que tenía menos justificación que la anterior).

        Al bajar de su BMW —aquel lugar parecía restarle distinción—, intentó dejar el remordimiento encerrado en el vehículo deportivo, mas se pegó a su espalda y no tuvo más remedio que ocultarlo bajo su saco. Como sudor que buscaría eliminar después al entrar a la ducha.

       Pulsando un botón la cortina metálica previamente automatizada bajó dando paso a la primera sensación de intimidad. Tocó a la puerta, ya que su amante lo había estado esperando todo ese tiempo mientras conducía.

        Un minuto transcurrió hasta que apareció frente a él un hombre joven, más que él. De mirada absorbente y labios provocativos.

       Bright, al menos, ese nombre le había dado cuando se conocieron, y no le importaba si era el verdadero. Lo único relevante en su relación secreta residía en el contacto físico.

        Como en un ritual que nunca quebrantaba, se quitaba el traje costoso con sumo cuidado, con temor de mancharlo con su infidelidad o arrugarlo con su insaciable deseo sexual

       (a riesgo de parecer estúpido, cuando en su piel no ponía ni una clase de restricción. Una vez desnudo, permitía que Bright le marcara y magullara tanto como quisiera).

Somehow, somehowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora