— Deja que te ayude — me ofrecí.
— No hace falta.Le quité el paño de las manos y sorprendentemente no rechistó.
Cuidadosamente pasé el trapo húmedo por sus heridas, Dick no apartaba la vista de mis ojos y mis manos.
Dejé el trapo a un lado y cogí la crema que extendí por sus cardenales. Aunque ya no tenía más seguí recorriendo sus definidos músculos con mis dedos, sentía como su pecho subía y bajaba.
Levantó mi barbilla obligándome a mirarle y me besó.
— Joder, ¿porqué aunque lo intento no puedo sacarte de mi cabeza?