Capítulo 4

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La Universidad de Düsseldorf era sin dudas una de las más prestigiosas de toda la ciudad de Narshville.

Allí solo asistían muchachos de élite. Hijos de políticos, empresarios, jueces e incluso mafiosos. No todo el mundo podía entrar. Incluso cada prueba de admisión estaba meticulosamente hecha para que la gentuza sin gracia se despidiera de aquel lugar.
Eso y que la matrícula costaba alrededor de doce mil dólares.

Fue por eso, sumado a su para nada correcta forma de lucirse en público, que Rachel Vitae se sentía como un sapo de otro pozo en las enormes instalaciones de techos altos y escaleras de mármol.

Los demás estudiantes la miraban extraño. Algunos derrochando pena y otros con las cejas alzadas en señal de burla.
Su primera semana allí no había sido la más placentera. ¡Si tan solo su madre no la hubiese cambiado en primer lugar!

Luego de perder a su esposo, la mujer policía se volvió más sobreprotectora que de costumbre. Quedar viuda con dos hijas jóvenes no estaba en los planes de una madre cuyo sueño había sido formar una familia estable y vivir el resto de sus días en la dicha.

La joven, a sus cortos veintidós años, no terminaba de entender las actitudes de su progenitora.
Su padre había fallecido de un repentino infarto, y ella ahora actuaba como si cualquier tipo que viera en las calles quisiera dañar a sus hijas.

Como si eso fuera poco, a las pocas horas del deceso, le dio la noticia de que debía abandonar su antigua universidad, donde estaban todos sus amigos, para trasladarse a otra extremadamente cara y en la que sabía todo mundo la rechazaría.

Su hermana fue un caso aparte ya que, como aún seguía en la secundaria, no tenía muchos problemas con los demás estudiantes. Era una chica tranquila y dulce. Su hermana mayor, en camio, era un volcán a punto de hacer erupción.

Rachel caminaba por los jardines del instituto. Llegaba tarde al examen que decidiría si pasaba el semestre o no. El lujo de ser impuntual no aplicaba a momentos como este.

Empujó la puerta con su espalda por la cantidad de libros que llevaba en brazos y que no cabían en su mochila.
Luego de disculparse como cuatro veces con el profesor que le miraba como si quisiera matarla, tomó asiento en su pupitre y comenzó a escribir en la hoja. Rogando tener el tiempo suficiente para completar las consignas.

***

—¡Ese examen fue una locura!

Pasaron dos horas desde que el tan complicado examen había llegado a su fin. Su mejor amiga, Aisha, caminaba a la par suya por los pasillos donde algunos chicos estaban recostados fingiendo haber muerto después de tan arduo día.

—Si hubiera sabido que esta sería mi vida en la universidad, le habría dicho a papá que con gusto dirigía su empresa en Dubái.

Aunque Rachel estaba oyendo, parecía que en realidad no le prestaba la atención que siempre recibía. Y, damas y caballeros, eso no iba a permitirlo.

—Tú —dijo alargando demasiado la última letra— estás más distraída de lo normal. Nena, eso a Aisha no le agrada para nada.

—Aisha —interrumpió con el mismo cántico que su amiga había utilizado— tiene que parar de llamarse a sí misma en tercera persona o todo chico que se cruce en su camino creerá que es más rara de lo que luce.

La contraria se llevó una mano al pecho, fingiendo estar indignada. Las trencitas que adornaban su cabeza bailaron de un lado al otro cuando empezó a negar con la cabeza.

—Amiga, si no te quisiera tanto ya le habría mensajeado a nuestro sicario para que te matara y tirara tu flaco cuerpecito al río.

—Y por eso es que nunca hay que molestar a la niña de un mafioso multimillonario —sentenció doblando la esquina.

Desde que conoció a Aisha, esa sensación de no pertenecer se había esfumado casi por completo. "Casi" porque nunca faltaban las miraditas altivas que le daban las chicas del periódico escolar.
Esas víboras eran como la miserable plaga de toda su vida. Incluso las porristas presumidas eran como la Virgen María al compararlas con ellas.

—Están ardidas porque el tan aclamado presidente estudiantil y capitán del equipo de natación no despega sus ojos de ti, ni por un segundo —dijo orgullosa la morena, como una de esas chiquillas emocionadas por contar el nuevo chisme del salón.

—Sí, pues quisiera que dejara de hacerlo —ni bien abrió su casillero, Rachel pudo sentir la intensa mirada que le dirigía ese tal Samuel Van Woodsen a.k.a "El hombre que toda chica de Düsseldorf quiere entre sus piernas". Sintió un codazo en su brazo derecho y se quejó ante la acusatoria cara de Aisha—. ¡Oye!

—¿Oye? ¡Amiga, deberías sentirte privilegiada! Sí, eso, deberías sentirte como una maldita Kardashian justo ahora con ese dios griego babeando por ti. ¡Se tenía que decir y se dijo!

Rachel rodó los ojos.

—Él no me interesa, Aisha —trató de convencerla, aunque muy lejos de eso la morena le seguía observando de la misma manera—. Gracias a él medio alumnado femenino me odia y un tercio del equipo de natación también. ¡Hasta los profesores me ven feo cuando me toca trabajar con él en grupos al azar! Digo, entiendo que el chico quiera a otra conquista en su lista. ¿Pero por qué justamente tenía que ser yo?

—Chica, eso nos lo preguntamos todos —respondió rendida—. Aunque sea deberías darle una oportunidad. Quién te dice y terminan siendo más que una sola noche.

Rachel negó.

—Las cosas ya no funcionan así, amiga —y de cierta forma, aquello salió de su boca con un tono tan lastimero que hasta la contraria sintió pena—. Regalar ramos de flores, decir palabras dulces al oído y ver atardeceres románticos. Son cosas que ya no se ven hoy en día. No quiero ser solo otro de sus revolcones.

Aisha se lamentaba, a cada palabra que la chica pronunciaba, de haber sacado el tema del romance a relucir. Supo, desde el primer momento en que la vio cruzar esas grandes puertas doradas, que la niña vivía en una burbuja en la que todo era color de rosa. Donde el amor era lo más puro y verdadero en el mundo.

Ciertamente, y le dolía admitirlo a estas alturas, eso fue lo que le hizo acercarse: lástima.

Lástima porque a sus veintidós años había perdido todo. Su padre, su pilar, se había marchado de este mundo para jamás volver. Su madre actuaba como una loca, llevando su arma bajo la falda incluso en las reuniones de padres. Su hermana menor había entrado en una etapa en la que le aterraba alejarse siquiera dos pasos de Rachel.

Aisha era, en esa colosal escuela privada, el único soporte que Rachel tenía a todas las porquerías que la vida le estaba arrojando.

Quería que encontrara un compañero. Alguien con quien compartir sus temores y depositar sus miedos. Samuel Van Woodsen no era precisamente el chico ideal para llevar a cabo ese papel. Dudaba que la muchacha pudiese hallar algo mejor.

Cuando se despidieron en la entrada, Aisha tomó del césped un diente de león. Lo llevó cerca de sus labios y cerró los ojos. Antes de soplar sobre él, susurró esperanzada:

—Envíame a un buen chico para mi amiga.

***

¡Hola, bellezas! ¿Qué tal este capítulo?

¿Les está gustando la historia o es aburrida? Si les está gustando, una estrellita y un comentario me ayudarían muchísimo a crecer.

Un dato interesante que noté mientras corregía: en la universidad, los alumnos usaban uniformes. O sea, what?! No sé qué se me pasó por la cabeza para hacerlo así, pero ya está corregido :)

Besitos virtuales *muak*

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora