Capítulo 11

132 22 36
                                    

Entró sigilosamente en la vivienda que estaba a oscuras. No veía a Rachel pese a su agudizada visión sobrehumana. La sala de estar se encontraba destruida. El sofá dado vuelta, la mesita de vidrio rota en mil pedazos y los cajones de los muebles salidos, en el suelo.

Todo estaba claro para Soberbia. Algo no andaba bien. Debía hallar a la chica y salir de allí de inmediato.

Otra vez lo había hecho. El bastardo admitía preocuparse por ella.

Giró su cabeza rápidamente cuando un grito ahogado proveniente de la cocina llamó su atención. A gachas, el Pecado se arrastró hacia el cuartito de las cerámicas blancas y negras que se asemejaban a un tablero gigante de ajedrez.

Oscuridad. Podía oler el miedo y oía palpitar a toda velocidad un pequeño corazón.

Divisó a la chica Vitae bajo la mesa redonda de madera ubicada en el centro, con las manos tapando ambos oídos y su cabello cubriendo parte de su rostro.
No notó la presencia de aquel con el que se había besado minutos atrás.

—Rachel —susurró Soberbia a medida que se acercaba a ella—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Llevó sus manos a las de la mortal que aún estaba paralizada, con cara de muerta, y le obligó a mirarlo a los ojos.

Miedo. Dolor. Angustia. Pocas de las emociones que pudo captar con esa penosa y destructiva mirada.

Cuando estaba por preguntar nuevamente por su estado, el Pecado sintió pasos ligeros justo arriba de ellos.

—Quédate aquí.

Sin esperar una respuesta, salió de la cocina cruzando por segunda vez la sala y, por el lado izquierdo donde nacía la escalera al primer piso, comenzó a subir.

Intentó no generar ruidos bruscos que dieran a saber su ubicación. No sabía con qué se enfrentaría una vez llegara a las habitaciones de donde venían los pasos, por lo que prefería prevenir incidentes en los que cierta persona saliera lastimada.

El picaporte redondo de la primera habitación estaba dañado, con la cerradura salida y con marcas de zarpazos en la pared donde se apoyaba su marco. El grosor de aquellas marcas decía «peligro, no se acerque» en todo su diámetro.

Soberbia empujó la puerta blanca con pegatinas de bandas adolescentes en ella, dando paso a una escena perturbadora.

Las cortinas de seda que adornaban el ventanal estaban rasgadas y la luz de la luna creciente entraba por ella, iluminando el lugar. Sobre la cama, manchas de sangre pintaban la colcha floreada perfectamente estirada. Era tanta que escurría hasta llegar a la alfombra peluda que cubría el suelo de cerámicos beige, donde otra sustancia viscosa se acumulaba entre las juntas.

—¿Qué demonios pasó aquí? —se preguntó Soberbia.

Dio un paso, luego otro.

Sintió algo pegajoso caer en su hombro. Lo tocó con la yema de sus dedos separando y juntando repetidas veces, creando una sensación repugnante para él.

Apenas se movió, por fin su alarma había sonado y las neuronas de su cerebro hicieron contacto. Encima suyo, una criatura asesina lo estaba acechando en el más profundo silencio.

Cuando ese despiadado ser se abalanzó para acabar con su vida, sacó una filosa daga de marfil bajo la manga de su chaqueta y se la clavó en el cuello.

Más líquido viscoso de un tono azulado salió de la vena apuñalada, manchando cara y cuello del muchacho que ahora luchaba para salir de esa casa que seguramente estaba repleta de criaturas oscuras.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora