Capítulo 24

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Samuel tenía razón. Exilium era un paraíso perfecto.

La pintoresca ciudad estaba cubierta de faroles anaranjados y amarillos, rodeada de un cristalino lago donde los más exóticos peces danzaban acompañados del viento que soplaba con calma. Las pequeñas casitas se alternaban con los edificios estilo europeos, cuyos balcones adornados con flores le daban un toque natural a tanta construcción de concreto.

Y el cielo. El bendito cielo parecía contener todos los crepúsculos del mundo en él, en un solo lugar. Los tonos rosados destacaban debajo de las pomposas nubes que se asimilaban a enormes y dulces algodones de azúcar. El intenso azul negruzco permanecía encima, como queriendo anunciar a toda la ciudad desde las alturas que la noche estaba próxima a llegar. Finalmente, las pinceladas del naranja y el rojo fuego custodiaban la zona baja, muy cerca de las terrazas donde diminutos puntos negros se movían para ver la puesta de sol más perfecta que sus ojos tuvieran la oportunidad de apreciar.

Lujuria tuvo que cerrar la boca de su hermano. El pobre había oído tantas leyendas sobre aquella mítica ciudad en donde los celestiales no podían entrar, que la emoción era inexplicable.
Dos botes de madera negra los esperaban en el muelle. Al aterrizar en el sector de los prados a las afueras del centro, atravesar el lago sería su única manera de llegar a destino.

El camino resultó tortuoso para Ira. El agua y él eran enemigos de toda la vida, así que no le hizo mucha gracia que solo unas tablas los separaran.
Pereza no pudo hacer más que sonreír ante tan enternecedora imagen. El castaño parecía un gatito con los pelos en punta, temeroso como un animalito a punto de ser arrojado a una tina llena de agua.

Aunque ella no estaba lejos de seguir sus pasos. Se mantenía alejada de los bordes por su desarrollado miedo a las criaturas de las profundidades. Su expresión temerosa pesó en la mente de Avaricia, quien se lamentó internamente por tener que alejarla cuando solo quería protegerla.

—Iremos a la Fortaleza de los Caídos —anunció Mason con entusiasmo apenas tocaron tierra.

—¿La Fortaleza de los Caídos? —Soberbia mostró un gran interés—. ¿No fue destruida al acabar la Segunda Guerra Mundial?

—Eso es lo que quieren que crean —mencionó Samuel—. En ese lugar se recuperaron miles de ángeles que sirvieron en combate. Claro que sus cuerpos humanos fallecieron ahí, pero sus espíritus lograron llegar a Calum para renacer.

—Madre mía, viviremos rodeados de muertos.

Caminaron durante pocos minutos hasta llegar a una especie de teatro colonial de aspecto sombrío. Curiosamente esa era la única construcción cuyas linternas no se encendían. Alrededor, los otros desterrados vivían festejando. ¿Pero qué podrían celebrar si lo habían perdido todo? Pues, que no los habían sentenciado a muerte tal vez.

Tenían su propia ciudad con todas las comodidades, donde las leyes no existían y cada uno pasaba los días a su manera. Habían sido miles de años bajo la lupa de la moral, el bien común y las responsabilidades. Ahora era cuando podían despegarse de todo aquello que los metió en problemas alguna vez.

—No hay puertas y solo veo ventanas a partir del segundo piso —Envidia miró de reojo al ángel, el cual se limitó a hacer un gesto de afirmación.

—Me demostraste que eres más inteligente de lo que pensé —Samuel se cruzó de brazos, con los ojos brillantes por el reflejo de la iluminación—. Adivina cómo entraremos a esta fortaleza que parece impenetrable.

Con una sonrisa de lado, la castaña aceptó el desafío del demonio. Sus ojos de chocolate comenzaron a moverse de un lado a otro, pasando por cada detalle en las columnas grises y la pintura exterior desgastada por la erosión. A excepción de Mason, quien solo tenía ojos para el cielo negro con pocas estrellas, la atención estaba puesta en la chica serpiente y su particular talento para ver cosas que otros ignoraban.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora